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¿Cerramos todos los zoológicos?

La reivindicación animalista se filtra a la sociedad, que debate el futuro de esos espacios

Una jirafa del zoo de Barcelona. / Foto y vídeo de Giancluca Battista.
Daniel Verdú
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A Pedro le da igual que pasen uno, dos o 14 niños por delante. Está tumbado al sol y su aspecto apenas conserva trazas del poderoso rinoceronte africano que debió ser. Parece harto de todo y resignado a seguir así lo que le quede de vida. A unos metros, Yoyo, Susi y Bully —tres ancianas elefantas— comparten un espacio cercado de unos 1.600 metros cuadrados y se balancean de vez en cuando sobre sí mismas en lo que los expertos denominan estereotipias, tics provocados por la vida en cautividad. La imagen podría utilizarse para criticar la vida de los animales de un zoo. Si contamos su historia, sin embargo, también serviría para colocarse en el lado opuesto en el complejo debate que recorre el mundo sobre el futuro de unas instalaciones que reciben a 700 millones de visitantes cada año (12 millones en España), pero cuyo sentido y el bienestar de los más de 3,5 millones de animales (según datos del sistema de contabilización Zims) que contienen en todo el mundo se cuestiona cada vez más.

La realidad es que las elefantas se balancean así porque llegaron al zoo procedentes de años en un circo que las maltrataba y las confinaba en espacios hiperreducidos. Igual que el rinoceronte blanco, que además tiene más de 40 años. Ninguno de ellos se reproducirá y reciben cuidados durante el día y, también, durante muchas noches en las que sus cuidadores se quedan con ellas, explica dando un paseo Pep Xarles, que lleva más de 30 años atendiendo a los animales en el Zoo de Barcelona. Como el resto de trabajadores, le cuesta entender que se pueda cuestionar su trabajo y la labor del zoológico. Aceptan, sin embargo, que estos lugares, surgidos entre el siglo XVIII y XIX, profundamente ligados al colonialismo y al descubrimiento de nuevos mundos, deben seguir evolucionando. La cuestión es hacia dónde.

Los Zoológicos del mundo acogen unos 3,5 millones de animales y reciben cada año a 700 millones de visitantes

Los 340 miembros que forman la Asociación Europea de Zoos y Acuarios (EAZA) cumplen con una normativa común y, teóricamente, están sujetos a unos objetivos de conservación, investigación y pedagogía. Pero más allá de las deficiencias en tamaño, prestaciones o distinta inversión, o de la progresiva erradicación de los espectáculos, existen también otros espacios fuera de los 1.300 registrados en asociaciones profesionales al margen de estos controles. El más criticado en España es el de Castellar de la Frontera, al que organizaciones de defensa animal acusan de criar y tratar a los animales sin ningún otro fin que aumentar las vistitas y los ingresos. Este periódico trató de contactar reiteradamente con esta empresa sin éxito. “No aportan absolutamente nada a la conservación. Permiten actividades perjudiciales como tocar a los animales. Eso sí que es un circo. Es martirizar al animal y tiene un impacto pedagógico nefasto”, señala Alberto Díaz, portavoz de Info Zoos, una plataforma que controla y promueve la evolución de este tipo de instituciones.

A FAVOR

Jordi Serrallonga
Jordi Serrallonga

Jordi Serrallonga, arqueólogo, naturalista y profesor de la Universitat Autónoma de Barcelona y la Universitat Oberta de Catalunya. La mayoría de los primatólogos –por no decir todos– nos hemos formado en este tipo de instituciones. Ver artículo

Grandes expertos como el primatólogo y especialista en conducta animal Frans de Waal distinguen entre distintos tipos de zoológicos, pero no tienen dudas sobre la utilidad de aquellos considerados “buenos”. “Los que no cumplen los estándares porque son pequeños, tienen demasiada interacción con el público, o realizan poco esfuerzo pedagógico tienen que cerrarse. Pero los buenos zoos tienen sitio en todas las ciudades. Acercan la naturaleza a los niños y les educan acerca de los animales exóticos mucho mejor que cualquier vídeo. Hacen que la gente sea consciente del valor de esos animales, y puede ayudar a su conservación”, explica a través de correo electrónico.

EN CONTRA

Leonardo Anselmi, portavoz de Plataforma ZOOXXI.

