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El cine de los sueños

¿Son los sueños reducibles a productos audiovisuales? ¿Podremos “ver” algún día los sueños de otra persona?

Carlo Frabetti
Pixabay

¿Sería deseable que las palabras significaran exactamente lo mismo para todo el mundo, como le habría gustado a Aristóteles? Se evitarían muchos malentendidos, desde luego, pero ¿a qué precio?

El lenguaje tiene dos planos inseparables: el denotativo y el connotativo. En el plano denotativo -el de los significados literales- es relativamente fácil que dos o más personas entiendan lo mismo al oír las mismas palabras en el mismo contexto; pero las connotaciones que esas palabras tienen para cada cual son algo único e irrepetible, algo que define y expresa la singularidad de cada hablante, por lo que un mensaje de una cierta complejidad, que no sea meramente informativo, será entendido de tantas maneras distintas como personas lo oigan.

Para que dos personas se entendieran a la perfección, es decir, para que interpretaran todas las palabras –con todos sus matices y connotaciones– de idéntica manera, tendrían que ser prácticamente la misma persona. El plano connotativo es, en gran medida, un universo personal e intransferible (o de muy difícil transferencia: por eso existe la literatura, y muy especialmente la poesía). Eso nos causa numerosos problemas, así como una irreductible sensación de alteridad (que Kafka expresó magistralmente: “A mí me conozco, en los demás creo; esta contradicción me separa de todo”). Puede que sea muy alto, pero ese es el precio de la individualidad. Si las palabras significaran exactamente lo mismo para todos, sería como si solo hubiera un único individuo repetido millones de veces. No parece una perspectiva muy halagüeña (aunque puede que a algunos políticos no les disgustara la idea).

Sobre la famosa sentencia de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” (o “de mi mente”, según otra versión), la polémica sigue abierta. Y también está lejos de haber sido zanjada la consiguiente discusión sobre los límites de la imaginación (si es que los tiene).

Y en cuanto al acertijo final de la semana pasada, la primera respuesta que se nos ocurre es que no puede tratarse de una historia real, ya que si alguien muriera durante una pesadilla no podría contar lo que había soñado y por tanto nadie podría saberlo… ¿O sí? Aunque ahora mismo no sea posible, ¿podremos algún día, mediante el instrumental adecuado, “ver” los sueños de un durmiente?

El cine de las sábanas blancas

De manera nada casual, bastantes comentarios de la semana pasada giraron alrededor de la relación entre el cine y los sueños. Y es que no en vano la sabiduría popular llama a la cama “el cine de las sábanas blancas”, que es una forma poética de decir que soñar tiene algo en común con asistir a una proyección cinematográfica. Y, de hecho, el cine ha reconocido -y explotado- ampliamente esta relación mostrándonos de forma recurrente, con mayor o menor acierto, el mundo onírico.

Invito a mis sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la relación del cine con los sueños y a ilustrar sus reflexiones con los ejemplos que consideren más significativos.

Carlo Frabetti es escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado más de 50 obras de divulgación científica para adultos, niños y jóvenes, entre ellos Maldita física,Malditas matemáticas El gran juego. Fue guionista de La bola de cristal.

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Sobre la firma

Carlo Frabetti
Es escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado más de 50 obras de divulgación científica para adultos, niños y jóvenes, entre ellos ‘Maldita física’, ‘Malditas matemáticas’ o ‘El gran juego’. Fue guionista de ‘La bola de cristal’.

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