_
_
_
_

Una señal en el desierto

En torno al Lago Chad, al horror de la huida se suma la necesidad urgente de alimentos

Dariya, junto a la tumba de su hijo.
Dariya, junto a la tumba de su hijo.Pablo Tosco
Más información
Una bomba de agua y un molinillo
El antídoto contra el terror, la miseria y el hambre
El hambre acecha a los refugiados de Boko Haram
Los desplazados, décadas en tierra de nadie

Cuando nos presentan, Dariya quiere enseñarme dos lugares: su nueva casa, y la tumba de su hijo. Así, al amanecer, caminamos en silencio hacia un lugar donde no se ve ninguna señal, ninguna marca. Pero cuando llega al punto exacto, Dariya se encoge sobre sí misma y llora. Sus lágrimas son la señal. Aquí enterraron al hijo perdido.

Ella y su marido, Adam, sienten el dolor y también la responsabilidad de no haber podido hacer más para salvarlo. La familia huyó de Kaiga, en la región del Lago Chad, junto a sus tres hijos. Apenas pudieron llevarse un burro, en el que montaron a los niños para llegar hasta el lugar en el que viven desde hace más de un año.

Llevan 13 meses en un asentamiento muy precario en medio del desierto en la región de Manara. Son víctimas del conflicto generado por las incursiones del grupo yihadista Boko Haram y las operaciones militares del ejército chadiano para derrotarlo. Los episodios violentos empezaron en Nigeria y se han extendido a Níger, Chad y Camerún, provocando una de las mayores crisis humanitarias de África. Cientos de miles de personas privadas de seguridad, de sus casas, de la pesca o la agricultura que les permitían vivir a la orilla o en las islas del lago.

Un grupo de personas desplazadas construyendo una vivienda con palos y paja. En la comunidad de Manara, cientos de personas buscaron refugio huyendo de Boko Haram.
Un grupo de personas desplazadas construyendo una vivienda con palos y paja. En la comunidad de Manara, cientos de personas buscaron refugio huyendo de Boko Haram.Pablo Tosco

Aquí están ahora, en medio de ninguna parte, en un desierto amenazador en el que cuesta encontrar alguna esperanza. No hallo el modo de decirle a Dariya y Adam que no. Que no podrían haber hecho más para salvar a su hijo. Todo lo que les pasa, todo lo que están sufriendo, queda muy lejos de su propia responsabilidad. Pero sí que hay responsabilidades, y es urgente que las partes del conflicto y otros países las asuman cuanto antes, para acabar con la tragedia de estas personas inocentes.

Cientos de miles de personas privadas de seguridad, de sus casas, de la pesca o la agricultura que les permitían vivir a la orilla del lago o en las islas

Atravesando el desierto, aparecen unas estructuras esqueléticas redondeadas. Varias personas se esfuerzan en crear algo parecido a carcasas de ballenas en medio del desierto. Con nudos y palos crean estos lugares inestables que apenas pueden protegerlos. Son refugios que no refugian, que intentan forrar con pedazos de tela, bolsas de plástico. Una radiografía de la fragilidad. Y al mismo tiempo, muestran la dignidad de quienes los construyen: la voluntad de crear una vida nueva, de ayudarse y colaborar para crear una casa y un pueblo donde no hay nada.

Pero un año en el desierto es demasiado. Al llegar, compartieron lo que había. Pero cada vez había menos y tuvieron que vender el burro. Mohamad, con 6 años, fue debilitándose hasta que falleció. El enfermero les dijo que no era una enfermedad. Era hambre.

Camello muerto en la comunidad de Manara,
Camello muerto en la comunidad de Manara,Pablo Tosco

En los brazos de Adam y Dariya se adivinan perfectamente sus huesos. Ellos apenas comen, el poco alimento que consiguen es para los niños. Han inventado nuevas recetas, como purés, que sacan de la cáscara no comestible de los cereales que ya no tienen. Siento que para ellos el hambre es una herida de guerra, como la intimidación, las balas, los machetes, los abusos, los saqueos…

Aquí no hay ningún referente, nada a lo que agarrarse, ni una escuela, ni una autoridad, ni nadie que les dé algo de seguridad. Cuando les pregunto por su vida anterior, la recuerdan como una maravilla. La realidad es que ya eran muy pobres. Pero no es lo mismo vivir al borde de un lago, tener pesca y agua para cultivar, que quedarse a 40 kilómetros, varados en el desierto.

Siento que para ellos el hambre es una herida de guerra, como la intimidación, las balas, los machetes, los abusos, los saqueos…

Antes tenían casas firmes, de ladrillos de barro y techo de paja, que no volaban con el viento. Ahora esto es todo lo que pueden construir. Un nido para protegerlos después de tanta pérdida. Un punto de apoyo para tratar de sobrevivir. A apenas 20 minutos en coche, en Tataverom, encontramos a otras familias que están más asentadas. Vemos la estructura de la casa terminada, vemos cómo Fátima protege con paja y una gran tela esa estructura precaria, que ya no lo parece tanto.

Entramos a una de las cabañas, donde Thérése alimenta a su bebé. La tristeza de su mirada se explica cuando comienza a contarnos su historia. Thérése fue forzada a huir con su marido e hijos y a vivir en una isla bajo el régimen de Boko Haram. Meses después huyó en una canoa por el lago, embarazada y con su hijo más pequeño. Regresó a su pueblo natal, junto a su padre y madre. Hoy, vive en una choza en la periferia de la comunidad de Tataverom, sufriendo cada día por la parte de su familia que ha quedado atrás.

Desplazados por Boko Haram en la comunidad de Yarom.
Desplazados por Boko Haram en la comunidad de Yarom.Pablo Tosco

Antes de la crisis, en esta zona desértica había pequeñas comunidades, a las que, de golpe, llegan 100, 200 o 1.000 personas, huyendo desesperadas de las islas o de la orilla del lago. Todo lo que había aquí antes —los pozos, los cultivos...— es insuficiente. Aun así, las mujeres intentan seguir una rutina: buscar agua, preparar comida, cuidar de los niños.

En los países afectados hay ahora mismo 200.000 niños en grave riesgo. Es muy importante detectar estas comunidades que se encuentran en estados de precariedad extrema. Mis compañeros de Oxfam trabajan constantemente para aportar recursos que beneficien a toda la comunidad, para que puedan integrar a las personas que llegan y no poner en riesgo la supervivencia común: sistemas de agua, dinero para que puedan comprar alimentos en los precarios mercados locales, y estimular la pequeña pero valiosa producción que existe…

Es difícil contemplar este desierto con esperanza. Pero al mismo tiempo, creo que hay mucho que podemos hacer desde lejos para acabar con este terrible sufrimiento. Y salvar las vidas de estas personas —niñas y niños, jóvenes, madres y padres— que hoy están mirando el paisaje más difícil.

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_