La nubosidad multiplica por seis el efecto de la contaminación lumínica
La luz nocturna en una ciudad puede llegar ser 400 más intensa que la de un área poco poblada
11 de septiembre de 2010. Noveno aniversario del ataque a la Torres Gemelas. Nueva York recuerda el atentado con el encendido de dos columnas de luz que se alzan, imponentes, en el cielo. Pero un detalle inusual atrae la atención de la gente: cientos de pájaros, si no miles, vuelan alrededor de los haces. “Algunos de ellos morirían de agotamiento”, explica Salvador José Ribas, director científico del Parque Astronómico del Montsec (Lleida). Aunque anecdótico, el suceso es una muestra del efecto de la contaminación lumínica sobre el ecosistema. Un fenómeno que, según un estudio que Ribas ha realizado para la Universidad de Barcelona, es hasta seis veces más intenso en días nubosos.
El contraste es mayor si se tiene en cuenta que, de partida, el resplandor procedente de una zona urbana es, en un día claro, “70 u 80 veces” mayor que la de un área rural, detalla Ribas: “En una noche nubosa tienes una burbuja blanca y amarilla. Puede ser unas 400 veces más brillante que en lugar como la sierra de Montsec [donde apenas hay alumbrado artificial]”.
El estudio forma parte de la tesis doctoral de Ribas, que el investigador ha realizado bajo la supervisión de Jordi Torra, director del Instituto de Estudios Espaciales de Cataluña. El trabajo compara la contaminación lumínica de Barcelona con la de un área apenas afectada por ella, la Sierra del Montsec.
El trabajo emplea los datos del celiómetro de la Universidad de Barcelona (UB), recogidos entre octubre de 2014 y abril de 2015; y los de su homólogo en el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudio del Aguas del CSIC, entre agosto y noviembre de 2015. Estos aparatos “emiten un haz de láser infrarrojo. En función de cómo se dispersa se puede obtener información sobre la espesura y la altura de las nubes”, explica el investigador. Esta se ha cruzado con la obtenida por una red de sensores de luz, que permiten obtener datos acerca de la claridad del cielo. De esta manera, ha podido relacionar la intensidad de la contaminación lumínica con la nubosidad.
¿Por qué las nubes agravan el impacto de la luz artificial? Esta, explica Ribas, actúa “como un espejo”. En lugar de escapar hacia el cielo, la radiación producida por la actividad humana rebota en su base y vuelve al suelo. Lo contrario sucede cuando esta procede del espacio exterior, al impedir los cúmulos la llegada de esta al suelo. En un área abandonada, por tanto, la presencia de nubes oscurecerá el cielo, avanza el científico, miembro del Instituto de Ciencias del Cosmos de la UB.
El tipo de cúmulo también importa. A mayor proximidad el suelo, mayor el efecto, porque la radiación generada en las ciudades y las zonas industriales escapa en menor medida al cielo. Ribas apunta a que solo aumentaría dos veces en el caso de las más altas, como los cirros, que flotan a una altura de superior a los 5.000 metros –Los cúmulos suelen encontrarse por debajo de los 2.000–. El investigador precisa, sin embargo, que se trata de “una primera cuantificación”, y que hay que concebir el impacto de la contaminación “como una gradación, en función de la altura”. En el futuro, la investigación pasará precisamente por aumentar los datos que recogen las estaciones y la precisión de las mediciones. “Hay que pensar que el estudio parte de datos que se tomaron en 2015”, recuerda el científico.
El efecto de la contaminación lumínica va más allá de la facilidad para observar los astros. Contribuye al cambio climático. Y se nota, explica Ribas, “en animales voladores” como las aves y los murciélagos, que pueden sufrir accidentes debido a la desorientación. Las primeras, por ejemplo, parecen “emplear la luz de las estrellas para orientarse”. La contaminación lumínica, por tanto, les priva de referencias visuales. Entre los insectos, destacan las especies que dependen de la bioluminiscencia –la producción de luz por procesos biológicos– para aparearse, como las luciérnagas. “Estas especies viven confinadas en zonas completamente despobladas”, recuerda el autor del estudio, quien apunta también a efectos para la salud humana.
La contaminación lumínica dificulta la capacidad de orientación de las aves
El reino vegetal también sufre las consecuencias del fenómeno, según algunos estudios. “Los árboles caducifolios pierden las hojas más tarde. Debido a la radiación artificial, las ramas piensan que aún no les ha llegado el invierno”, añade el investigador.
¿Ha aumentado la contaminación lumínica en los últimos años? Aunque la escasez de datos históricos y los cambios en la manera de medirla dificultan las comparaciones, la información disponible apunta a un crecimiento “del brillo en estos últimos 15 años”, explica Ribas. En el caso del Montsec, por el contrario, “no ha habido prácticamente cambios”, porque se trata de una zona que cuenta con la certificación de Reserva Starlight. Esta garantiza que se trata de un espacio en el que la iluminación artificial no impide la observación del cielo.
La respuesta al problema, según Ribas, pasa por normas como un Reglamento del Gobierno catalán aprobado en 2015. Este debe favorecer la sustitución de lámparas antiguas por otras más eficientes y el remplazo de las luces “que iluminan hacia el cielo” por otras orientadas solamente al suelo. Establece, por ejemplo, que “[las lámparas de] las instalaciones nuevas o renovadas deban seguir los ángulos de luz adecuados”.
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