Las pasarelas de París y Milán, destronadas
Los tradicionales escenarios de las semanas de la moda se diversifican en un mundo que proclama individualidad
Si el 7 de septiembre Nueva York estrenaba el calendario de la moda primavera- verano 2017, dos meses después Tbilisi, en Georgia, hacía desfilar a sus diseñadores locales. Las dos ciudades forman parte del circuito de semanas de la moda que se organizan alrededor del globo, al que cada vez se suman más países y localidades. Mientras París, Nueva York, Milán y Londres siguen funcionando como faros de estilo, otras latitudes ofrecen la excitación de lo nuevo en un mundo que proclama individualidad en una marea de uniformidad. Es en este contexto en el que se puede entender muy bien el furor que está causando el diseñador ruso Gosha Rubchinskiy. Los más jóvenes abrazan los eslóganes cirílicos del mismo modo que en los noventa la cultura pop japonesa fue todo un descubrimiento.
Lejos queda ese festivo duelo que el 18 de noviembre de 1973 se dio en el Palacio de Versalles entre cinco diseñadores americanos y franceses. Oscar de la Renta, Halston, Bill Blass, Anne Klein y Stephen Burrows se retaron contra Hubert, de Givenchy, Yves Saint Laurent, Pierre Cardin, Emanuel Ungaro y Marc Bohan, de Christian Dior, para demostrar que la industria americana de la moda había llegado para quedarse y ganarse el respeto de la prensa. Y es que mientras París se había impuesto desde principios de siglo como la capital de la alta costura y la moda, Nueva York entró tímidamente en competición en 1943 cuando organizó su primera semana de la moda. Para Robin Givhan, autor de The Battle of Versailles: The Night American Fashion Stumbled into the Spotlight and Made History, ese evento marcó un antes y un después: “Los americanos enfatizaron el pret-à-porter, el sportswear y la moda como una forma de entretenimiento y de liberación”, explicó a Harper's Bazaar.
La tensión entre estas dos formas de entender la moda continúa en la actualidad, aunque se ha diversificado. Mientras París, el templo de la alta costura, representa la tradición, este septiembre Nueva York volvió a crear un punto de inflexión con la adhesión de icónicas marcas al "lo veo ahora, lo compro ahora" con mediáticas puestas en escena. Por eso, la ciudad se sitúa en cabeza en cuanto al impacto económico que el evento genera. En un estudio de Fashion United de 2016, sorprendía que después de los 513,5 millones de euros que reportaba cada semana de la moda estadounidense —más que el Open de Estados Unidos y el mítico maratón— Londres aparecía en segunda posición y Berlín en tercera, por delante de París y Milán. La capital inglesa está recogiendo los frutos de una política que ha apostado por apoyar las bases —las escuelas—, algo que podría cambiar después del Brexit. No hay que olvidar que gran parte de estos programas han sido financiados con fondos Europeos.
Otras ciudades fuera del cuarteto habitual sorpendían en el ránking que viene publicando desde hace 11 años The Global Language Monitor, que en lugar de ingresos lo que cuantifica es la influencia de estas urbes haciendo mano del Big Data. Si París ocupa el primer puesto, Nueva York el segundo y Londres el tercero, el cuarto lo ostenta Los Ángeles, una ciudad que en los últimos años ha visto cómo su influencia ha crecido. Valerie Steel, la responsable del Fashion Institue de Nueva York que el año pasado organizó la exposición Global Fashion Capitals en la que se estudiaban las cuatro grandes y 16 ciudades emergentes, apunta a la globalización como resultado de esta dispersión. Nuevas ciudades se suben al carro de las semanas de la moda. “En el momento en el que los gobiernos y autoridades locales ven la moda como algo que puede atraer atención, reputación y dinero”, argumentaba Steel en una charla. Actualmente, la experta se encuentra preparando un gran proyecto para 2019, la exposición París, capital of Fashion. ¿Seguirá entonces ostentando ese codiciado primer puesto?
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