Discursos cortos, salchichas largas
Europa necesita negociar de otra manera, encontrar soluciones comunes, no impuestas
Helmut Kohl (1930-2017) quería ser recordado por su histórica contribución a la unidad europea y por eso pidió que su funeral político no tuviera lugar en Berlín sino en una ciudad francesa que simboliza muy bien esa idea, Estrasburgo, sede del Parlamento de la UE, capital de la Alsacia y del Bajo Rin, y escenario de tres guerras (la franco-prusiana de 1870 y las dos mundiales). Por encima de su retrato como el canciller que logró la rapidísima unificación de Alemania, Kohl se veía a sí mismo como el político que consiguió que la unidad europea fuera un proceso irreversible. Y sin embargo, a la hora de su muerte, la gran Alemania unida no ha podido evitar el Brexit ni parece capaz de garantizar ese gran objetivo. El proyecto europeo sigue estando en horas bajas, necesitado de un impulso político que todos parecen añorar, pero que pocos están dispuestos a afrontar. “Dejen de pagar tributo a quienes hablaron de superar la división de Europa y pónganse en la vanguardia de ese camino”, dijo él mismo en una ocasión y podría repetir alguien en su funeral.
Kohl tuvo muchos aciertos y algunos errores. Como describió ayer Norbert Lammert, presidente del Bundestag, “su camino estuvo lleno de heridas: las que sufrió y las que infligió”. Habrá que recordar, sin embargo, que en el caso de España, ni las dio ni las recibió. Era socialcristiano, pero tenía una gran simpatía por los socialistas españoles, a los que procuró no herir nunca, y que nunca le faltaron cuando les necesitó. Una relación de confianza que ha quedado una vez más de manifiesto al ser invitado Felipe González a tomar la palabra en Estrasburgo.
En los últimos tiempos, dicen las crónicas alemanas, Helmut Kohl estaba muy irritado: con Angela Merkel, con la mayoría de los políticos alemanes, con Francia, con Italia (“echamos de menos su voz”), con una España convertida casi en un fantasma. Quizás la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo, con su discurso europeísta, hubiera podido calmarle, pero seguramente Kohl no hubiera dejado pasar semanas sin exigirle precisiones. “Discursos más cortos, salchichas más largas”, era uno de sus lemas favoritos.
Kohl siempre creyó que Europa necesitaba realidades tangibles y apoyó la creación del euro como una decisión política, parte del camino hacia la Europa irreversible, y no como una cuestión estrictamente económica. Seguramente recibiría con alivio la noticia de que Macron y Merkel pueden ponerse de acuerdo para corregir los errores más graves cometidos en el nacimiento de la moneda única, pero jamás confundiría la creación de una Hacienda europea o de un ministro europeo de Economía como una decisión política de primer orden. Las identificaría con medidas técnicas, muy importantes, imprescindibles si se quiere conservar el euro, pero no suficientes para marcar un unión definitiva.
Kohl llevaba años indignado con la desaparición en el lenguaje comunitario de una palabra que formaban parte de su cultura: convergencia. Una idea que supone la progresiva equiparación relativa entre las regiones que componen Europa, la mejoría de las condiciones de vida de los colectivos con menos recursos, el apoyo al pacto social y el mantenimiento de altos niveles de empleo. Una idea política que desapareció de cuajo con la crisis de 2008 y que no se ha recuperado, al igual que tampoco ha sobrevivido el método de trabajo, comunitario y no gubernamental, que permitió negociar aquellos pactos.
Discursos más cortos, salchichas más largas. Europa necesita negociar de otra manera, encontrando soluciones comunes, no impuestas. Necesita decisiones políticas, no sometidas a visiones financieras, decisiones capaces de mantener los objetivos de unidad y convergencia que son la esencia del proyecto. Nada indica que se vaya a retomar ese camino, pero nada impide tampoco que la tensión se decante, al fin, en el lado de lo que pensaba Helmut Kohl.
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