Carta abierta a Donald Tusk
La propuesta del presidente del Consejo Europeo de abandonar la iniciativa de las cuotas obligatorias de reasentamiento de refugiados es contraria a la Europa solidaria y abierta
Estimado Presidente:
Permítame que le escriba estas líneas y que le quite algo de su tiempo. Necesito darle respuesta a algo que me lleva atormentando, como ciudadano de la UE, desde que en he leído la propuesta que lanzó de abandonar la iniciativa de las cuotas obligatorias de reasentamiento de personas refugiadas en Europa.
Vaya por delante que comparto con usted, y con el Consejo, algunas de las preocupaciones que ha plasmado en la carta que ha enviado a los 28 Estados miembro. Afirma, con toda la razón del mundo, que la cuestión de las cuotas obligatorias "ha demostrado ser altamente divisiva, el enfoque ha recibido una atención desproporcionada a la luz de su impacto sobre el terreno y, en este sentido, ha resultado ser ineficaz". No solo es cierto, sino que la división ha afectado tanto a la relación entre Estados como a la de estos con gran parte de la ciudadanía, dado que una vez más los intereses de los Gobiernos no corresponden con los de las personas que habitamos muchos de los países de la Unión Europea.
Quizá pueda recordar que, fuera del Grupo de Visegrado, en muchos países surgieron multitud de iniciativas, como Refugees Welcome o la Red de ciudades solidarias (por mencionar algunas) que exigían a la Unión Europea una vuelta a sus esencias. Una vuelta a ese Tratado de Roma del que pomposamente hemos celebrado su 60º aniversario, olvidando (¿conscientemente?) que uno de sus pilares es el de “de sentar las bases de una "unión cada vez más estrecha" entre los pueblos europeos”.
Porque los ciudadanos que nos consideramos Europeos, creíamos y creemos en esa Europa en la que desde el Preámbulo del Tratado de la UE muestra su “adhesión a los principios de libertad, democracia y respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y del Estado de Derecho, el establecimiento de un espacio de libertad, seguridad y justicia”, afirmando incluso estar fundada sobre “los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad… Y que sitúa a la persona en el centro de su actuación” (preámbulo de la Carta de Derechos Fundamentales UE). Una Europa que en sus relaciones con el resto del mundo contribuye a la protección de los derechos humanos, así como al estricto respeto y al desarrollo del Derecho internacional. Los que nos consideramos europeos creemos en la plena validez del “estatuto apropiado a todo nacional de un tercer país que necesite protección internacional y que se le garantice el respeto del principio de no devolución” —artículos 78 y 79 Tratado de Funcionamiento UE y conclusiones del Consejo Europeo de Tampere de octubre de 1999—.
La propuesta de suspender las cuotas de refugiados supone aceptar el discurso xenófobo, racista y criminalizador de las extremas derechas europeas
Por esa narrativa basada en valores y por otras muchas cosas, señor Tusk, me considero un acérrimo defensor de una Unión Europea que muestre un valor diferencial y humano respecto a otros sistemas políticos.
Eso no impide que sea crítico y que no me gusten muchas de las decisiones tomadas por una comisión que ha estado centrada más en las políticas de expulsiones de personas migrantes y/o refugiadas que en analizar su utilidad; que no me guste la tendencia de la UE —y de sus Estados miembro— en externalizar cada vez más sus fronteras en países en lo que no existe un mínimo control de fiscalización del cumplimiento de los Derechos Humanos, ni unos estándares derechos fundamentales equivalentes a los de la Unión Europea, ni sistemas garantistas. Tampoco me impide criticar la ineficacia de los casi 2.000 millones de Euros asignados al capítulo de Asilo e Inmigración, el creciente gasto en la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX) o el oscurantismo con el que el propio Consejo Europeo ha gestionado el trabajo en materia de movilidad humana, como hemos visto en la reciente cumbre de Costa de Marfil.
