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El mordisco del tiburón

Desde que se estrenó la película de Steven Spielberg sobre el escualo, no hay verano en el que su influencia no esté presente

Montero Glez
Una mujer observa a un grupo de tiburones durante la nueva exhibición 'Ocean Wonders: Sharks!' en el Acuario de Nueva York.
Una mujer observa a un grupo de tiburones durante la nueva exhibición 'Ocean Wonders: Sharks!' en el Acuario de Nueva York.JUSTIN LANE (EFE)

La imagen de una tabla de surf a la que un tiburón ha pegado un mordisco, siempre es advertencia de peligro. Sin embargo, el material del que están hechas las tablas de surf no forma parte del menú de los tiburones. Los escualos buscan platos más jugosos. Vamos a tratarlos, no sin antes hablar de una ley de los mares que, aunque no está escrita, señala que pez grande se come a pez chico.

Esto último, expresado de manera científica, viene a decirnos que la especie de mayor tamaño se encuentra en minoría pues cuanto más pequeño sea un organismo, mayor es su población. De esta manera, los individuos de las especies de mayor tamaño sobreviven comiendo centenares de organismos pequeños, dando lugar a la regla más universal de los mares.

La citada ley trae consigo jerarquías en el fondo de los mares; órdenes naturales donde nos encontramos con la aristocracia de los peces en su escalafón más alto. Dicha aristocracia viene representada por el tiburón ballena, un bicharraco con una boca semejante a la de una hormigonera y que puede alcanzar los 14 metros de largo. Se trata de un tiburón manso y amable, nada que ver con otros de su misma especie pues el tiburón ballena se alimenta de plancton y los seres humanos tampoco formamos parte de su dieta. Los que atacan sin concesiones y a mordiscos suelen ser más pequeños y ahora, que estamos en época de verano, hay que recordar que son abundantes en las profundidades marinas aunque conviene no alarmarse. Puestos a hacer balance, el ser humano consume más tiburón que a la inversa.

Sin embargo, desde que Spielberg rodó su película, no hay playa ni verano en el que su influencia no esté presente cada vez que alguien hace la gracia de nombrar al tiburón a gritos. Mas allá de las bromas, en Florida, durante el verano del 2001, el agua se vio ensangrentada por los ataques de los escualos. En Daytona Beach cundió el pánico entre la gente que hacía surf y la película de Spielberg volvería a infiltrarse en las estructuras psíquicas de los bañistas de la zona. Hay que recordar que la cinta de Spielberg está basada en una realidad; el efecto pánico que cundió durante el llamado “verano del tiburón”, ocurrido en 1916 y cuyos sucesos inspirarían el relato del periodista Peter Benchley para su exitoso libro. El asunto merece un aparte.

Secuencia de la película 'Tiburón', de Steven Spielberg.
Secuencia de la película 'Tiburón', de Steven Spielberg.

A primeros de julio de 1916, las costas y balnearios de New Jersey se llenaron de veraneantes debido, por un lado, a la ola de calor y, por otro, a las propiedades curativas de las aguas. Una epidemia de poliomielitis asolaba Estados Unidos con un resultado de varios miles de víctimas entre paralizados y muertos. Los que podían permitirse el desplazamiento llegaron hasta New Jersey buscando sanarse y se encontraron con escualos husmeando carne humana para su menú.

Los puntiagudos dientes no hicieron distingos entre mujeres y niños. Se ofrecieron recompensas por cada tiburón muerto y el entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, dio orden de acabar con todos los tiburones de las costas cercanas. La dinamita y los rifles de la época hicieron el resto. Con estas cosas, Peter Benchley se documentó para su libro que, poco después, Spielberg llevaría al cine.

Con todo, lo que provoca el ataque del tiburón no es otra cosa que el ruido. Así lo demostraría en el año 2004 el científico Gerhard Wegner. Acompañado por el doctor suizo Erich Ritter, puso en práctica un experimento en alta mar donde robots articulados navegaban sobre tablas de surf, que a su vez eran dirigidas a distancia. El objetivo era refutar la teoría, hasta entonces vigente, de que los tiburones se animaban a atacar cuando percibían una sombra. Además de los robots y las tablas de surf, el experimento se completó con una maleta flotante, cargada con frecuencias de sonido aleatorias. También por otra parte, dispusieron de un cebo que provocase el apetito de los tiburones.

Con tales trampas dispuestas en alta mar, Wegner y Ritter descubrieron que lo que llamaba la atención de los escualos no era la silueta de la tabla de surf y tampoco el cebo, sino la maleta flotante que emitía sonidos. La vibración que llegaba hasta sus oídos -órganos tan sensibles que permiten captar sonidos en frecuencias bajas a larga distancia- llevaba a los tiburones a morder la maleta. Se trataba de un mordisco tímido, por ver si aquello era comestible o no. De ahí la imagen de las tablas de surf con el dibujo de su mordedura. Por decirlo con un juego de palabras: Más que la prueba de un mordisco, el mordisco del tiburón en la tabla de surf, es un mordisco de prueba.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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