Leonardo Anselmi
Leonardo Anselmi
Hasta ahora, los zoos no han sabido ofrecer una justificación para oponerse a una reconversión, adaptándose a los valores del siglo XXI.  Ver artículo

Pero desde la perspectiva animalista sigue siendo insuficiente. La idea del cierre total de los zoológicos prácticamente ha desaparecido de su agenda -el destino de esos animales todavía sería más incierto-, aunque se haya producido ya en ciudades como Buenos Aires. Pero siguen discrepando de su función tal y como están constituidos hoy en día. Zoo XXI es un proyecto coordinado por Leo Anselmi, auspiciado por varias fundaciones, partidos políticos como ERC y la asociación Libera. En plena tormenta por el posible cierre del delfinario de Barcelona debido a sus escasas garantías de bienestar para los cetáceos, el grupo lleva meses diseñando un proyecto para el zoo del futuro y pretenden convertirlo en una iniciativa ciudadana para que se debata en el Ayuntamiento de Barcelona. “Apostamos por planes de conservación in situ [en el lugar de donde proceden las especies], crear un modelo de reproducción en esos espacios con un hábitat para protegerlos. ¿Y esto cómo se financia? Planteamos utilizar las nuevas tecnologías para mostrar los planes de conservación que estamos haciendo, que se filme con tecnologías envolventes, se narre por los biólogos y se muestren en el zoo del futuro”, señala Anselmi a propósito de la sustitución de la experiencia del contacto con animales por el relato virtual que plantean.

Visitantes del zoo de Barcelona observan a un oso.
Visitantes del zoo de Barcelona observan a un oso.Gianluca Battista

Desde los zoos recuerdan que hay más de 17.000 especies en riesgo de extinción y que su trabajo consiste también en mantener ejemplares sanos de cada una de ellas, sostiene Jesús Fernández, presidente de AIZA, la asociación ibérica de este sector. Aún así, este veterinario de formación reconoce que los zoológicos modernos seguirán evolucionando. La directora del zoo de Barcelona, Carme Lanuza, señala el camino: menos animales, menos especies, más espacio y un modelo más basado en la conservación y la pedagogía. Las estadísticas, en este sentido, son contradictorias y no terminan de avalar ni a unos ni a otros.

El rinoceronte Pedro, en el zoo de Barcelona.
El rinoceronte Pedro, en el zoo de Barcelona.G. B.

Un informe sobre los zoos de la UE de la Born Free Foundation, una sociedad británica dedicada a investigar la situación de los animales en cautividad, concluía que solo el 0,23% de los animales enjaulados en Europa están extintos en la naturaleza, el 3,53% está en grave peligro de extinción y el 6,28% en peligro. Sin embargo, también hay zoológicos modélicos como el de Gerald Durrell en la Isla de Jersey donde las estadísticas se invierten hasta el 90%. Esta institución mantiene proyectos en 18 países y ha sido capaz de reintroducir numerosas especies como el del tamarino león dorado, la paloma rosa de Mauricio, los murciélagos de Rodrigues, los ibis calvos de Marruecos o criaturas de la fauna local de Jersey.

Los animalistas reuncian al cierre total de los zoos, pero quieren transformarlos en recintos más pedagógicos, científicos y basados en la conservación in situ

Para asociaciones de este tipo, como FAADA, los zoos promueven una mercantilización de los animales y una cierta mascotización de la vida salvaje que deforma el mensaje pedagógico, señala la bióloga Andrea Torres. Poner nombres a orcas, gorilas o osos panda, o anunciarlos en el metro como reclamo turístico no contribuye a esa idea de dotar de un mayor peso científico a estas instituciones. La mayoría (especialmente las integradas por EAZA) ya no realizan espectáculos con cetáceos, pero la cuestión se enfoca principalmente a eliminar la cría de especies que nunca se reintroducirán en su medio. Muy pocos zoológicos son capaces de llevar a cabo programas in situ con las especies amenazadas o reintroducirlas en su habitat natural (el zoo de Barcelona actualmente lo hace con la gacela dorcas sahariana, aunque invierte unos 300.000 euros anualmente en este tipo de programas).

Pero más allá de las irrefutables cuestiones éticas que plantea la vida en cautividad de animales salvajes, los matices obligan a interrogarse si cada ejemplar criado o cuidado en un zoo sufre o tiene una vida peor que en su entorno natural. No hay duda de que hay especies que se adaptan mejor, como los monos babuinos, señala De Waal. “No hay ninguna evidencia de que sean menos felices”, sostiene. Pero, ¿y animales como los tigres, las orcas o los elefantes? Aquí la longevidad, sostiene este científico, podría constituir una unidad de medida. La mayoría de primates vive más tiempo en cautividad que en libertad, pero en el caso de las orcas y los elefantes no está tan claro y hay estudios contradictorios. Al final, la aportación científica y pedagógica del proyecto, justo el asunto en cuestión cuando hablamos de mejorar la vida de Pedro, Susi o Yoyo, parece la única manera de medir la conveniencia de su reclusión.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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