El genetista que quiso ser Indiana Jones
Svante Pääbo, fundador de la paleogenética, ha revolucionado el conocimiento relacionado con los orígenes del ser humano
Cuando era adolescente, Svante Pääbo buscó en la egiptología el camino para adentrarse en una vida de aventuras. La idea era convertirse en una especie de Indiana Jones nórdico. Pero catalogar restos de vasijas y estudiar jeroglíficos no coincidía con su concepto de la diversión. Pronto supo que buscaba otra cosa. Tras estudiar Medicina, comenzó a investigar las posibilidades del ADN. Y, a principios de los ochenta, tuvo la loca idea de aplicar la biología molecular a las momias que tanto le habían fascinado. Tres décadas más tarde logró reconstruir la secuencia del genoma neandertal, un hito que revolucionaría lo que el ser humano sabe sobre sus orígenes. Precisamente esa “locura” que llevó a Pääbo a un camino nunca antes recorrido es la característica que él considera que nos define como especie.
“En los 400.000 años que vivieron, los neandertales no fueron capaces de cruzar el mar. Ni siquiera llegaron a Madagascar, que no estaba tan lejos. El hombre moderno ha ido a todos los sitios imaginables en solo 100.000 años. Esa es nuestra gran diferencia: la inconsciencia de querer ver qué hay al otro lado. Aunque sea peligroso”, asegura en su despacho, plagado de papeles por el suelo, del Instituto de Antropología Evolutiva de Leipzig.
Para entender los logros de Pääbo (Estocolmo, 1955) y su equipo, es imprescindible hablar de este alargado edificio que en los últimos meses convive con las tiendas de campaña de un campo de refugiados improvisado a pocos metros. Este instituto forma parte de la Sociedad Max Planck, la red de 83 centros de investigación financiada este año con 1.800 millones de euros (dinero principalmente público). ¿Cómo se explica el éxito de este organismo de la Alemania Oriental? El científico —camisa estampada, bermudas, chanclas y calcetines— esboza algunos motivos: como una financiación a largo plazo sin la presión de publicar artículos cada año; la formación de grupos multidisciplinares donde colaboran desde genetistas hasta psicólogos; y la propia historia de Alemania. “Tras la reunificación, el Estado quería invertir en el Este. Además, por el trauma del nazismo, la genética había quedado muy relegada. Así que no partíamos de una tradición previa y fuimos muy libres para diseñar el centro”.
Pero quizás la mejor síntesis del Instituto Max Planck lo dé la catalana Aida Andrés: “La clave está en la combinación de una persona con una visión muy clara y un sistema científico que premia esa visión; que otorga todos los medios a las personas en las que se confía”, asegura Andrés. Ella y Sergi Castellano, que dirigen dos de los seis grupos del departamento de Genética Evolutiva, y dejan aquí a la ciencia española en muy buen lugar. Pääbo insiste también durante la entrevista en la importancia de su colaboración con los paleontólogos españoles Juan Luis Arsuaga y Antonio Rosas.
“No hace tanto tiempo que estamos solos, tan solo unas 1.500 generaciones”
Una hora de conversación con Pääbo —pronúnciese peebo, apellido herencia de su madre estonia— da para plantearse preguntas fascinantes. Por ejemplo, ¿qué habría pasado si los neandertales no hubieran desaparecido? “¿Estarían en los zoos o en los suburbios de las ciudades? Y si aún conviviéramos con ellos, ¿no existiría esa línea de separación tan clara entre hombres y animales o, por el contrario, seríamos aún más racistas?”, lanza al aire.
A este hombre considerado como fundador de la paleogenética le parece “triste” que el Homo sapiens no conviva con otras especies de humanos primitivos. “No hace tanto tiempo que estamos solos, tan solo unas 1.500 generaciones”, asegura. Y otra duda más: ¿cómo desaparecieron nuestros tatarabuelos lejanos? No lo sabe con certeza, pero la lógica le lleva a pensar que debemos buscar la respuesta en nosotros mismos. “No sé si los matamos, les quitamos los recursos o qué pasó. Pero si hoy los orangutanes se extinguen, es por el hombre. Es razonable pensar que con el Neandertal ocurrió lo mismo”, concluye.
"Si aún existiera el neandertal es posible que no hubiera una línea de separación entre hombres y animales"
Pääbo no es un científico al uso. No solo por la foto colgada en la sala del café donde se le ve vestido de esmoquin abrazando sonriente a la cantante Christina Aguilera. La imagen fue tomada cuando recogió el Breakthrough, el premio creado por Mark Zuckerberg con el que recompensa a los grandes investigadores con tres millones de dólares. La heterodoxia se palpa en su libro El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos —otra vez la referencia indianojonesca—, en el que no se limita a enumerar experimentos con palabras esdrújulas.
El texto narra sus avances como si de una novela de aventuras se tratara. Y se moja con intimidades como que fue el hijo secreto de un científico al que solo veía los sábados, cuando la familia oficial creía que el padre, un respetado premio Nobel, estaba en el trabajo. También habla de su propia bisexualidad. ¿Por qué incluir una información tan personal en un libro sobre los neandertales? “Empecé a escribirlo y me di cuenta de que hasta yo me aburría. Lo retomé pensando que, aunque no lo leyera nadie, quería que ayudara a mis hijos a conocerme mejor. También fue una reacción a mi padre: fue un buen hombre, pero llevó una vida secreta hasta que murió. Y eso me parece muy triste”.
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