El legado de Stephen Hawking
Pese a su enfermedad, el físico siguió haciéndose preguntas y trabajando activamente en sus formulaciones teóricas
Ayer nos despertamos de nuevo con la triste noticia de que uno de los grandes científicos de la física del siglo XX se nos había ido, el profesor Stephen Hawking. Hace pocos días, el 6 de febrero de 2018, recordábamos al Profesor Donald Lynden-Bell. Ambos fueron compañeros en la Universidad de Cambridge y ambos son referentes en ciencia para todas las personas que nos dedicamos a la astrofísica o la cosmología. Descansen en paz.
En 1969, Donald Lynden-Bell fue el primer astrofísico que sugirió que la energía liberada por los cuásares era debida a la liberación de energía gravitacional, a medida que la materia es acretada por un agujero negro supermasivo en los núcleos de las galaxias. Cincuenta años después, los astrónomos podemos asegurar que la mayoría de las galaxias del Universo visible albergan agujeros negros supermasivos. Dos años después de este hallazgo, Stephen Hawking se incorporaba al Instituto de Astronomía de Cambridge donde permaneció hasta 1973 y comenzó a aplicar las leyes de la termodinámica a estos agujeros negros de grandes masas (superiores a millones de masas solares). En 1973 se trasladó al Departamento de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica de la misma Universidad de Cambridge donde continuó con sus investigaciones sobre agujeros negros. En 1974, publicó su contribución más resaltable a la temprana edad de 32 años, su teoría de la radiación de Hawking proveniente de los agujeros negros. Por vez primera se intentaba unificar la mecánica cuántica y la relatividad general. De forma intuitiva la radiación de Hawking es una radiación que ocurre en el horizonte de sucesos de un agujero negro y es enteramente debida a efectos de tipo cuántico.
Pero aún por encima de su estatura científica, la principal grandeza de este hombre fue que demostró que se puede. Ya en 1974 los efectos de su enfermedad eran apreciables, necesitaba ayuda para moverse y apenas se le entendía lo que hablaba. En 1985 perdió el habla totalmente y su comunicación con el exterior se hizo a través de una computadora que manejaba con un solo dedo. Sin embargo, lejos de deprimirse como le hubiese ocurrido al común de los mortales, siguió haciéndose preguntas y trabajando activamente en sus formulaciones teóricas. Su sentido del humor británico era muy apreciado entre sus colegas cuando manifestaba que había cambiado el acento británico por el estadounidense de la cosa oeste, ya que el sintetizador de voz se fabricó en California.
Su determinación unida a una curiosidad que se demostró insaciable a lo largo de su vida le llevaron a protagonizar acciones que han sido un verdadero ejemplo. Viajó por todo el mundo a bordo de su silla de ruedas inteligente, incluida la Antártida; asistió hasta el final de su vida a innumerables reuniones y congresos científicos en todos los continentes; a los 60 años se subió a un globo y a los 65 participó en un vuelo de gravedad cero. En el Instituto de Astrofísica de Andalucía y en la ciudad de Granada aún se recuerda su visita en 2001. El 24 de abril de ese año nos acompañó en el instituto y su conferencia ha quedado como uno de los actos de divulgación científica más multitudinarios celebrados en Granada. Hubo que disponer pantallas gigantes en la calle porque el público asistente desbordó la capacidad de la sala.
Esa era otra de las características de su personalidad, su capacidad para llegar a todo tipo de personas. Lo conseguía en persona y lo consiguió de manera espectacular con sus libros de divulgación. Su Breve historia del tiempo vendió más de diez millones de ejemplares en todo el mundo y eso es una auténtica hazaña para un texto de física. Popularizó conceptos cosmológicos y consiguió que personas que antes no se habían ocupado nunca de la ciencia descubrieran que la investigación es apasionante.
La divulgación fue una de sus grandes obsesiones. Defendía que todas las teorías de la física, incluso las más complejas, habría que explicarlas para que cualquier persona las entendiese. Estaba convencido de que las discusiones científicas sobre la naturaleza del universo debían realizarse entre todos: científicos y legos. Adelantó la ciencia ciudadana.
Con su tesón por vivir logró demostrar, además, el papel clave que los desarrollos tecnológicos tienen para nuestra civilización. Su silla de ruedas y su sintetizador de voz eran tan populares en todo el mundo como él mismo. El afán de Hawking por pasearse por los cinco continentes e incluso ese cierto punto de exhibicionismo que demostró siempre lograron que millones de personas vieran que la tecnología es una herramienta necesaria y ese supone otro de los legados imprescindibles que nos deja este hombre único.
Josefa Masegosa es astrofísica e investigadora científica del CSIC en el Instituto Astrofísico de Andalucía.
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