Los tesoros de Dior
De los vestidos de Grace Kelly a los zapatos de Wallis Simpson. Entramos en los archivos de la ‘maison’ francesa. Un espacio casi inaccesible que esconde los secretos del lujo de los siglos XX y XXI.
En la fachada no hay ningún letrero. Ni siquiera una pequeña placa. Tras cruzar la entrada de carruajes se accede a un patio de estilo Haussmann, donde se encuentra, casi oculta, una pequeña garita de seguridad que da paso, finalmente, a una anodina puerta blanca. Tan insípida que podría ser la de la consulta de un dentista. Nada hace sospechar que al otro lado aguarda una suerte de cueva de Alí Babá de la moda, la caja fuerte donde se custodian los tesoros y secretos de una de las maisons más influyentes de los siglos XX y XXI, el paraíso de cualquier historiador textil. Estamos en los archivos de Dior en París.
La guardiana de este legado es, desde 1996, Soizic Pfaff, una imponente mujer francesa de edad indefinida. Lleva 44 años trabajando para la firma fundada en 1946 y aún exhibe una pasión por su trabajo tan sorprendente como envidiable. Igual que su memoria notarial, capaz de recordar la historia que esconde cada una de las miles de piezas del archivo. La conservadora tiene sus favoritas y ningún reparo en reconocerlo. Entre ellas está un vestido que ni siquiera es un auténtico Dior. Se trata de la versión que el diseñador estadounidense Oleg Cassini hizo de una creación de Marc Bohan —responsable de la marca de 1960 a 1989— para Jackie Kennedy, una práctica bastante habitual en aquella época. “Si observas ambas prendas con detenimiento, te das cuenta de que no son exactamente iguales. La de la señora Kennedy no estaba tan delicadamente bordada”, explica Pfaff.
Pese a todo, el sucedáneo de Cassini tiene un gran valor histórico: permite entender hasta qué punto las creaciones de Dior dictaban tendencia en los años sesenta y setenta. Tanto que las copias —firmadas por modistas de renombre o propiciadas por patrones publicados en revistas de costura— eran interpretadas como una consecuencia inevitable de su influjo global. “Dí con el vestido de Jackie Kennedy a través de anticuario del sur de Francia. Quería deshacerse de dos prendas porque consideraba que no encajaban con la filosofía de su tienda”, recuerda la directora de los archivos. “Uno de ellos me sonaba muchísimo. Cuando me di cuenta de que era exactamente igual al de la primera dama no me lo podía creer. Por supuesto, no se lo dije al anticuario, me mostré indiferente y lo conseguí por un precio fantástico”.
A principios de marzo, cuando visitamos los archivos, el vestido se encontraba en una exposición. Normalmente reposaría junto a otros diseños en una sala que recuerda a un laboratorio, con luz tenue, temperatura regulada y guardarropas de metal. Allí las piezas penden de perchas rodeadas por cajas de tela que parecen pequeños armarios individualizados. Su función es evitar que el contacto continuado entre los tejidos degrade las piezas. Las más delicadas o aquellas que por ser palabra de honor no se pueden colgar se almacenan en cajas.
Pfaff desliza una balda móvil y descubre un modelo Mil Flores, perteneciente a la colección Miss Dior de la primavera-verano de 1949. Parece un jarrón Ming. Protegido por decenas de rulos de papel de seda, tiene a la altura del pecho un delicado envoltorio rectangular, semejante al de las hebras de azafrán, que oculta un pequeño lazo de gasa. Se trata de un diseño icónico. Para darle forma, Christian Dior se inspiró en los recuerdos de su infancia en los jardines de Granville, una de sus obsesiones recurrentes. La directora lo encontró en Estados Unidos. Es el único que la marca conserva. “No estaba en muy buen estado. Así que pagamos una cantidad aceptable, ya que hizo falta arreglarlo mucho”.
La conservadora encontró el primer catálogo de la firma en la caja de una mudanza que iban a tirar a la basura
Hoy Pfaff cuenta con un equipo de 14 personas, de las que 5 se dedican en exclusiva a la conservación de las piezas. Entre ellos, un joven que, en la llamada sala de pruebas, zurce un espectacular vestido de John Galliano, director creativo de Dior de 1996 a 2014. Por su delicadeza y mimo, se podría pensar que está restaurando la Capilla Sixtina. Tras él asoma una hilera de maniquíes-transformers a los que se les han añadido hombreras y falsas caderas de espuma. Se usan para exponer los vestidos o para restaurarlos. “Como están hechos a medida, adaptamos los maniquíes para que la ropa no sufra”. Los diseños parecen felices. Pfaff también. Aún recuerda cuando el departamento de archivos contaba con un único miembro —ella misma— que trabajaba en un “lugar mucho menos glamuroso” que su nueva y moderna sede, inaugurada hace apenas un año.
