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La princesa Leia vive en Valencia

Felipe Hernández

Heroínas de ‘Star Wars’…, pero en versión celtibérica. Detrás del atuendo y del peinado de las falleras hay grandes inversiones de tiempo y dinero: un vestido puede costar hasta 40.000 euros. Las Fallas constituyen un verdadero culto a la artesanía.

ALMUDENA TIENE 24 años y los atributos propios de una princesa. Su vestido estilo siglo XVIII, confeccionado con una seda que dibuja complicadas tramas de flores y arabescos, bien podría pasar por el de una cortesana de Versalles. Se complementa con zapatos tapizados a juego, manteletas bordadas con hilo de oro y un complejo peinado aderezado con joyas. El atuendo tradicional valenciano es por definición un derroche de lujo, brillo y color. Un capricho barroco heredado del gusto por la ostentación que implantaron los Borbones en España en el siglo XVIII. El influjo francés inundaba por aquel entonces la moda europea y tuvo especial resonancia en la cultura popular del Reino de Valencia, tierra con una larga tradición en el cultivo de moreras y la confección artesanal de sedas de la mayor calidad.

Las fiestas falleras, que finalizan el lunes 19 con la cremà de los monumentos, son para muchos valencianos algo sagrado. Cada familia deposita en ellas una inversión emocional y económica. Dependiendo de la riqueza de la tela, un traje completo puede costar desde 1.500 hasta los 40.000 euros (si está confeccionado con espolín, la reina de todas las sedas). Para hacer frente al pago, algunas familias recurren al banco y piden un crédito.

El ritual del peinado es largo y doloroso si no lo hace un profesional y suele ser fuente de dramas familiares

La rigurosidad histórica del atuendo es fuente habitual de debate entre puristas y evolucionistas: el peinado, los aderezos y el traje han de guardar coherencia. La raya en medio y un solo moño trasero acompaña el traje del siglo XVIII (el que tiene corpiño por fuera, pañuelo que cubre el escote y delantal). En cambio, los tres moños (uno grande trasero y dos rodetes laterales) son adecuados para el vestido del siglo XIX, que se caracteriza por tener una manga más corta de farolillo.

Hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres conservaban el cabello largo toda su vida y lo peinaban recogiéndolo sin necesidad de ceras o gominas. La propia grasa del pelo, que hace dos siglos solo se lavaba de vez en cuando, era suficiente para mantener los recogidos bien prietos. Hoy día se suele componer el trenzado utilizando largas mallas de pelo natural, aunque también se puede hacer trampa con rodetes y moños de quita y pon, que vienen cosidos de fábrica.

Los verdaderos expertos son incluso capaces de identificar el “sello” de un peluquero observando únicamente las ondas frontales que enmarcan el rostro de una fallera. Aunque parezca mentira, el mundo de los peinados de valenciana también tiene sus estrellas. Carlos Ruiz es una de estas celebridades locales. Él es el estilista “de cabecera” de las falleras mayores de Valencia y de toda su corte de honor. A su salón acuden en peregrinación cerca de cien mujeres al día durante las fiestas. Muchas pasan la noche a las puertas del local para ser atendidas a primera hora y llegar así perfectamente peinadas a los actos de la mañana del día siguiente.

Felipe Hernández

El proceso de peinado puede resultar largo, tedioso e incluso doloroso, sobre todo si no lo realiza un profesional. Lo habitual es que madres y abuelas peinen a sus hijas en casa; un ritual que muchas veces acaba en discusiones y pequeños dramas domésticos que de alguna manera también forman parte de la tradición. “Las madres hacen lo que pueden, porque no es un peinado fácil”, cuenta Judith Górriz mientras dibuja con precisión una raya central en la cabeza de Almudena. La joven, de 24 años, escruta a través del espejo los movimientos de su peluquera, que enrolla con cuidado uno de esos rodetes laterales que traen a la memoria los de la princesa Leia en la primera saga de Star Wars.

Aunque no existe una adaptación contemporánea del traje de fallera, sí podemos encontrar en la moda actual algunos guiños. “Zara lanzó en noviembre unos botines realizados en lo que podríamos llamar ‘tela de fallera’, aunque esta ha recibido también tratamientos más complejos”, explica el periodista especializado Daniel Borrás. “Por ejemplo, en los vestidos de Miguel Becer para su marca ManéMané, reivindicando el folclore y las técnicas de distintas comunidades autónomas, pero con patrones absolutamente contemporáneos, y de manera muy especial en la colección de otoño-invierno de 2016 de la firma japonesa Comme des Garçons, que es un ejercicio de volúmenes imposibles realizados con una seda bordada que perfectamente podría usarse para un traje de valenciana”. 

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