Caddy habla
La República Democrática del Congo está considerada por la ONU como el peor lugar del mundo donde puede nacer una mujer
Es una mujer joven, una mujer guapa, una mujer elegante. Lleva un vestido largo de un tejido espectacular, estampado en colores muy vivos, y uno de esos maravillosos turbantes que sólo las africanas son capaces de hacer enrollando una tela alrededor de su cabeza.
Esta mujer joven, guapa y elegante se acerca al micrófono, sonríe, saluda al auditorio y habla en un francés pausado y preciso, mucho más fácil de entender que el sentido de las palabras que pronuncia.
Cuenta que su país, la República Democrática del Congo, está considerado por la ONU como el peor lugar del mundo donde puede nacer una mujer, el país donde una niña tendrá peores condiciones de vida y menos oportunidades para progresar. Explica que esta calificación está relacionada con la guerra que devasta a su país desde hace mucho tiempo, una guerra cuyas batallas se libran específicamente sobre el cuerpo de las mujeres. Las congoleñas están en el centro de la vida de las comunidades en los pueblos y aldeas donde habitan. Ellas son quienes cultivan los campos, quienes se ocupan del ganado, quienes venden las cosechas y manejan la economía de sus familias. Mientras los hombres no trabajan, u ocupan cualquier cargo administrativo al que ninguna mujer tiene acceso, ellas cuidan de las casas, de las tierras, de los hijos. Por eso destruir a las mujeres es el método más simple, más directo y eficaz, para destruir las comunidades a las que pertenecen.
Antes de seguir, advierte que para explicar las cosas bien va a tener que usar términos violentos, desagradables y sexualmente explícitos. No puede esquivarlos, porque el arma más utilizada en la guerra que padece su país es la violación, aunque ese término no se aplica en este contexto a una penetración sexual obtenida por la fuerza. Para que el auditorio lo entienda mejor, pone ejemplos. Los soldados entran en una casa y violan a mujeres y niñas penetrándolas con sus cuchillos o con las bayonetas de sus fusiles. Así, destrozan por dentro y por completo a cualquier mujer que encuentren en una casa, ya sea un bebé o una anciana. O encañonan al marido y le piden a uno de sus hijos que viole a su madre. Si se niega, matan a su padre. Luego a uno de sus hermanos. Después a otro, y a otro más, hasta acabar con todos. Ellos mismos hacen el trabajo con sus cuchillos y las abandonan en sus casas o las dejan tiradas por los caminos. Las que sobreviven, tienen que afrontar después el abandono de sus maridos, que las repudian, y el de sus familias, que se avergüenzan de ellas.
Antes de seguir, advierte que para explicar las cosas bien va a tener que usar términos violentos, desagradables y sexualmente explícitos
Esta guerra feroz y lejana, de la que tal vez ustedes ni siquiera hayan oído hablar, se ha recrudecido de manera extraordinaria durante los últimos años. A la violencia política, étnica, religiosa, se ha sumado ahora la competencia por el coltán, un mineral raro en todos los sentidos –porque sus reservas son escasas y porque su nombre apenas se había escuchado hasta ahora– que es esencial para fabricar los teléfonos móviles que todos usamos. La República Democrática del Congo es el país con mayores yacimientos de coltán del planeta, y las empresas de telefonía radicadas en los limpios, civilizados y democráticos países del mundo civilizado están dispuestas a conseguirlo a cualquier precio. Se pueden hacer smartphones sin coltán –de hecho, al menos una empresa española, BQ, los hace–, pero, por lo visto, para las grandes compañías, la guerra en el Congo resulta más competitiva que la innovación tecnológica.
La mujer joven, guapa y elegante que habla despacio, sin levantar la voz, sin gesticular, con la dignidad de quien no busca compasión, porque sólo cuenta la verdad, se llama Caddy Adzuba, tiene 34 años y es congoleña. No sólo nació en aquel país. Sigue viviendo en él pese a que ha recibido numerosas amenazas de muerte y ha sobrevivido a dos intentos de asesinato. “Mis amigos extranjeros no lo entienden”, explica sonriendo, “pero yo no hago falta aquí, sino allí”.
Caddy es una privilegiada porque tuvo la oportunidad de ir a la universidad en un país donde poquísimas mujeres llegan a recibir educación. Se licenció en Derecho, pero también se dedica al periodismo. Presenta y dirige un programa de radio donde presta su voz a quienes no la tienen, las mujeres de la República Democrática del Congo. Además, impulsa y colabora en diversos programas de recuperación de mujeres violadas, rotas, que tienen que volver a crearse a sí mismas por fuera y, sobre todo, por dentro.
Caddy viaja por el mundo, y da entrevistas, conferencias, habla.
Yo, que la he escuchado, nunca podré olvidarla.
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