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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Ciencia joven para desafiar la posverdad

La investigadora ghanesa Marian A. Nkansh apunta a la seguridad, las enfermedades y la cobertura de necesidades básicas como principales problemas de África

Analía Iglesias
La investigadora ghanesa Marian A. Nkansh en Lindau, Alemania.
La investigadora ghanesa Marian A. Nkansh en Lindau, Alemania.A. IGLESIAS

¿Es esta la era de la posverdad? No hace falta más que un prefijo para que una palabra se convierta en una herramienta de marketing, un lujo que pueden darse Trump y algunos vecinos ricos que boicotean el saber científico. En África, en cambio, todo es verdad aún. Y en ciencia no hay hechos alternativos en los que creer o no. Siguiendo con el razonamiento, la ciencia que se hace en África afronta hechos que afectan a la salud y al medio ambiente, sin adjetivos, dogmas religiosos ni ornamentos. Precisamente de esto hablaban un Nobel, el químico norteamericano William E. Moerner (premiado en 2014), la expresidente del European Research Council, Helga Nowotny, y la joven investigadora ghanesa Marian A. Nkansh, junto a otros científicos,en un panel llamado Ciencia en la era posverdad, dentro del 67º Encuentro Lindau Nobel Laureate, que se celebró este junio, en Lindau, Alemania.

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La preocupación de la comunidad científica parte de una constatación: los fakes (hechos falsos) son más rápidos que el método científico y allí radica el primer desajuste. Las redes sociales tienen circuitos más veloces que los tiempos de las sucesivas verificaciones que maneja la ciencia. La verdad necesita tiempo. El enjambre digital es transparente, veloz y no jerarquiza: tres negacionistas del cambio climático hacen tanto ruido súbito como todos los científicos del Panel Intergubernamental en sus selectivas recopilaciones de años.

De ahí la importancia de continuar creando comunidad a partir del conocimiento, sin posverdades alternativas. En este sentido, el encuentro alemán constituye una suerte de eslabón entre los expertos reconocidos y estudiantes, doctorandos y post-docs de todo el mundo que apenas comienzan a lidiar en (y con) la Academia. Durante esta edición, dedicada a la Química, 30 Premios Nobel se pusieron a disposición de 420 jóvenes investigadores procedentes de 78 países. Entre ellos, fueron seleccionados e invitados 30 jóvenes científicos africanos de 12 países (Benin, Burkina Faso, República Democrática del Congo, Egipto, Ghana, Costa de Marfil, Kenia, Nigeria, Senegal, Sudáfrica, Sudán y Zimbabwe), que tuvieron la oportunidad de dialogar durante cinco días con sus compañeros de carrera y con las grandes glorias de sus disciplinas.

¿Qué clase de ciencia se necesita en África?, le preguntamos a Marian A. Nkansh, al cabo de la mesa redonda en el teatro de la pequeña ciudad bávara a orillas del lago Constanza. “Se necesita una ciencia que resuelva los problemas de nuestro continente. Cada región del mundo tiene problemas peculiares y nuestra tarea es identificarlos y resolverlos. A veces nos sumanos a cosas cool, o de moda, pero los problemas de África tienen que ver con la seguridad, con las enfermedades y con la cobertura de necesidades básicas de la gente, de eso nos tenemos que ocupar”.

Los hechos falsos son más rápidos que el método científico y allí radica el primer desajuste

Nkansh es doctora en Química, tiene 27 años, estudió su carrera de grado en Ghana pero el doctorado lo hizo en Noruega. Nunca tuvo dudas en que regresaría a su país al terminar el posgrado: “Solo los africanos vamos a resolver los problemas de África”, dice convencida. Es la líder junior de un equipo del College of Science de la Kwame Nkrumah University of Science y Technology en Kumasi (KNUST) para el proyecto Sheathe que, en parte, financia la propia universidad pública y que cuenta con el apoyo de un equipo y fondos de la Universidad de Aarhus de Dinamarca. Sheathe es la sigla que designa el objetivo de rastreo de metales pesados y sustancias xenobióticas (compuestos creados en laboratorios) en el territorio ghanés, las que constituyen “una amenaza para la salud, los ecosistemas y el desarrollo del país”.

“Estamos midiendo los niveles de químicos tóxicos en suelos, aire y aguas. En general, se trata de metales pesados que provienen de actividades humanas como la minería, fundición de metales y emisiones de gases de vehículos”, comenta Marian. Se trata de hacer un inventario detallado de las zonas contaminadas con cadmio, arsénico, plomo, mercurio o sustancias que, en altas concentraciones, conllevan toxicidad, como algunos medicamentos. “Es un proyecto interdisciplinario que ha comenzado este año, y al que queremos integrar a la sociedad civil, así es que hay aspectos comunitarios para los que necesitamos involucrar a las agencias gubernamentales”, explica.

“Solo los africanos vamos a resolver los problemas de África”, dice  la investigadora

Tienen cinco años por delante para rastrear las zonas en las que saben que ha habido explotaciones mineras (la minería fue regulada en 1989), por ejemplo, además de sensibilizar a la población sobre determinadas prácticas artesanales que siguen llevándose adelante o el consabido y peligroso desguace de aparatos electrónicos. Se trata de poder utilizar esa información detallada sobre los niveles de polución para actuar en la prevención y en los efectos de las sustancias tóxicas ya detectadas sobre la salud humana, los ecosistemas y la producción de alimentos.

El método científico, coincidían los investigadores en la mesa de debate, puede ir acompañando o dejando de lado a la gente. Por eso necesitamos que los medios de comunicación nos ayuden a mostrar “cómo” se hace ciencia, y acercarnos a la comunidad, concluía Helga Nowotny.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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