Los sapos tienen en el oído interno detectores sísmicos para saber cuándo llueve
Un equipo de científicos ha desvelado la utilidad hasta ahora desconocida de este complejo órgano
Un equipo de investigadores ha descubierto la utilidad de los detectores sísmicos que tienen los sapos y ranas en una parte del oído interno. Hasta ahora se conocía la existencia de estos órganos, pero no así su valor adaptativo, es decir, para qué lo usan estos animales, por qué lo conservan y su utilidad para la supervivencia o la reproducción. Los investigadores han hecho un experimento en las dunas de arena del Parque Natural de Doñana con dos especies de anfibios distintas, sapos de espuelas (Pelobates cultripes) y sapos corredores (Bufo calamita). El equipo comprobó que ambas especies utilizan su capacidad sísmica para saber cuándo llueve fuera de sus escondites bajo tierra, donde permanecen durante el día y en las épocas de sequía, y poder salir a la superficie para alimentarse. Los resultados de este estudio han sido publicados en la revista Current Biology.
El oído interno del sapo cuenta con tres partes fundamentales. La primera de ellas es la que percibe las frecuencias de los sonidos, es decir, las vibraciones del aire. Pero el oído interno de estos anfibios cuenta con otras dos partes dotadas de células sensoriales que perciben frecuencias muy bajas, como las vibraciones del sustrato o suelo, cuya utilidad se desconocía. “Nos extrañaba que los sapos tuvieran un órgano sensorial tan complejo y que no supiéramos para qué lo usan, así que decidimos hacer un experimento para averiguarlo”, explica Rafael Márquez, investigador y científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y autor principal del estudio. Para hacer el experimento, el equipo se desplazó una primera vez a Doñana en época de lluvias para grabar el sonido y poder reproducir las vibraciones que emite el agua de forma artificial.
Un año después, en 2013, los científicos volvieron a Doñana para instalar una serie de cercados que habían diseñado previamente. Después, el equipo capturó e introdujo en los cercados a 64 ejemplares en total, de forma que los anfibios estuviesen en sus condiciones naturales, pero localizados y controlados. “No los trasladamos, solo necesitábamos saber dónde estaban, cuántos eran y que no se escapasen”, cuenta Márquez, que lleva trabajando con anfibios desde 1987. “Hay que hacerlo todo en otoño, después de la estivación. En la naturaleza, los sapos y ranas pasan todo el verano enterrados, hasta más de medio metro de profundidad, y cuando llegan las primeras lluvias es cuando salen a comer, se forman las charcas y empiezan a reproducirse. En esa época están activos de noche y enterrados de día", cuenta Márquez.
El equipo organizó los cercados de forma que hubiese dos grupos separados y diferenciados para realizar el experimento. Este consistió en exponer a uno de los dos grupos a las vibraciones artificiales generadas a 10 centímetros de profundidad durante un plazo de dos horas en una noche sin lluvia natural. En ese tiempo salió la mayoría de los ejemplares, tanto los del grupo experimental como los de control. Pero las ranas del grupo experimental salieron alrededor de 26 minutos antes que las que no recibieron ningún estímulo. El equipo repitió el experimento la siguiente noche sin lluvia pero intercambiando los grupos y los resultados fueron similares. “Eso nos demuestra que los sapos percibieron las vibraciones, que las interpretaron como lluvia y que utilizaron esa capacidad sísmica que tienen en su oído”, señala Márquez. Tras medirlos y pesarlos, todos los sapos fueron liberados después del experimento sin haber salido nunca de su hábitat.
Hasta ahora, se había considerado a estos anfibios exclusivamente acústicos. Una explicación alternativa a por qué salían de la tierra cuando estaba lloviendo era porque se dieran cuenta de que llovía con las filtraciones de agua. “Pero bajo tierra ellos ya están en una zona de la arena que está mojada y saturada de agua. Es mucho más eficiente para ellos usar las vibraciones para saber cuándo llueve fuera y poder salir”, cuenta Márquez. El científico asegura que su estudio abre nuevas vías de investigación, como la medición del impacto que tienen las vibraciones del suelo generadas por las actividades humanas en estos animales. “Hasta ahora no se habían medido las vibraciones de las carreteras o fábricas porque no se tenía en cuenta el sentido sísmico. Como los humanos no lo tenemos, no lo valoramos”, señala Márquez. Su equipo tiene varios proyectos en marcha destinados a investigar cómo pueden estos anfibios detectar a los depredadores o usar las fuentes de vibraciones para orientarse, pero el investigador duda de si podrá concluirlos debido a la falta de apoyo del Estado a la investigación básica, según lamenta.
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