El mundo escondido de Jalouise, el arrabal que acogió a las víctimas del terremoto de Haití
Hace ocho años, un terremoto acabó con la vida de más de 300.000 personas en Haití y dejó sin hogar a más de un millón. El arrabal de Jalousie, cercano a la capital, Puerto Príncipe, sobrevivió al temblor y acogió a miles de desplazados. A pesar de las tremendas carencias, los vecinos se las arreglan para llenar su día a día con dignidad, esperanza y sentido de comunidad.
LA MAYORÍA de los visitantes de Puerto Príncipe, la capital de Haití, solo reciben un atisbo fugaz de Jalousie cuando pasan por la carretera junto a la colmena de chabolas multicolores que se aferran a la empinada ladera del monte Morne L’Hôpital.
El Gobierno pintó las casas en 2013 (en homenaje al artista haitiano Préfète Duffaut, fallecido el año anterior) como parte del proyecto Belleza frente a pobreza: Jalousie de colores, al que se destinaron 1,4 millones de dólares (algo más de 1,1 millones de euros). Sus habitantes llaman a la iniciativa “el bótox”. Jalousie es único porque, al estar situado en la ladera de la montaña, queda a la vista de los habitantes del acaudalado distrito de Pétion-Ville. Algunas voces críticas han insinuado que el dinero gastado en pintar las casas se podría haber empleado en mejorar los servicios básicos de agua y electricidad en vez de en intentar mejorar las vistas más agradables desde las ventanas de un hotel de lujo y desde las fastuosas villas coloniales restauradas.
Al entrar en este suburbio casi vertical levantado hace 60 años y caminar entre sus viviendas apiñadas hechas de bloques de hormigón es fácil advertir por qué se ha ganado el apodo de “miseria de colores”. Cuando la maraña de cables conectados ilegalmente a la red eléctrica deja de funcionar, el camino se ilumina con velas y linternas y las familias usan carbón para cocinar. Cuando llueve, ríos de desechos de plástico se acumulan a la entrada de las casas. Sin embargo, en medio de estas condiciones de extrema pobreza, los habitantes de Jalousie hacen todo lo posible por conservar la dignidad y el orgullo en su mundo. Un hombre levanta pesas de cemento en un gimnasio improvisado; una joven se hace la manicura en el salón de belleza; dos niñas juegan y bailan en una chabola vacía mientras un hombre ayuda a su hija a hacer los deberes. Después de la lluvia, la comunidad trabaja codo con codo para retirar los escombros y la basura y mantener el entorno lo más limpio y cómodo posible.
Los vecinos de Jalousie carecen de agua potable, luz y alcantarillas
Tras el terremoto de 2010, en el que murieron más de 300.000 personas y un millón perdió su casa, muchos haitianos desplazados se instalaron en suburbios como Jalousie (celos, en francés) que se libraron de la devastación. El país caribeño es uno de los más pobres del mundo. Según la última encuesta sobre las condiciones de vida de los hogares después del seísmo (ECVMAS 2012), de los 10,4 millones de haitianos, más de 6 (59%) viven bajo el umbral nacional de la pobreza, con menos de 2,41 dólares al día (dos euros), y más de 2,5 (24%) se encuentran debajo del de la pobreza extrema, con menos de 1,23 dólares diarios. En torno a un 74% de la población urbana del país reside en chabolas.
Además de carecer de alcantarillado (el 66% de la población no tiene acceso a unas instalaciones sanitarias adecuadas) y suministro eléctrico, los habitantes de Jalousie no disponen de agua corriente. Los vecinos hacen cola en los puntos de distribución de agua y cada día pagan —niños incluidos— 35 centavos por un cubo de 19 litros que pesa otros tantos kilos y que luego han de transportar montaña arriba sobre la cabeza. Esta situación no es ni mucho menos excepcional. El 75% de los haitianos que viven en zonas urbanas no tiene acceso al agua potable, lo que ha espoleado un brote de cólera llevado por cascos azules nepalíes de la ONU en 2010, y que ha terminado por convertirse en una epidemia con 30.000 muertos y un millón de afectados.
A pesar de los casi 13.000 millones de dólares donados a raíz del terremoto, el dinero no se ha traducido en cambios prácticos para los haitianos. Aunque las ONG tienen una presencia masiva en el país — antes del terremoto trabajaban en él más de 10.000—, el Gobierno haitiano anunció hace poco que había vetado a 300 organizaciones extranjeras porque no guardaban “relación con las necesidades de la gente”. También ha suspendido la actividad de la británica Oxfam, cuyo equipo contrató prostitutas tras el sismo de 2010. Ese escándalo ha alimentado las acusaciones de corrupción.
El 85% de las familias de Jalousie calcula que sus ingresos solo cubren parte de sus necesidades o que no las cubren en absoluto. Mientras las ONG y los políticos se enzarzan en discusiones, la vida de los habitantes del suburbio sigue siendo una lucha contra los elementos. Además de su batalla diaria con la falta de infraestructuras, de colegios para los niños, de recogida de basuras y suministro eléctrico estable, de sus problemas de salud y de una creciente desconfianza hacia lo que muchos haitianos denominan “la república de las ONG”, la población de Jalousie se enfrenta a un futuro cada vez más incierto por otra razón. Una falla sísmica secundaria atraviesa la ladera de parte a parte, lo cual expone la zona a futuras catástrofes. Asimismo, debido a la topografía escarpada y a la ausencia de vegetación, existe un grave peligro de que se produzcan corrimientos de tierras. Al menos 1.300 viviendas inestables han sido calificadas de amenaza para sus habitantes.
Muchos haitianos desconfían de las ONG, que tienen una presencia masiva
La pregunta que se hace todo el mundo en Jalousie es sencilla: ¿cuándo abordarán el Gobierno de Haití y las ONG internacionales los problemas apremiantes a los que se enfrentan los habitantes de los barrios pobres? La comunidad de Jalousie, estrechamente unida, resiste y logra sobrevivir por sus propios medios. Pero con un crecimiento constante de la población y los desastres naturales al acecho, no está claro cuánto podrá perdurar su forma de vida.
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