Le decía antes que comparto parte de la crítica que efectúa a la ineficacia del sistema de cuotas obligatorias, pero me gustaría replantearle la cuestión. Creo sinceramente, como usted, que no es la mejor de las soluciones dado que vuelve a centrarse en medidas basada en las urgencias y no en el fondo de la cuestión de la inexistencia de procedimientos reales de acceso al territorio (si quiere otro día hablamos de ello), pero es una medida que al menos obligaba a hacer realidad esa narrativa que está en la base de nuestra identidad de la que hemos hablado antes: la solidaridad entre los países (y frente al resto del mundo), la responsabilidad compartida y la construcción de espacios comunes.
Sobre esta cuestión, sé que usted sabe mucho más que yo de los mecanismos europeos, pero suelo recordar de vez en cuando los criterios de admisión en la UE, los llamados Criterios de Copenhague, que entre otros obliga a que los Estados tengan “la capacidad para asumir las obligaciones que se derivan de la adhesión, incluida la capacidad para poner en práctica de manera eficaz las normas, estándares y políticas que forman el acervo comunitario, y aceptar los objetivos de la unión política, económica y monetaria". Criterios que aunque señalan a los países que se han negado a acatar el acuerdo de mínimos, en un ejercicio de prestidigitación se han convertido en la propuesta oficial.
Por ello, no puedo dejar de expresar mi perplejidad por la propuesta y mi más firme rechazo.
No sólo porque esta carta que usted ha enviado es profundamente antieuropea porque supone obviar que el papel del Consejo Europeo (y el suyo propio) es defender la unidad y los principios fundacionales de la Unión y no posicionarse en favor de uno u otro Estado miembro. También esta carta supone ningunear al Parlamento Europeo y a la limitada democracia europea que se mostró no solo a favor de la acogida de refugiados, sino también de la inversión social para la mejora de los procesos de inclusión en Europa. Supone también de facto cuestionar el Trabajo de la Comisión sobre un acuerdo de reasentamiento obligatorio tan de mínimos que resulta ridículo; así como dinamitar con todo el acervo y la base de la construcción de la propia Unión Europea.
Queremos una Europa de libertades, de derechos, que sea abierta y solidaria
Todo ello es preocupante, pero mucho más es posicionarse claramente por las “capitales” frente a Bruselas. Por los intereses particulares de algunos Estados, frente a los generales, imponiendo un discurso y unas propuestas que no han sido legitimadas en el Parlamento Europeo y que sólo representan el sentir de una minoría de Estados que han sido denunciados por ello por la Comisión al Tribunal de Justicia Europea.
Preocupante porque supone poner encima de la mesa una narrativa que impone el discurso xenófobo, racista y criminalizador de las extremas derechas europeas que tanto nos inquieta a muchas personas, perdiendo la oportunidad de construir Europa, de establecer, de una vez por todas, sistemas comunes de asilo y de gestión de los flujos humanos que sean responsables con nuestro entorno, de hacer de nuevo una Europa líder en el plano internacional.
Porque esa es la Europa que muchas queremos, una Europa de libertades, de derechos, que sea abierta y solidaria. Un espacio diverso en la que más allá de nuestra ideología, identidad sexual, género, etnia, religión, edad, origen o diversidad funcional, nuestro proyecto de vida sea la suma de todas esas potencialidades, de todas las inquietudes que sumamos todas las europeas, porque tal y como dijo Helmut Kohl: "Esta Europa no puede ser una fortaleza que nos blinde de los demás, debe ser una Europa abierta".
Una Europa en la que quiero y deseo vivir (espero que también con usted).
Mikel Araguás es miembro del área de proyectos y redes de SOS Racismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Crisis refugiados Europa
- Donald Tusk
- SOS Racismo
- Crisis migratoria
- Comisión Europea
- Crisis humanitaria
- Refugiados
- Problemas demográficos
- Inmigración irregular
- Parlamento europeo
- ONG
- Política migratoria
- Víctimas guerra
- Catástrofes
- Fronteras
- Solidaridad
- Migración
- Unión Europea
- Demografía
- Organizaciones internacionales
- Europa
- Conflictos
- Relaciones exteriores
- Sociedad
- Migrados
- Planeta Futuro
- Blogs