Cuando se puso en marcha de forma más seria, en 1987, era fundamentalmente un centro de documentación. Pero ese mismo año, Bernard Arnault, propietario de la firma desde 1984, decidió organizar una espectacular exposición retrospectiva en el Museo de las Artes Decorativas de París —Hommage à Christian Dior 1947-1957— para la que pidieron en préstamo vestidos y complementos a sus clientes más ilustres. “Una vez terminada, algunos nos los cedieron y otros nos los vendieron. Raniero de Mónaco donó dos diseños fabulosos pertenecientes a la princesa Grace”.
“John Galliano lo sabía todo sobre Dior, pero quería ver cada vestido que teníamos. Tardé una semana en enseñarle los fondos”
Así comenzó un excitante trabajo de búsqueda y captura que les ha llevado a recuperar piezas históricas como los mocasines favoritos de Wallis Simpson. Dior guarda un modelo de casi todas las prendas y complementos lanzados tras la llegada de John Galliano, pero aún quedan por recobrar muchos trabajos pertenecientes a las épocas de Dior, Bohan y Gianfranco Ferré (1989-1996). En contra de lo que cabría pensar, este proceso no se rige por un listado de objetivos o prioridades. “Sería imposible seguir un inventario: hay cosas que no puedes perseguir porque no sabes ni que existen. Es parte de la magia. Siempre hay sorpresas esperando”. Y recuerda cómo llegó a sus manos el primer catálogo de la primera boutique de Dior en París. Fechado en 1951, con sus preciosas ilustraciones de zapatos, calcetines y paraguas, incluye una nota al pie de página en la que se anunciaba que los pedidos podían ser enviados por avión. “Alguien hizo una mudanza y metió todos los viejos papeles que no le interesaban en una caja. Yo lo encontré”.
Esa pequeña libretita es, para Pfaff, la prueba tangible de que Christian Dior fue también un pionero en lo que a estrategia comercial y de comunicación se refiere. El documento está forrado con un plástico transparente como el de los libros de texto. Así se guardan todos los títulos publicados por el fundador de la marca —en varios idiomas, incluido el japonés— y manuales internos. Pfaff abre uno de ellos y muestra una ilustración de una coqueta fachada. “La primera tienda de Dior que tuvo escaparate a la calle fue la de Caracas, porque a la de París se accedía a través del departamento de alta costura”, cuenta.
Sudamérica fue un mercado muy importante para la casa francesa durante los años cincuenta y sesenta. El modista llegó a desfilar hasta en 14 países del continente durante 1954. También en España, como prueban las fotos almacenadas en una caja (Reino Unido o Italia ocupan varias). Junto a catálogos de exposiciones y eventos relativamente recientes se encuentran unas imágenes en blanco y negro que recogen la llegada de los baúles de la maison a Barajas y la posterior soirée. Desgraciadamente, las fotos no vienen acompañadas de una lista de invitados o dosier. Lo único que Pfaff sabe de este desfile es que se celebró en mayo de 1955 a beneficio de las Escuelas Salesianas de Francos Rodríguez y de las Damas Catequistas.
Además de organizar y compilar la historia de la marca, los archivos son una herramienta y fuente de inspiración impagable para sus diseñadores. Pfaff ha colaborado estrechamente con los tres últimos, y la forma en que cada uno de ellos se ha aproximado al legado de Dior habla también de su manera de trabajar y de su personalidad creativa. Otro secreto más que atesora la conservadora. “John Galliano lo sabía todo sobre la marca, pero quería volver a verlo todo. Le enseñé cada vestido, cada complemento y cada documento que teníamos durante una semana entera. Era muy agradable”, recuerda con una sonrisa. Raf Simons, que sucedió al británico en 2012, resultó “completamente distinto”. El belga solo estaba interesado en los textiles y bordados. “Era muy preciso, analizaba cada muestra al milímetro y discutía sus ideas con el equipo de asistentes que le acompañaba”. Con Maria Grazia Chiuri, la directora creativa llegada a la maison en 2016, es con la que más tiempo ha compartido. “Ella se define como la conservadora de un museo. Ha estudiado a todos los que han venido antes, no solo al señor Dior. Por ejemplo, ha recuperado como símbolo una abeja que aparecía en las camisas de Hedi Slimane [responsable de las colecciones de hombre de 2001 a 2017] y la tipografía de sus bolsos es vintage”.
Los diseños de Chiuri se van almacenando ahora, junto al grueso de los fondos del archivo, en una nave a las afueras de París. La firma prefiere no dar detalles sobre su ubicación por razones de seguridad. Tampoco sobre la de la sede central que visitamos. Allí Pfaff gestiona las piezas más especiales, los auténticos tesoros. Solo el tiempo dirá qué creaciones actuales consiguen hacerse un hueco entre las joyas de Galliano y los bocetos de Christian Dior.
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