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La razón por la que el hombre primitivo ya cantaba más que usted

A diferencia de otras especies, el ser humano no desarrolló esta habilidad como mecanismo de cortejo. Su origen es mucho más prosaico y práctico

No sabemos si el que canta su mal espanta, pero por algo será lo de soltarse por tonadillas en la ducha o cada vez que estamos relajados y contentos. Más allá de tesituras de voz y del exhibicionismo de los talent shows, el canto parece formar parte de nuestro repertorio de capacidades innatas. Los científicos han buscado las razones para dar respuesta a una habilidad que parece tener fundamentos evolutivos.

¿Podría ser que el origen de nuestro gusto por hacer vibrar las cuerdas vocales esté en las nanas? Eso se deduce de un nuevo estudio realizado en la Universidad de Harvard (EE UU). Los autores, Samuel A. Merh y Max M. Krasnow, encuentran en esas primeras melodías ciertas utilidades a favor del mantenimiento de la especie. Según su investigación, de marcado carácter biológico y evolucionista, las canciones de cuna serían una manera de conciliar los intereses en el eterno conflicto entre las demandas infantiles y otras actividades fundamentales para la supervivencia familiar. Se trataría, pues, de una estrategia tan primitiva como la de dejar al niño tranquilo para poder salir a cazar, y a la vez evitar que su llanto atrajera a los depredadores. Como concluyen los investigadores, las nanas "serían la base para el desarrollo de otras formas musicales más complejas".

Los investigadores sostienen que de ningún modo la música instrumental pudo llegar antes. Basan su afirmación en el hecho de que los sistemas auditivos y vocales del ser humano (necesarios para cantar) son anteriores a cualquier instrumento conocido, y que las flautas más primitivas y muchos otros instrumentos de viento tienen un diseño muy parecido al aparato de producción vocal humano. Por tanto, los instrumentos imitan la voz y no al revés.

Por qué el canto de los padres arrulla

De modo que nuestros ancestros ya se dieron cuenta de que cantar tenía el efecto casi mágico de arrullar a los bebés, que explica así el neurocientífico Fancundo Manes, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO): “Con el canto, y la música en general, se estimulan conexiones en regiones cerebrales involucradas en la emoción, la recompensa, la cognición, la sensación y el movimiento. Se inducen estados emocionales y cambios químicos que puede inducir estados de ánimo positivos”.

Pero, además, la voz de nuestra madre es de los primeros sonidos que registramos, vinculándola desde el principio a emociones y sentimientos de seguridad. Esto es exactamente lo que les sucede a los bebés con las nanas. Son capaces de reconocer la voz de su progenitora al poco de nacer, y escucharla activa los procesos emocionales de su cerebro, hasta el punto de resultar “una fuente importante de consuelo emocional para los niños”, tal y como se reportó en un estudio de la Universidad de Stanford (EE UU).

El estudio de Harvard descarta, por tanto, que el origen del canto en el ser humano responda a los mismos objetivos que en otros animales que tienen esa capacidad. Por ejemplo, el gibón, un primate que habita los bosques del sudeste asiático, canta para marcar el territorio y mantener separado a su grupo de otros, como descubrió un estudio clásico publicado en Science en 1973. Tampoco tiene un componente de cortejo, como en otras especies; a pesar de lo que crea la tuna universitaria. En su origen, el canto de las aves responde a un mecanismo sexual, más colorido en los machos, igual que sus plumajes.

Ahora nos gusta en grupo

De lo que solo es capaz el ser humano es de cantar a coro, de forma ordenada y armonizada (a varias voces). Nos aporta placer y convierte la música en un hecho social. “Nos sentimos arropados y dentro de un conjunto”, explica Lara Villar Gutiérrez, presidenta de la Red de Coros Infantiles y Juveniles de Madrid (Agrupacoros) y directora del prestigioso Coro Infantil de Loranc, en Fuenlabrada (Madrid): “Cuando uno canta dentro de un coro, el sonido te llega por muchos lados: desde la zona delantera lateral con los músicos hasta la de todos los compañeros coristas que te rodean. Es una sensación muy especial y peculiar que te hace sentir dentro de una burbuja”.

El placer que produce cantar en compañía trasciende con creces a la experiencia individual. Un estudio de la Universidad de Oxford Brooks (Reino Unido) conducido por Nick Stewart comparó el grado de bienestar psicológico presente en cantantes solistas, cantantes corales y deportistas que juegan en un equipo. Aunque todos ellos manifestaron gran júbilo por lo que hacían, los que cantaban en grupo reportaron un bienestar significativamente más alto que el resto. Esto, en palabras del investigador, hace pensar que la formación coral, como grupo social, tiene un significado emocional para el cantante incluso mayor que el equipo para un deportista.

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