Vuelve el trueque
Las cajas de donativos permiten dejar aquellos objetos que sobran y recoger los que necesitamos. Sin transacción de por medio.
UNA DE LAS actividades más enriquecedoras que pueden realizarse en París es acudir a los mercados de pulgas desperdigados por la ciudad. Allí saben lo que venden y hay que pagar por ello. Desde hace un par de meses en la capital francesa existe una alternativa a esta transacción que regula oferta y demanda. Cuando mi amiga Carmen me propone ir al distrito 12 para rebuscar en la nueva boîte a dons (caja de donativos), empiezo a ver la luz.
La asociación Cap ou pas Cap ha creado en la plaza Félix Eboué un espacio donde la gente deja los objetos que ya no utiliza y, a cambio, puede llevarse otros que le interesen. El mismo proyecto está triunfando en Lyon y en Marsella y la finalidad no es otra que promover un sistema que limite el consumo masivo y, en la medida de lo posible, evite el despilfarro. La primera givebox nació en Berlín en el año 2011 por culpa del joven estilista Andreas Richter, que, al ver todos los objetos que había acumulado en casa durante años, decidió crear una especie de cabina de teléfono en su calle y colocar allí de manera ordenada todo lo que le sobraba.
La asociación Cap ou pas Cap ha creado en la plaza Félix Eboué un espacio donde la gente deja los objetos que ya no utiliza y, a cambio, puede llevarse otros que le interesen
Nada más llegar nos separamos, mi amiga va a entregar sus pertenencias y yo hablo con un chico de la asociación que reivindica el aspecto sociológico del proyecto: “A esto lo llamamos quiosco solidario. Poner en circulación los bienes es una alternativa ecológica y económica, fomentamos una nueva forma de compartir y de consumo sostenible”. Doy un par de vueltas a la caja que sirve para exponer el producto, a modo de tenderete, y le pregunto por el diseño, pues para nada se asemeja a un mercadillo. Se ríe y comenta: “Como los espacios no eran demasiado atractivos para el público, unos arquitectos jóvenes decidieron crear unos de madera para que el habitáculo de la boîte a dons llame más la atención y se tome en serio”. Me invita a rastrear las vitrinas y los cajones y en cuanto veo un paraguas en buen estado me lo llevo. Es un bien muy preciado en París. “Veo que apuestas por lo útil”, me dice. “El otro día una chica encontró el vestido de novia para su boda. No creo que eso pueda superarse: era la mujer más feliz de París. La antigua propietaria solo lo había utilizado un rato. Parecía hecho a su medida”.
Carmen me pide que observe a la gente: veo edades y clases sociales muy distintas que buscan muy concentrados. “¿Qué te parece?”, le pregunto. “Esto es necesario. Me da más confianza dejar aquí las cosas que darlas a una asociación de siglas desconocidas. El riesgo es que determinados ciudadanos irresponsables lo descubran y se sirvan de lo que hay para su beneficio”.
Empieza a chispear. Me despido de Carmen, que se vuelve a Montmartre, mientras yo me voy hacia Vanves, a mi mercado favorito. Por placer, antes de entrar en la parada de Daumesnil, abro el paraguas con la silenciosa alegría del que estrena algo inesperado, sabiendo que lo perderá enseguida y que no pasará nada.
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