Invertir en el mar no es papel mojado
En la conferencia bienal de la FAO, celebrada en Roma, también se ha debatido cómo cumplir con la sostenibilidad de los mares recogida en la Agenda 2030
Las islas Seychelles no faltan nunca en ese listado de mejores playas del mundo que aparece periódicamente en las webs al llegar el verano. Los más afortunados consiguen incluso subir a sus redes sociales una instantánea con sus cristalinas aguas de fondo. Pero seguramente pocos hayan visto a un seychelense. Y los hay. Son cerca de 95.000, la población que tiene aproximadamente Cáceres. Se dedican no solo al turismo, sino también a la pesca. Y pese a vivir en el paraíso tienen enormes problemas de desarrollo, propios de las pequeñas islas.
“La sobrepesca amenaza la sostenibilidad alimentaria”, sostiene Brian Charlette, funcionario del Ministerio de Finanzas y Comercio de las Seychelles. Su país obtuvo en 2015 la condonación de parte de la deuda contraída con el Club de París, a cambio de que desarrollaran proyectos de conservación marina. Hacía falta imaginación, por lo que su Gobierno se puso en contacto con el Banco Mundial para emitir bonos por un total de 15 millones de dólares, con los que el Estado puede invertir en la mejora del fondo marino, pesca sostenible o nuevas tecnologías adaptadas a los cambios de temperatura. Se llaman blue bonds, bonos azules.
Al igual que se compran bonos del Tesoro, uno puede hacerse también con estos blue bonds. Nadie se hará rico con ellos, Charlette reconoce que “tienen un riesgo mínimo y ofrecen bajos intereses”, pero al menos espera que sean rentables. En principio, tienen un plazo de validez de 10 años y están abiertos tanto a inversores públicos como privados. Ingeniería marina financiera para proteger sus tropicales aguas.
Bien distinto es el proyecto presentado por Fertram Sigurjonsson, fundador de una compañía islandesa llamada Kerecis, que ha descubierto que la piel del pescado puede servir para curar quemaduras o heridas en el tejido humano. Importan la piel del pescado de productores locales, eliminan células y gracias al tejido rico en Omega 3 es posible aplicarlo en técnicas curativas.
Iniciativas bien dispares, pero que tienen cabida en un atractivo concepto —siguiendo las reglas básicas de la publicidad— llamado “crecimiento azul”. Nació como consecuencia directa de la “economía azul”, surgida de la Conferencia de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas celebrada en Río de Janeiro en 2012. Allí ya se dijo que más de 3.100 millones de personas —lo que vendría a ser un 40% de la población mundial— dependía del pescado en al menos un 20% de su consumo de proteínas. Desde principios de los sesenta hasta hoy hemos pasado de comer nueve kilos de pescado en un año a 20. Y de seguir a este ritmo, el consumo se incrementará otro 60% hasta 2030.
Desde los sesenta hasta hoy hemos pasado de comer nueve kilos de pescado en un año a 20
De ahí que las agencias relacionadas con la alimentación hayan puesto en marcha mecanismos para limitar los excesos. Los esfuerzos se centran en proteger los recursos minerales, fomentar las energías renovables, la biotecnología, la acuicultura y cuidar el turismo en las zonas marítimas. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se sumó al “crecimiento azul” en 2013 y durante su Conferencia de este año celebrada estos días en Roma ha acogido la presentación de proyectos como el de las Seychelles o el de la empresa islandesa.
A la subdirectora general de la FAO Maria Helena Semedo fue a quien le tocó esta vez poner la voz de alerta. “Debemos cumplir con la sostenibilidad de los mares recogida en la Agenda 2030”, dijo. Un objetivo, aprobado en la Asamblea General de la ONU de 2015 que, según Justin Mundy, responsable de una organización caritativa promovida por el Príncipe de Gales, “la comunidad internacional corre el riesgo de no cumplir”. De momento solo son 15 los países acogidos a la iniciativa de “crecimiento azul”, que espera la adhesión de seis más en los próximos años.
Establecido el marco teórico, todavía hubo tiempo para emplear la conferencia en presentar un proyecto francés para seguir el atún durante su cadena de producción y otro de la cooperación italiana para poner en contacto a pescadores de países mediterráneos. Había abierto el fuego la viceministra de Agricultura de Costa Rica, Ivannia Quesada, que repasó de forma vaga las iniciativas de su gobierno para los pescadores artesanales.
El embajador de Holanda ante la FAO, Hans Hoogeveen, fue igual de difuso pero más contundente: “Debemos atender nuestros océanos, para lo que son necesarias inversiones públicas y privadas a nivel global, pero sobre todo local”. Como una empresa que cura con esa piel que retiramos del pescado o como las herramientas financieras de un paraíso no solo en la tierra, sino también fiscal, como considera la OCDE a las Seychelles.
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