El silencio
Según la OMS, una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños es víctima de "abuso sexual"
Quizás sería mejor hablarles a ellos. Decirles: “Nadie te va a creer. Mami no te va a creer, la abuela no te va a creer. Te encogerás cuando escuches ruidos al otro lado de la puerta de tu cuarto, te dará terror asistir a las clases de gimnasia y al confesionario, pero para mami, para la abuela, para tus compañeros, ese cerdo que entra en tu cuarto o se encierra con vos cuando termina la clase no es un cerdo sino el papi adorado, el abuelo adorado, el profesor o el cura al que todos aman. Tendrás pánico de contarle a mami porque cuando lo sepa va a echar a papi de casa (y vos serás el culpable), y de contarle a la maestra porque tu profesor te dijo que esto es un secreto entre los dos (y que si deja de serlo tu vida se transformará en un espanto peor)”. Quizás sería mejor decirles: “Si eso pasa, esto es lo que tenés que hacer”. Porque las armas que aplicamos hasta ahora no parecen dar resultado. Según la OMS, una de cada cinco niñas y uno de cada 13 niños es víctima de “abuso sexual” (traducido: un ser humano de seis años es perforado por un adulto que sabe lo que hace). Hay decenas de campañas. Casi todas repletas de eufemismos anestésicos y dirigidas a adultos que, en ocasiones, son quienes amparan al que viola (en la mayoría de los casos el que viola es papi, abuelo, padrastro). Leo en un informe de Unicef una lista de mitos refutados. Uno de ellos es: “Los niños de preescolar no necesitan obtener información sobre el abuso sexual porque se aterrorizarían”. Renglón seguido, el informe intenta derribarlo: “Los programas educativos ayudarían a que, desde pequeños, desarrollaran habilidades para protegerse de una manera útil y eficaz de los agresores”. Pero, como es aterrador hablar de esto con los niños, adherimos al carnaval del eufemismo vacuo que tranquiliza conciencias adultas y replica el silencio —nada metafórico— con el que amordazan a sus víctimas los violadores.
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