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País con 100 millones de habitantes busca sistema sanitario universal

La falta de recursos y personal lastra los tímidos avances del servicio de salud en Etiopía

Vídeo: Gabriel Pecot | Miguel Lizana (Aecid)
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En una rotonda mal asfaltada se ultima la construcción de un moderno edificio de tres plantas. Frente a él, el restaurante Addis Ababa ofrece a los turistas la tradicional injera etíope y cobra 23 birr (en torno a 0,8 euros) por una botella de litro y medio de agua. Inasequible para los vecinos que viven a mano derecha, en un amasijo de viviendas de cemento rematadas con tejados de uralita y aluminio. Por una galería se llega a un patio, donde el agua que beben sus habitantes lleva casi dos años contaminada con heces y aguas fecales.

Es Zarespiki, en Adís Abeba, la capital de Etiopía. El segundo país más poblado de África y, pese a su vertiginoso crecimiento económico (por encima del 10% en la última década), uno de los últimos en el Índice de Desarrollo Humano: es el 174º de 188. El cemento y el asfalto cubren casi toda la ciudad, cuya rápida expansión en las últimas décadas ha dejado problemas estructurales como la falta de agua potable, la ausencia de saneamiento o la polución. Son retos añadidos a la desnutrición, las muertes infantiles y maternas, el VIH o la tuberculosis. Enormes problemas de salud que el Programa de Extensión Sanitaria, una ambiciosa iniciativa gubernamental que lleva 15 años en funcionamiento, trata de encarar inventando la forma de superar la falta de medios. El reto es enorme: atender las necesidades médicas de los más de 100 millones de etíopes.

Ante la falta de profesionales cualificados —solo hay unos 1.500 especialistas médicos en todo el país— los poderes públicos llevan años apostando por soluciones de urgencia para intentar mejorar las cifras (de personal y de salud nacional). La idea de la extensión pasaba por formar a toda velocidad a agentes sanitarios, que serían los encargados los servicios médicos a unos ciudadanos acostumbrados a intentar usarlos solo en casos extremos. En las áreas urbanas, visitando a la población correspondiente a cada centro de salud. En las rurales, a través de pequeños puestos de salud atendidos, para superar las reticencias culturales propias de cada lugar, a personas de la propia comunidad con una formación básica. Esa estructura se complementa los ejércitos de desarrollo sanitario, que enrolan a cabezas de familia (en la práctica, a las mujeres) para involucrarlas en el cuidado de la salud de la aldea o barrio, especialmente en temas como la salud materna o la planificación familiar.

Medhanit Zewedu, con su hijo y una de sus vecinas, en Adís Abeba (Etiopía).
Medhanit Zewedu, con su hijo y una de sus vecinas, en Adís Abeba (Etiopía).Gabriel Pecot

El dibujo, sobre el papel, parece simple. Pero la compleja realidad del país complica su puesta en práctica. El crecimiento económico superior al 10% no se traduce directamente en gasto social. Y hay amplísimas zonas rurales aquejadas de sequías, inundaciones y tensiones políticas constantes. Y en las ciudades la situación tampoco es fácil. En muchas partes de Adís, el agua potable y el saneamiento aún son un lujo y todavía quedan por construir 40 de los 120 ambulatorios que en teoría deben cubrir la capital.

En la barriada de Zarespiki junto al restaurante Addis Ababa, Medhanit Zewedu da el pecho a su hijo pequeño, de un año, en una de las dos angostas estancias en las que vive con su marido, policía, y su otra hija, de ocho. A sus 29 años, es la líder del ejército sanitario de esta zona. “Tenemos problemas con la alimentación de los niños y algunos casos de tuberculosis, pero la principal preocupación es la contaminación del agua”. En este revoltijo de viviendas solo hay tres letrinas —simples y malolientes agujeros en el suelo asfaltado­— para casi una treintena de familias.

En cifras

Etiopía

  • 102,4 millones de habitantes.
  • Tres camas de hospital por cada 10.000 habitantes.
  • 2,8 profesionales médicos cualificados por cada 10.000 habitantes.
  • 353 muertes maternas por cada 100.000 nacimientos (en 2000 eran 897).
  • 68,4 muertes de menores de cinco años por cada 1.000 nacidos vivos (en 2000 eran 143,7).

El agua de las fuentes lleva contaminada más de un año, y la solución, que compete al Ayuntamiento, no ha llegado aún (ni se le espera). Así que las extensionistas de salud del centro del distrito, el de Afincho Ber, les proporcionan una solución a base de cloro para potabilizar el líquido.

