“Protegemos cultivos y animales porque es lo que salva vidas”
El director de Emergencias de la FAO, Dominique Burgeon, insiste en que el alivio de las emergencias no es suficiente: hay que preparar a los afectados para sobreponerse a futuras crisis
Dominique Burgeon (La Hestre, Bélgica, 1967) está acostumbrado a transitar por lugares invisibles. Por esos arrabales del mundo —Lago Chad, Somalia, Sudán del Sur, Siria...— donde refugiados, desplazados o campesinos ahogados por la sequía tratan de salir adelante. Y de apaciguar el hambre. El director de Emergencias de la FAO (la organización de la ONU para la alimentación y la agricultura) se mueve entre esos territorios olvidados y los despachos de quienes toman las decisiones, buscando fondos para aliviar las emergencias y, sobre todo, evitar que se repitan. El cometido de este ingeniero agrónomo es coordinar la respuesta a las crisis alimentarias de una organización que nació, precisamente, para que no las hubiera. Su cargo es, pues, una brutal contradicción. La constancia de un "fracaso colectivo" que le llena de frustración.
Por eso insiste en que hace falta un cambio de mentalidad: "Si no apoyamos la agricultura, la ganadería o el pastoreo, que es como se gana la vida el 80% de los afectados por desastres y emergencias, no cumpliremos los objetivos que nos hemos marcado para tener un mundo mejor". En la FAO, señala, intentan que su reacción a una crisis tenga (también) efectos a largo plazo. "Desde el primer momento intentamos dotar a las personas de la capacidad para anticiparse a futuros impactos, ya sean conflictos, terremotos o huracanes, y para encajarlos mejor, en caso de que lleguen".
Es un mensaje alineado con el de su jefe, el brasileño José Graziano da Silva, que no deja de repetir que las sequías son inevitables, pero que sí se puede impedir que deriven en hambruna. Como la que se declaró en febrero de este año en Sudán del Sur, un país devastado por la guerra y las malas cosechas, y que la inmediata movilización de la comunidad internacional permitió aliviar rápidamente. Esa velocidad en la reacción fue una buena noticia que, sin embargo, guarda para Burgeon un reverso amargo. "Hoy, las organizaciones humanitarias somos mucho mejores a la hora de detectar las crisis", expone. "Y esa la veíamos venir desde 2013. Avisamos de que se había llegado al nivel 3 o 4 [de los cinco que componen el índice de detección de la hambruna], pero eso parece que no es suficiente para motivar a los donantes", lamenta.
Finalmente, hubo que recurrir a la palabra fatal, esas ocho letras que evocan las 260.000 muertes en Somalia en 2011. "Cuando declaramos la hambruna es porque la gente ha comenzado a morir de hambre: ya es demasiado tarde para muchos", advierte. Por eso, apunta, hay que actuar antes. Ahora mismo, por ejemplo, hay zonas en situación de crisis o emergencia alimentaria en el propio Sudán del Sur, Somalia, Etiopía, Nigeria o Yemen. Y más lugares: unos 108 millones de personas en 48 países distintos. Pero la ayuda, se duele Burgeon, parece necesitar dramas para empezar a fluir.
"Es una gran frustración personal: ¿cómo puede ser que no se entienda? ¿cómo es posible que necesitemos mostrar niños muriendo para convencer al mundo de que hay que actuar?", se pregunta. Los motivos de esa falta de acción antes y después de las grandes crisis son varios, aventura. En primer lugar, la multiplicidad de conflictos y urgencias. "Hace 10 años la comunidad humanitaria necesitaba unos 3.000 millones de dólares al año. El año pasado fueron casi 21.000 millones", indica el belga. Y ese aumento, prosigue, hace que los donantes no lleguen a cubrir todas las necesidades y se centren en las situaciones límite.
"Otro motivo es algo más cínico: los resultados de una inversión en emergencia se ven de inmediato. En cambio, la preparación para amortiguar futuras crisis no se verá hasta que eso ocurra, y eso es más difícil de justificar ante los votantes", reflexiona Burgeon. Aun así, el trabajo de la FAO en materia de resiliencia se centra en prepararse para lo peor: encontrar otras fuentes de ingresos por si falla la cosecha, usar variedades adaptadas a las nuevas condiciones climáticas, luchar contra las plagas y enfermedades animales y vegetales, prepararse para resistir a huracanes y tormentas... "Salvamos cultivos y animales, porque es lo que, al final, salva vidas".
Y en la organización también se empeñan en explicar la importancia de organizar cursos de pesca y llevar cañas, en lugar de solamente repartir peces. "Es que, en el momento que dices que tu objetivo es ese, es mucho más difícil encontrar dinero", asegura. "Y sin embargo, esos fondos ahorrarían mucho dinero a largo plazo, pues evitarían nuevas emergencias. Esa es la gran paradoja", observa.
La FAO, dice Burgeon, seguirá trabajando en ese sentido. "Llevamos unos 40 años en prácticamente todos los países, trabajando en desarrollo agrícola", asevera. "La gente sabe que estábamos allí antes de cualquier crisis, y también que seguiremos después". Por eso cree que es la agencia indicada para liderar ese cambio de mentalidad que reclama, y pensar en prevenir en vez de solo alviar. "Hay otras organizaciones que, precisamente porque solo reciben dinero cuando hay una urgencia grave, únicamente pueden ir al país en esos casos, y deben marcharse en cuanto se apaga la alarma social y se agota el dinero".
Ellos, en cambio, tienen una red de contactos importantes en los ministerios: en los funcionarios que son quienes, bajo un régimen u otro, realmente conducen los países. Y cree que la confianza de esas personas facilita la efectivad del trabajo. "Nos han visto estar ahí a las duras y a las maduras, y saben que nos quedaremos también cuando las cámaras se vayan".
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