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¿Por qué no puedo tomar una sola galleta y parar?

No se culpe: los motivos por los que le gusta tanto el dulce tienen que ver con la genética o incluso la edad

Tartas, bollos, galletas, pasteles… ¿Se siente incapaz de pasar por delante de una pastelería y no entrar a comprarse un dulce? ¿Jamás rechaza un trozo de pastel o un helado como postre, por muy lleno que esté? ¿Se atiborra a chocolate en cuanto se pone nervioso? No se sienta culpable. Ese afán por el dulce se debe a diversos motivos y no todos dependen de usted.

Lo dictan los genes

Somos golosos porque nuestro organismo está especialmente preparado para detectar el sabor dulce, según un estudio de la Universidad de Filadelfia

Biológicamente, estamos predispuestos a que nos guste más lo dulce que lo amargo porque nuestros antepasados probaban semillas, raíces y frutos para saber qué podían comer y qué no y aprendieron a relacionar el dulzor con los alimentos sanos (indicaba que estaban maduros) y el amargor con los alimentos tóxicos y/o en mal estado. De este modo, apostar por lo dulce y dejarse llevar por su instinto de supervivencia se convirtió en su método más fiable para salir adelante, según explica el psicólogo de la Universidad de Newcastle John Prescott en su libro Why we like the foods we do?

A estos motivos, se suma que a lo largo de toda la infancia, para poder crecer, también necesitamos comer alimentos azucarados. Así lo afirma el doctor Adam Drewnowski, director del Centro de Obesidad de la Universidad de Washington (EE UU), en su artículo Lo dulce y la preferencia por los alimentos, publicado en la revista The Journal of Nutrition en 2012, quien añade: "La respuesta de placer ante un sabor dulce es universal. Se ha observado en distintos países y culturas". Este autor, al igual que Prescott, documenta, además, que ya en la edad adulta nos dejamos llevar por el bello recuerdo de un consumo elevado de hidratos de carbono tan necesario, en aquellos años, para reponer energía.

Por último, somos golosos per se, porque nuestro organismo está especialmente preparado para detectar el sabor dulce. Lo confirma un estudio llevado a cabo por científicos del Centro Monell, de Filadelfia (Pensilvania, EE UU), dedicado a investigar el funcionamiento del olfato y el gusto. Según dicho ensayo, publicado en 2011 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), las papilas gustativas cuentan con una cantidad muy variada de detectores del azúcar. Dicho de otro modo: disponemos de muchas más vías para reconocer y disfrutar de este sabor que del resto.

Los bollos, además, nos calman, por la sensación de felicidad que provocan. Y en la vejez la cosa va a más. Así lo argumenta la nutricionista Katherine Sagastegui Vargas, del Centro Espacio Simpatía: “Aunque de manera natural vamos perdiendo papilas gustativas con los años, las que detectan el sabor dulce, junto con las que captan el salado, son las que más tiempo se mantienen activas. Además, algunas indisposiciones propias de la avanzada edad, la menor salivación, el pegamento de las dentaduras postizas y el consumo frecuente o continuo de medicamentos alteran la percepción de otros sabores más fuertes, haciendo que la degustación del dulce resulte aún más agradable en la ancianidad que en otras etapas de la vida”.

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