“Por ese problema de agua teníamos muchos casos de diarrea, sobre todo entre los niños”, cuenta Medhanit Zewedu. “Y lo normal era darles un remedio tradicional a base de café y miel”. Ahora, dice, o bien llaman a las extensionistas o van directamente al centro de salud. Las mujeres del “ejército” también se reúnen periódicamente para comentar los problemas sanitarios (y otros) de los vecinos. Son la primera línea de defensa. Medhanit —que pasó por una formación de cuatro meses— comparte con ellas la información y las campañas de concienciación transmitidas por las extensionistas: medidas contra la tuberculosis, prevención para el VIH, lactancia materna, planificación familiar… Los avances llegan, aunque lentamente: la tasa de mortalidad infantil se ha reducido un 40% en la última década, pero aún mueren 64 niños por cada 1.000 nacidos vivos (16 veces mayor que en España).

“Lo mejor de este plan es que ha creado una demanda por parte de la población: hay más gente que exige un servicio, y eso nos obliga a mejorar”

Las agentes sanitarias, que se llevan desplegando en el país desde hace una década, visitan a todas las familias de la zona que tienen asignada y tratan de controlar los brotes de enfermedades, hacen un seguimiento a los pacientes dados de alta o del estado nutricional de los niños y se aseguran de que todos continúen su tratamiento. “Me gusta ayudar a la comunidad, pero este trabajo es muy duro: son muchas horas”, dice Ayhalem Bekele, una de las que trabaja en el centro de Afincho Ber.

Esta red de extensionistas (más de 38.000) ha ido ampliando su formación con los años, aunque por ahora solo una de cada cuatro ha alcanzado el nivel de una enfermera titulada. Pero empiezan a conseguir que barrios y pueblos que vivían de espaldas al sistema de salud sepan que este existe y que pueden hacer uso de él. Aunque ese conocimiento sirve de poco si las familias con pocos recursos (la mayoría) no pueden pagar por el tratamiento. En teoría, los identificados como vulnerables tienen una tarjeta con la que el tratamiento y las medicinas son gratuitas. Pero varios pacientes en el centro de salud de Afincho Ber se quejan de que no siempre es así.

Una mujer de la comunidad de Zarespiki (Adís Abeba), espera a que atiendan a su hija en el centro de salud.
Una mujer de la comunidad de Zarespiki (Adís Abeba), espera a que atiendan a su hija en el centro de salud.Miguel Lizana (Aecid)

“El Gobierno subsidia los medicamentos para que todos puedan afrontar su compra”, asegura Melaku Yoima, experto del ministerio de Salud. “Y mientras tanto, seguimos trabajando en un seguro médico universal a través de diversos sistemas: uno, comunitario que garantice la atención gratuita a los más vulnerables, otro seguro social para quienes tienen empleos formales y otro para los empleados públicos…”, explica el funcionario. La Cooperación Española trabaja con el ministerio y apoya la elaboración de esos programas.

Mientras tanto, otra queja de los pacientes es que no siempre hay medicamentos disponibles. La abuela sonriente que vive junto a Medhanit recuerda una vez que se cayó y se rompió una pierna. Tuvo que ir directamente al Black Lion, un mastodóntico complejo que es el principal hospital de Adís. “Me dijeron que no tenían lo que necesitaban para curarme”. Este problema se agrava en las áreas rurales, donde a la limitada formación de las extensionistas rurales (tres meses) se suma la ausencia de remedios o, según algunas denuncias, la corrupción a la hora de despacharlos. Las constantes tensiones políticas, agravadas desde la dimisión del primer ministro Hailemariam Desalegn la semana pasada, tampoco ayudan.

En todo Etiopía solo hay unos 1.500 médicos especialistas para más de 100 millones de personas

Ya enorme escasez de personal preparado se agrava por las fugas. Los médicos etíopes están bien valorados en el extranjero y, mientras aquí un recién graduado cobra unos 7.200 birr mensuales (cerca de 220 euros), en Estados Unidos puede multiplicar sus ingresos. Las propias extensionistas cobran entre 2.500 y 5.000 birr (75-150 euros) por un trabajo a tiempo completo. “Hay muchos profesionales que prefieren trabajar fuera, y no encontramos médicos suficientes pese a haber ampliado las facultades y facilitado el acceso a la profesión”, reconoce Melaku Yoima, del ministerio. "Pero lo mejor de este plan es que hemos creado una demanda por parte de la población", se felicita el funcionario. "Ahora hay más gente que exige un servicio, y eso nos obliga a evolucionar".

Planificación familiar

Los datos oficiales muestran que esta "extensión" de los servicios sanitarios ha tenido un impacto en el uso de métodos de planificación familiar. Las agentes sanitarias como Ayhalem Bekele explican el funcionamiento de estos sistemas a las mujeres, y estas lo comentan entre ellas en el seno de los ejércitos de desarrollo sanitario. Mujeres como Medhanit incluso reparten preservativos en sus comunidades.

El porcentaje de mujeres casadas de entre 15 y 49 años que usan algún tipo de método anticonceptivo moderno (como implantes o inyectables) ha pasado del 6% en 2000 al 36% en 2016. Pero todavía cuatro de cada 10 mujeres etíopes en ese rango de edad dicen que sus necesidades de planificación familiar no se ven cubiertas.

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