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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Impresiones de un viaje a Alemania

El país más generoso de la UE en la acogida a los refugiados se enfrenta a dilemas existenciales

Gonzalo Fanjul
"A ver si arrimas un poco el hombro con los refugiados, chato. Que me están crujiendo en casa". REUTERS/Yves Herman
"A ver si arrimas un poco el hombro con los refugiados, chato. Que me están crujiendo en casa". REUTERS/Yves Herman

Regreso de un viaje corto realizado a Berlín esta semana por invitación de la Fundación Frederich Ebert (FES, centro de ideas de referencia del partido socialdemócrata alemán). El motivo de la invitación era una gran conferencia sobre políticas migratorias y de integración en Alemania, pero los responsables del nuevo programa europeo de la FES sobre movilidad humana aprovecharon para invitar a un pequeño grupo de organizaciones europeas (Europa del Este y Balcanes, en su mayoría) que estamos directamente involucradas en el debate migratorio y con los que pude intercambiar la experiencia de porCausa. Las sesiones académicas fueron completadas con dos fascinantes visitas a un centro de primera acogida y a una experiencia de inserción laboral de inmigrantes.

Todavía desde el aeropuerto, comparto con ustedes algunas impresiones sobre la visita:

- La tarea que Alemania se ha echado sobre la espaldas es absolutamente titánica. El millón largo de solicitantes de asilo que han entrado en el país determina las políticas públicas y las conversaciones privadas hasta un punto que resulta inconcebible en otros países europeos más impermeables. "Alemania ha descubierto que es un país de inmigrantes", declaró la combativa comisionada del gobierno para la integración Aydan Özoğuz, ella misma de origen turco.

- Responsables políticos de todo pelaje transmiten una sensación de agotamiento que se traduce en actitudes desesperadas. Desde la kafkiana justificación del acuerdo con Turquía ("es un país poco seguro para muchos, pero no para todos", dijo alegremente Thomas Oppermann, el portavoz del SPD en el Parlamento) hasta la posibilidad de reconsiderar los criterios actuales de protección internacional, gobierno y partidos se agarrarán a lo que sea necesario para desterrar de muchos votantes la percepción de descontrol político y presupuestario. Ya hemos aprendido que este debate dejó hace tiempo de ser racional para convertirse en esencialmente emocional.

- Aunque el sentimiento fue expresado con más claridad por algunos presentantes sociales que por los parlamentarios o funcionarios, la idea de que buena parte del resto de Europa les ha dejado con el kuku al aire se podía percibir en cada intervención. Desde la hostilidad húngara o polaca hasta la cobardía vergonzante de España, Reino Unido y Francia, los problemas de Alemania se derivan más de la omisión de otros que de sus propias acciones. Y la pregunta la planteó abiertamente la brillante directora del European Council on Refugees an Exiles, Catherine Woollard: ¿quién ha dicho que Europa no puede llegar al acuerdo de imponer las cuotas, del mismo modo que impone las contribuciones al presupuesto común?

- Atrapada entre el miedo y la falta de ideas, la izquierda se ha contaminado por completo del discurso de la 'externalización' de la política migratoria europea. Por un lado, las piruetas retóricas para justificar acuerdos de control y repatriación con quien quiera firmarlos. Por otro, el argumento engañoso de la ayuda para amortiguar los 'factores de empuje', que se ha establecido como una garrapata en el discurso del SPD. Las consecuencias de este proceso para la calidad y legitimidad de la presencia de Europa en el exterior podrían ser irreversibles.

- El sector privado ha entrado de hoz y coz en la gestión de los programas de acogida, del mismo modo que antes se benefició del fenómeno de securitización de las políticas. Con franqueza, tengo sentimientos encontrados sobre su papel: por un lado, los refugiados necesitan una atención digna, rápida y eficiente, la provea quien la provea; por otro, me preocupa enormemente la conformación de una industria que podría acabar secuestrando la política migratoria europea.

- Pese a todo, parece existir todavía bastante margen de acción para los actores no convencionales. En las ponencias y en las visitas se insistió en el papel que ciudades y ciudadanos pueden jugar ante este desafío, siempre que les dejen.

- La visita a un centro de día para personas mayores en el que se colocan de manera regular inmigrantes económicos y refugiados confirma todos mis recelos sobre este modelo de movilidad microgestionado e híperintervenido. Si un centro de trabajo precisa contratar fuera para cubrir las necesidades de un mercado laboral cojo, comienza una carrera de obstáculos que a menudo no llega a ninguna parte. Si además deciden acelerar la integración laboral con cursos de idiomas, por ejemplo, el Estado les deja a su suerte.

- España fue mencionada a menudo, no siempre para mal. Tras la multitudinaria manifestación de Barcelona, los alemanes saben que en nuestro país los refugiados son bienvenidos y que la excepción verdadera es la actitud del Gobierno.

Gracias a la Fundación Ebert por una experiencia iluminadora.

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