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Juan Carlos Izpisúa: “Avances así permiten la vida”

El experto habla de la técnica que permite corregir una enfermedad hereditaria en embriones humanos

Al norte de San Diego (EE UU), muy cerca de la frontera con México, se yergue el Instituto Salk, probablemente el centro de estudios biológicos más prestigioso del mundo. Allí, en el Laboratorio de Expresión Genética, ejerce su cátedra desde 1993 un hombre nacido en Hellín, provincia de Albacete: Juan Carlos Izpisúa.

Juan Carlos Izpisúa, en la plaza de España de Sevilla.
Juan Carlos Izpisúa, en la plaza de España de Sevilla.EL PAÍS

Su nombre aparece de vez en cuando en los medios de comunicación. La última, a principios de agosto, cuando se hizo público uno de los avances científicos más importantes de los últimos años: varios investigadores lograron corregir copias de genes erróneos en embriones humanos, algo que evita el desarrollo de enfermedades hereditarias. Uno de los investigadores del proyecto fue Juan Carlos.

Curiosamente, en este avance del campo de las ciencias, lo que importan son las letras: “La vida en nuestro planeta se forma por la combinación de cuatro letras, ACGT”, explica Juan Carlos. “Una célula humana tiene alrededor de 3.200 millones de letras. Errores mínimos en el alfabeto de una célula dan lugar a enfermedades, algunas de ellas incompatibles con la vida. Lo que hemos hecho simplemente es corregir un error de cuatro letras mal escritas en una célula y con ello eliminado una enfermedad congénita del corazón que es la mayor causa de la muerte súbita en humanos”. Desde su instituto en California, Izpisúa explica la complejidad enorme del asunto con facilitadora sencillez.

“Nuestro estudio demuestra potencialidad. Sugiere que, a largo plazo, algunas enfermedades transmitidas genéticamente podrían prevenirse e incluso ser erradicadas. Pero necesitamos seguir trabajando y realizar muchos otros estudios en el laboratorio de investigación básica y aprender infinitamente más antes de trasladar estos conocimientos al paciente y a la clínica cotidiana”.

La historia nos demuestra una y otra vez que, con el tiempo, nuestros baremos éticos y morales cambian y mutan, como nuestro ADN

Al común de los mortales, este estudio le hace volar la imaginación. ¿Modificar la genética de un embrión humano para que no contenga errores? ¿No sería posible, entonces, moldear los genes del embrión a nuestro gusto? Juan Carlos pone cordura: “He leído artículos que afirman que este avance nos llevará a un mundo libre de enfermedades. Otros, en el extremo opuesto, aseguran que estos estudios harán de la eugenesia y la creación de seres superiores —física o intelectualmente— algo cotidiano. Exageraciones y fantasías carentes de la mínima lógica. Ni lo uno ni lo otro. Estoy absolutamente convencido de que profundizar en estas primeras investigaciones va a permitir paliar en el futuro la transmisión de algunas enfermedades congénitas, pero ello nunca será la panacea para la eliminación de todas las enfermedades. Respecto a la mejora física o intelectual pongamos un ejemplo: la altura de un ser humano se estima que está determinada por alrededor de 100.000 variantes genéticas. Nuestro conocimiento actual, tanto conceptual como técnico, es tan limitado que ni siquiera podemos imaginar la posibilidad de editar todas estas variantes y diseñar la altura de una persona”.

Y, sin embargo, hay personas que albergan dudas éticas sobre la investigación genética en células humanas. Juan Carlos explica que este estudio está sometido a un estricto control legal y jurídico. “Debemos ser extremadamente cautelosos con cualquier modificación genética que se pueda transmitir a nuestra descendencia. Estoy absolutamente en contra de cualquier modificación distinta de la prevención o tratamiento de la enfermedad. Pero tampoco comparto la opinión de quienes se oponen de raíz, argumentando que la investigación y el conocimiento derivado de la misma son contrarios a la vida humana. Lo que este estudio demuestra es precisamente lo contrario. Permitiría que aquellos embriones que el médico descarta para su implantación en el útero materno debido a mutaciones genéticas, puedan corregirse y, por tanto, ser implantados y generar un bebé sano. Es decir, avances como este permiten la vida y corrigen enfermedades”.

Y concluye: “De todas maneras, mi opinión o la de ellos son irrelevantes. La historia nos demuestra una y otra vez que, con el tiempo, nuestros baremos éticos y morales cambian y mutan, como nuestro ADN, y lo que ayer era éticamente inaceptable, si ello supone realmente un avance para el progreso de la humanidad, hoy ya forma parte esencial de nuestras vidas”.

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