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CLAVES
Columna
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Cataluña, Madrid, España

El caso Cifuentes deja al sistema español sin rumbo político en sus comunidades autónomas líderes

Xavier Vidal-Folch
Cifuentes responde en el pleno de la Asamblea a cuestiones relacionadas con el polémico máster.
Cifuentes responde en el pleno de la Asamblea a cuestiones relacionadas con el polémico máster.MARISCAL (EFE)

Ha querido el azar —quizá la necesidad— que tres grandes crisis peninsulares encadenen sus explosiones, multiplicando cada una los efectos de las demás.

Al suicidio colectivo del grueso de la clase política independentista catalana se le enroscó desde el inicio la incomparecencia política de la gobernanza central-centralista. Y ahora se les suma a ambas el conjunto vacío descubierto en la Comunidad de Madrid.

En su condición de muerta viviente que desconoce esa molesta condición, Cristina Cifuentes quizá ignore que destruyó, rauda, su perfil de verso suelto; y su desmarque de la incesante corrupción local mediante la receta de tolerancia supuestamente cero; y su patrimonio como alternativa en un partido harto escaso de ellas.

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La suceda quien la suceda, incluso si es de su misma cuadra, Madrid ha dejado de ser territorio PP, para pasar a constituirse en termómetro de las distintas familias del centro a la derecha y en laboratorio de diferentes combinaciones y ensayos.

No es oportuna esa crisis, que viene a agravar el diapasón de las anteriores en un momento clave para el futuro europeo y para el futuro de este país en Europa. Pero, ¿quién las elige?

A efectos prácticos más cercanos, domésticos, el vacío de Madrid deja al sistema español sin rumbo político —¿por cuánto tiempo?— en sus comunidades autónomas líderes, sin capacidad de arrastre de sus dos locomotoras económicas territoriales, sin referencias útiles en sus dos zonas más prósperas.

Todo eso sería menos grave si el Gobierno no se abocase a una fase de pato cojo prematuro. Si generase la percepción de que conserva alguna capacidad de iniciativa. Si plantease iniciativas nuevas, más allá del deseo de durar que se le supone.

La triple crisis exige energía y reformas: que acompañen la bonanza económica y la prolonguen. Pero no dibuja una reedición del 98, ni refleja un Estado amortizado ni esconde una enfermedad terminal. Algunos nacionalistas sueñan que “las bases para la demolición del edificio [del Estado] están puestas”. Ya en los noventa su padre espiritual les advirtió de que si “Cataluña es como Lituania, España no es como la Unión Soviética”. Pero si no se remoza, la amenaza una cruel, insoportable mediocridad.

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