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Alpha Pam, una muerte por decreto

La familia del joven senegalés sin papeles que falleció de tuberculosis en Mallorca en 2013 tras negársele la asistencia sanitaria aún le llora en Thiaroye sur Mer

Fatoumata, Amadou y Alpha Pam, en un montaje fotográfico que hoy guardan los padres del fallecido en su casa de Senegal.
Fatoumata, Amadou y Alpha Pam, en un montaje fotográfico que hoy guardan los padres del fallecido en su casa de Senegal.José Naranjo
José Naranjo
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Casi a partes iguales, las calles de Thiaroye sur Mer están pobladas de arena y de ausencias. De este pequeño pueblo que se asoma al mar, situado a unos 10 kilómetros de Dakar, en Senegal, salieron en 2006 y 2007 decenas de jóvenes hacia Canarias. Al menos 300 de ellos fueron tragados por las olas y aún hoy, diez años después, son como fantasmas que atraviesan las paredes. Alpha Pam sí logró tocar tierra y, sin embargo, es su ausencia una de las que más pesa. Al hijo del viejo comerciante de pescado Amadou Tidjiane no lo tumbó una tormenta ni la hipotermia en el cayuco ni la deshidratación del largo viaje. Murió de tuberculosis hace ahora tres años en Palma de Mallorca después de que la Sanidad balear se negara a atenderle. Su madre, Fatoumata Malick Watte, aún le llora y no deja de preguntarse por qué.

Enterrado en el cementerio de Yaraj, a poca distancia de aquí, su tumba es en realidad un enorme signo de interrogación. “¿Cómo puede ocurrir algo así?”, dice Malick Pam, medio hermano de Alpha. “Incluso en Senegal, si una persona de otro país se pone enferma, lo vamos a atender. Y para la tuberculosis aquí el tratamiento es gratuito. Fue una auténtica maldad dejarlo morir de esa manera”. La casa es modesta, la típica estructura de planta baja con un gran patio que alberga a una treintena de personas. Primos, tíos, hermanos, amigos. Todo se comparte en casa de Fatoumata. Sobre todo la escasez.

Le duele recordar. Se aferra a las fotos de su hijo porque es lo único que le queda. Su marido Amadou, del que era su segunda esposa, murió hace ocho meses a la venerable edad de 99 años, pero a él sabía que le iba a sobrevivir. Lo de Alpha es otra cosa, es un desgarro, una puñalada en el vientre. Intentar explicarle que todo ocurrió porque el Gobierno español había aprobado un decreto que excluía a los inmigrantes sin papeles de la atención sanitaria es en vano. Fatoumata sigue sin entenderlo. Era el mayor de sus seis hijos, la esperanza de la familia.

“De pequeño le gustaba mucho jugar el fútbol”, recuerda su madre, “estaba todo el día con la pelota por el barrio”. Alpha era delantero y soñaba con emular a las estrellas de su equipo favorito, el Barcelona. Pero los años pasaban y las primeras curvas aparecieron en el camino. Tras ir a la escuela coránica y al colegio, con sólo 14 años, se tuvo que poner a trabajar. El viejo ya estaba medio ciego y le tocaba tirar del carro. Hizo de todo pero nada era suficiente. Kalidou, su mejor amigo, y él empezaron a conjugar el verbo marcharse y los cayucos estaban ahí, tan a mano. “Nos lo dijo, nos dijo que se iba. Entre todos buscamos el dinero para pagar su viaje. No tenía miedo, confiaba en Dios”, dice Fatoumata.

Corría el año 2006. Tras tocar tierra en Gran Canaria, al mes ya estaba en Madrid. Ahí recibieron la primera llamada. “Lo había acogido la Cruz Roja, lo pasó mal durante la travesía pero empezaba a recuperarse”, explica Mariama Diop, una vecina. En total estuvo siete años en España. “Cada tres o cuatro semanas nos llegaba un ingreso. A veces cincuenta euros, a veces ochenta, incluso cien. Era el sustento de todos nosotros”, dice la madre, que comercia con bolsitas de especias y chucherías en una mesa de madera en la puerta de su casa. “Alpha se dedicaba a vender pulseras y joyas en los mercados. Nos decía que no tenía papeles, pero siempre nos contaba que estaba bien. Nosotros sabíamos que estaba siendo duro aunque él nos lo ocultaba”.

Fatoumata Malick Watte, madre de Alpha Pam, en su casa de Senegal.
Fatoumata Malick Watte, madre de Alpha Pam, en su casa de Senegal.José Naranjo

Los años pasaron sin grandes sobresaltos. Alpha Pam se había instalado en Palma de Mallorca y cada vez que podía se comunicaba con su familia. Hasta que llegó el 21 de abril de 2013. “Ese domingo” como lo llaman en su casa de Thiaroye. El joven llevaba seis meses enfermo sin que su familia lo supiera. Siete visitas al centro de atención primaria de su barrio acabaron en una derivación al hospital de Inca para que le hicieran unas placas. Presentaba dolor torácico, escalofríos, náuseas y cansancio extremo pero, aunque acudió hasta en dos ocasiones al centro hospitalario, ni le hicieron las radiografías ni mucho menos lo ingresaron. ¿El motivo? No tenía tarjeta sanitaria. El 21 de abril, “ese domingo”, Alpha muere en su casa de Can Picafort en medio de un gran charco de sangre.

Su inseparable amigo Kalidou no estaba ese día, había salido a trabajar. Así que la noticia llegó por un canal insospechado. El compañero de piso de Alpha llamó a un tío del joven que vivía en Italia, Yunus Watte, y fue este quien telefoneó a Thiaroye. “Mi madre lloró, se desmayó, se golpeó la cabeza con las manos. El viejo estaba ya muy enfermo y la muerte de Alpha lo sumió en la más profunda tristeza”, recuerda Malick. Pasaron aun 21 días hasta que el cuerpo del joven llegó acompañado de su íntimo amigo Kalidou para ser enterrado en el cementerio de Yaraj. Otro sueño roto en las playas de Thiaroye sur Mer, esta vez una muerte por decreto.

El caso Alpha Palm se ha convertido en un símbolo en España. Tras su fallecimiento, asociaciones de inmigrantes y sociales, así como partidos políticos, pidieron responsabilidades. La ONG Médicos del Mundo consideró que el triste final del joven senegalés era consecuencia directa de la aplicación del Real Decreto Ley 16/2012, conocido como reforma sanitaria, que le privó del derecho a recibir atención primaria de salud. El caso acabó en los tribunales y el proceso judicial sigue abierto. El Gobierno español y el balear, ambos del Partido Popular, alegaron que se trataba de una cadena de negligencias de los profesionales sanitarios y administrativos y saldaron el tema con la destitución del gerente del hospital de Inca.

Mientras tanto en Thiaroye sur Mer, ajenos a este tira y afloja jurídico, los hermanos de Alpha revolotean por la habitación. Están Aminata Pam, de 15 años, que ya dice unas palabras en inglés y quiere ser abogada para ayudar a su familia. Y Fatoumata Ba y Racine Watte, primos. Y Amadou Moctar, mecánico de coches de 19 años, y Abou Ali Pam, el más pequeño de sólo 12, que también quiere ser futbolista y marcharse a España porque “allí es todo más fácil, están los mejores equipos”. La madre tuerce el gesto. “¿A España? Mejor no. Allí dejan morir a la gente cuando está enferma. ¿Cómo se puede entender algo así?”.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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