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Tentaciones

Resurrection Fest: 12 años de historia y cero denuncias de agresiones sexuales

El Ayuntamiento de Viveiro ha decidido instalar para esta edición un 'punto violeta' como método de prevención

Gojira en el Resu de 2016.
Gojira en el Resu de 2016.Javier Bragado (RF)
Isabel Valdés

En 12 años de historia del Resurrection Fest, en Viveiro no ha ocurrido nada. O no al menos de lo que se tenga constancia. Ni una denuncia por abusos, ni una por agresiones. El festival cuadriplica la población de este apacible pueblo pesquero de la coste norte y jamás se ha producido un altercado relacionado con violencia sexual. Sin embargo, desde el Ayuntamiento han decidido que la prevención nunca está de más y han puesto en marcha la creación de un punto violeta.

María Loureiro, la alcaldesa, cuenta que será un lugar para informar y servirá como centro de atención dentro del recinto del festival. Surgió el pasado lunes, durante la reunión de la Junta de Seguridad que tienen cada año para preparar el dispositivo que funcionará durante el evento. “La concejala de Igualdad es quien está al frente de este proyecto, trabajando de forma conjunta con los cuerpos de seguridad, los sanitarios, diversos colectivos y la organización del festival, que estuvieron de acuerdo desde el minuto cero”, explica la edil.

Además de este puesto —en el que se ofrecerá asesoramiento y apoyo a víctimas si las hubiese y pautas para prevenir y detectar cualquier tipo de agresión a quien quiera acercarse—, desde el consistorio han pedido a la Policía Nacional que forme a quien trabaja durante esos días para que conozcan la mejor forma de actuar y proceder si se diese el caso. “Tanto Policía como Sergas (el servicio gallego de salud) tienen sus propios protocolos activados en cuanto da comienzo el festival. No consideramos que nos haga falta uno propio, puesto que no hay un solo antecedente y el ambiente está lejos de parecerse a otros festivales, la verdad”.

El perfil del festivalero del Resurrection es, según los datos de la propia organización, ligeramente más masculino que femenino, muy internacional, amantes del rock, punk, metal y hardcore, cada vez más con familia —desde 2014 cuentan con un festival para los más pequeños dentro del recinto, el ResuKids— y con una edad mayoritaria comprendida entre los 18 y los 35.

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Con este dibujo de quienes llegan hasta Viveiro (una localidad que prevé para este año pasar de 18.000 habitantes a acoger 85.000 espectadores de más de 30 países, un impacto económico de 13 millones de euros y la creación de 2.000 puestos de trabajo), Sete Marcos, de la organización, tiene claro que la tolerancia hacia las agresiones ha de ser cero y hasta el momento, esa ha sido por parte de todos los que forman parte del festival. Los que están allí durante todo el año y los que llegan.

“A pesar de que nunca ha pasado nada, nos parece una idea estupenda que se haya puesto en marcha esta forma de anticipación. Después de todo lo que ocurrió con La Manada [el caso de abusos sexuales a una joven en los Sanfermines de 2016 por parte de cinco sevillanos] la conciencia social y a nivel de festivales e instituciones es cada vez mayor, y nos parece absolutamente necesario. Este tipo de acciones empieza a ser inevitable para cualquier evento multitudinario”. Asegura que lo que se decida para el Resurrection Fest, del 11 al 14 de julio, tendrá réplica en el Tsunami Xixón (el 3 y 4 de agosto en Gijón) y en el O Son Do Camiño (del 28 al 30 de junio), los otros dos festivales que comparten organización con el Resurrection Fest.

Siempre es una buena noticia los pequeños o grandes pasos que reflejan un aumento de la conciencia y la acción tanto institucional como privada por parte de promotoras y empresas. Pero la mejor de todas está aún por llegar, lejos. Esa en la que contemos que no hacen falta ni puntos violetas ni protocolos ni vigilancia especial.

Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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