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Orgullosa de sí misma

Fátima H. preside la Asociación para el Desarrollo de la Mujer Rural de Laghdira. Desde niña ha trabajado como jornalera sufriendo toda clase de abusos a los que hoy planta cara

Fatima Hauhour recoge nabos en un pequeño campo familiar durante un día festivo.
Fatima Hauhour recoge nabos en un pequeño campo familiar durante un día festivo.GABRIEL PECOT

Con un pañuelo verde oscuro, casi negro, una blusa de flores y una falda larga, Fátima H. recibe la visita en su casa en la aldea de Laghdira. El edificio de adobe y palos, con techo de zinc, no hace mucho que fue pintado. Una mesa repleta de dulces y té y rodeada de sillones espera en un rincón del salón. Enfrente, una estantería de bambú con una televisión pequeña y antigua, algunas flores de tela y tapetes de ganchillo. Una cortina morada separa la estancia del que parece ser el único dormitorio.

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A sus 30 años, casada y con tres hijos, Fátima es la presidenta de la Asociación para el desarrollo de la mujer rural de Laghdira. Desde niña ha trabajado como jornalera en el campo, plantando y recogiendo distintos tipos de productos y sufriendo toda clase de abusos a los que por fin se atreve a plantar cara.

“Ahora me siento orgullosa de lo que soy”, dice. “Ahora puedo afrontar los diferentes problemas, puedo salir sola e ir a realizar trámites administrativos, por ejemplo. O puedo decir no al acoso laboral de los capataces y luchar contra la discriminación salarial que sufrimos las mujeres del campo porque por la misma labor los hombres suelen recibir más”.

La vida de Fátima cambió cuando empezó a acudir a las sesiones de sensibilización y formación que la ONG Radev le ofrecía. “Yo soy afortunada”, comenta, “me he podido formar y por eso quiero que sigan este tipo de programas para que muchas otras mujeres sean conscientes de sus derechos”.

Un día en la vida de Fátima.Vídeo: Gabriel Pecot

Esta nueva realidad que vive Fátima no solo la beneficia a ella sino también a su familia. Y a toda su comunidad, a la que ella y las otras mujeres de la asociación intentan sensibilizar. “Todo el trabajo que hago es por mi familia y mi comunidad. Ahora sé que la educación es muy importante y voy a hacer todo lo posible para que mis hijos estudien”.

El compromiso con sus vecinos la llevó a querer presentarse a las elecciones locales celebradas en Marruecos a principios de septiembre. “Pero no pude porque no estaba registrada en las listas electorales. Esto decepcionó a mucha gente. Lo intentaré de nuevo la próxima vez”, anuncia. “Quería ser candidata porque en los últimos años he aprendido muchas cosas y con este conocimiento quería mejorar la vida de toda la aldea, no solo la de las mujeres, sino también la de los hombres”, concluye mientras mira de reojo a su marido, Said Sakhraoui, que la observa apoyado en el quicio de la puerta con ojos brillantes bajo su gorra negra y una media sonrisa en la boca.

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