Orgullosa de sí misma
Fátima H. preside la Asociación para el Desarrollo de la Mujer Rural de Laghdira. Desde niña ha trabajado como jornalera sufriendo toda clase de abusos a los que hoy planta cara
![Fatima Hauhour recoge nabos en un pequeño campo familiar durante un día festivo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/TMLTB5IAZOY6WEYRZX6RGLPQ24.jpg?auth=f4b14842a67b87c68d8a6b9f798a84a300b85b7bda7a805b8c7f93c5322f8831&width=414)
Con un pañuelo verde oscuro, casi negro, una blusa de flores y una falda larga, Fátima H. recibe la visita en su casa en la aldea de Laghdira. El edificio de adobe y palos, con techo de zinc, no hace mucho que fue pintado. Una mesa repleta de dulces y té y rodeada de sillones espera en un rincón del salón. Enfrente, una estantería de bambú con una televisión pequeña y antigua, algunas flores de tela y tapetes de ganchillo. Una cortina morada separa la estancia del que parece ser el único dormitorio.
A sus 30 años, casada y con tres hijos, Fátima es la presidenta de la Asociación para el desarrollo de la mujer rural de Laghdira. Desde niña ha trabajado como jornalera en el campo, plantando y recogiendo distintos tipos de productos y sufriendo toda clase de abusos a los que por fin se atreve a plantar cara.
“Ahora me siento orgullosa de lo que soy”, dice. “Ahora puedo afrontar los diferentes problemas, puedo salir sola e ir a realizar trámites administrativos, por ejemplo. O puedo decir no al acoso laboral de los capataces y luchar contra la discriminación salarial que sufrimos las mujeres del campo porque por la misma labor los hombres suelen recibir más”.
La vida de Fátima cambió cuando empezó a acudir a las sesiones de sensibilización y formación que la ONG Radev le ofrecía. “Yo soy afortunada”, comenta, “me he podido formar y por eso quiero que sigan este tipo de programas para que muchas otras mujeres sean conscientes de sus derechos”.
Esta nueva realidad que vive Fátima no solo la beneficia a ella sino también a su familia. Y a toda su comunidad, a la que ella y las otras mujeres de la asociación intentan sensibilizar. “Todo el trabajo que hago es por mi familia y mi comunidad. Ahora sé que la educación es muy importante y voy a hacer todo lo posible para que mis hijos estudien”.
El compromiso con sus vecinos la llevó a querer presentarse a las elecciones locales celebradas en Marruecos a principios de septiembre. “Pero no pude porque no estaba registrada en las listas electorales. Esto decepcionó a mucha gente. Lo intentaré de nuevo la próxima vez”, anuncia. “Quería ser candidata porque en los últimos años he aprendido muchas cosas y con este conocimiento quería mejorar la vida de toda la aldea, no solo la de las mujeres, sino también la de los hombres”, concluye mientras mira de reojo a su marido, Said Sakhraoui, que la observa apoyado en el quicio de la puerta con ojos brillantes bajo su gorra negra y una media sonrisa en la boca.
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