La revolución de la risa
Salió a la superficie una realidad oculta: la mayoría no aceptaba la suspensión de las conciencias
Lo mejor en los pueblos es su cosecha de humor y, ya puestos, de amor. Entrelazados, humor y amor, hacen posible una segunda vida, una historia de la risa frente a la historia amordazada por los que tienen el afán de dominar.
Cierto que hay muchas clases de humor, incluso el malhumor que se presenta como humor, como la risa estúpida del que se mofa del débil al que está pisando el cuello. Para mí, esa risa estremecedora, que cuenta hoy con mucha peña en lo que llaman “redes sociales”, debería figurar en el género del terror.
Por el contrario, lo más admirable es el humor que surge desde la adversidad, una chispa que toca la penumbra, y que hace volar el pensamiento, como ese niño de una viñeta de Castelao a quien la madre dice enfadada: “¿Por qué no quieres ir nunca más a la escuela?”. Y él responde: “Porque siempre me preguntan lo que no sé”.
El shock de la crisis se volvía estupor ante el descarado vuelo de las rapiñas
En esta clave de humor sutil, que germina en lo frágil como una arquitectura de la inteligencia, hay un relato judío, de la tradición yidis, que trata del Gobierno y la relación con la gente común. En este caso, el poder es un poder fuerte, el poder del zar. Cuenta que el emperador ruso se levantó un día malhumorado y ordenó imponer un nuevo impuesto a los judíos. Envió a un consejero a algunos de los poblados o shtetls habitados por hebreos para observar la reacción. El informador volvió con datos muy preocupantes: la gente estaba muy indignada, lo consideraba un abuso. El zar decidió entonces duplicar el impuesto. El consejero volvió a los poblados y regresó con un informe sorprendente. La gente hacía chistes todo el tiempo y se reían del zar insaciable y de los abusos de los mandamases.
El zar, después de pensarlo, reaccionó preocupado: “Si están haciendo chistes, dejemos las cosas como están. No se les va a poder sacar ni un rublo más”.
Estos días, con los datos que vamos conociendo de la llamada Operación Púnica y la ristra interminable de grandes chorizadas, me volvió a la cabeza esta historia que había conocido por un texto de Leonardo Moledo titulado El rey Lear y el humor judío. Creo que en España hemos llegado a la preocupante fase histórica de contar chistes y reírse sin parar.
Con los casos de Gürtel, Malaya, Palma Arena, Nóos, ERE, Palau, preferentes, tarjetas black, Rato, etcétera, etcétera, nos habíamos situado en la etapa del escándalo y la indignación. El shock de la crisis se volvía estupor ante el descarado vuelo de las rapiñas, en un paisaje social de recortes y empobrecimiento. Asistimos al esperpento del auto de fe al juez Garzón, para regocijo de corruptos y carcamales. Te quedabas perplejo al ver que algunos cargos políticos imputados en expolios del patrimonio público eran jaleados a la puerta del juzgado. Pero era un espejismo: la mayoría de la gente estaba realmente harta. Al límite. Los discursos se llenaron de promesas de regeneración y transparencia. Pero solo hubo reacción verdadera cuando la gente hizo explotar las encuestas y los estudios de opinión.
Salió a la superficie una realidad oculta: la mayoría social no era indiferente, no aceptaba la suspensión de las conciencias. La mayoría podía valorar positivamente la Transición, pero no que se utilizase como tapadera del conformismo.
Sí, los corruptos también nos habían robado el humor
Lo que está ocurriendo con la Operación Púnica puede marcar una nueva etapa de la lucha contra la corrupción en España en dos sentidos. Por una parte, ya no es verosímil el discurso oficialista de los “casos aislados”, las “ovejas negras” o las “manzanas podridas”. Desde la propia justicia, el juez instructor y la Fiscalía Anticorrupción, se habla explícitamente de “trama organizada” y de “organización criminal” por delitos de blanqueo, contra la Hacienda pública, falsedad documental y tráfico de influencias.
Por otro lado, se está produciendo la recuperación por parte de la gente de un bien público fundamental que no figura en los cargos contra los corruptos y que es la apropiación del humor.
Sí, los corruptos también nos habían robado el humor.
Hay esa conversación de dos de los implicados en la Púnica, un político y un empresario, que debería figurar a partir de ahora en los manuales de historia contemporánea. Es una especie de sketch que tiene la condición de paradigma.
–¿Qué tal?
–Bien, bueno…, bien.
–Tocándote los huevos y ya está.
–Tocándome los cojones, que para eso me hice diputado.
–Esto es una putada. Acostumbrado a no trabajar, coño, es una putada.
–Como dice Bony… que repite este, a chupársela a este. ¿Que no repite porque ponen a otro?, pues, ¿a quién hay que chupársela? Pues a otro. Vamos a por él. Si es siempre lo mismo.
Ya ven. Se lo pasaban bomba. Tenemos que empezar a reírnos todos. No va a ser siempre lo mismo.
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