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Desempate

Luis Mendo
Sara Mesa

LA MAESTRA saca sus ideas como juegos de chistera y a nosotros siempre nos parecen bien. De todos modos, aunque no nos parecieran bien, ¿qué íbamos a hacer? ¿Oponernos?

Es la maestra más joven, la menos severa, pero no deja de ser una maestra, y hay que obedecer. No ejerce el poder mediante la bronca y el examen sorpresa —como hacen los demás—, sino con esa liviandad tan juguetona y la arbitrariedad de su sonrisa —a ti sí y a ti no—.

Juega con nosotros, intuyo, pero soy demasiado niña aún para tener certezas.

Son solo 13 años, un colegio público, año 1988, Mis Belleza y Míster Simpatía.

¡Los niños votarán a las más guapas y las niñas a los más simpáticos! ¿Qué os parece? Ueeeee, bien, bien, todos escribimos el nombre de nuestros candidatos, doblamos el papel, esperamos a que lo recoja la voluntaria que va mesa por mesa, bien dispuesta.

Luis Mendo

¿Emoción? Yo no siento ninguna. Solo curiosidad por quién será La Más Bella de 8º B. Lo de Míster Simpatía, bueno, es solo para darnos también derecho al voto. La maestra es una mujer moderna, eso está claro.

El duelo se establece entre la Maika y la Cristi; las dos son pura sangre. El resto somos comparsa. No somos nada.

Hay risas en el aula. Risitas nerviosas y risitas malignas. Más las segundas que las primeras, innegable.

La Maika es una niña de cara redonda, ojos color miel y una larguísima melena castaña que mueve a un lado y otro todo el tiempo. Las minifaldas le quedan especialmente bien. Aparenta uno o dos años más y sabe contonearse con elegancia. De mayor quiere ser modelo, peluquera o esteticién. No saca buenas notas, aunque cumple.

¿Quién será La Más Bella de 8º B? El duelo está entre la Maika y la Cristi. El resto somos comparsa

Yo prefiero a la Cristi, con su pelo rizado, sus pecas y las paletas ligeramente separadas. Es una gran atleta, va a ser bailarina. Si conociera las palabras grácil o pizpireta se las aplicaría sin dudarlo, pero aún no las conozco. Me basta con saber que es graciosa y guay.

Con sentirlo.

¿Y qué más da? Las niñas no votamos a las niñas. Quienes valoran la belleza son ellos, estos que veo dándose codazos y cuchicheando. ¿Qué se dicen al oído? ¿Qué opinan de las guapas?

De mí sé que no hablan. Llevo gafas de pasta y no voy a la moda. En el último año he crecido demasiado. Me avergüenza que se me note el sujetador. Soy torpe en gimnasia y voy siempre encorvada. Me aterroriza salir a la pizarra, que me vean por detrás y hablen a mis espaldas.

Gracias a todo esto —a mi invisibilidad—, justo hoy estoy a salvo.

El primer premio que se falla es el de Míster Simpático. Gana el típico líder chistoso y con encanto. Supongo. Debo admitir que no me acuerdo.

Esto es curioso. Que apenas recuerde a los niños de la clase. En cambio, a las niñas, las recuerdo muy bien. Sobre todo a las guapas. Sobre todo a la Cristi.

La maestra hace ahora el segundo recuento, con gran sentido del espectáculo. Desdobla lentamente cada voto, se hace la misteriosa, grita los nombres. Expectación, silbidos y aplausos.

Como era de prever, la Maika y la Cristi van empatadas. La una se sonroja, la otra sonríe. Las dos están contentas, aunque no sorprendidas. Saben de sus encantos.

Luis Mendo

Pero también la Pili, la dentona, recibe un par de votos. La clase entera —niños, niñas, ¡maestra!— aúlla de placer cuando, inesperadamente, aparece su nombre.

La Pili está tan acostumbrada a las burlas que hasta ella ríe un poco. Se somete. No es solo por los dientes. Es su pelo de rata, el asomo de bigote, la piel cetrina y el cuerpo flaco.

Así que la cosa está ajustada. 15 votos para la Maika, 15 para la Cristi, 2 para la Pili. Falta solo abrir uno, el del desempate, un voto de calidad diría yo, pues lo ha entregado el Pesca en el último momento, a regañadientes, como siempre hace todo.

El Pesca ha repetido ya dos años, repetirá un tercero. A sus casi 16 todo esto le parece una mierda. Es un chico muy listo, un rebelde innato. Su atractivo es distante, pertenece a un mundo que no es nuestro.

La maestra abre su voto y lee mi nombre. Nadie ríe, tampoco nadie aplaude. Lo que hay es estupor, es desconcierto.

¿Yo?

Todos me miran, como si nunca me hubiesen visto antes.

El Pesca —que nunca bromea, que nunca se burla de nadie— asiente con lentitud. Pues claro, dice. No tenéis ni idea, dice después.

Nadie entiende nada. Yo, gafotas-tímida-patosa, tampoco. Pero en mi interior se extiende una infinita gratitud a la que todavía no sé ponerle nombre.

La Maika y la Cristi se miran, confundidas.

Extrañamente, las dos tienen la sensación de haber perdido.

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