Joyas lingüísticas
En el mundo se hablan 6.000 idiomas, consecuencia de la vanidad del hombre. Consuela saber que cada día se extingue alguna lengua
En el mundo se hablan 6.000 idiomas, consecuencia de la vanidad del hombre, que quiso alcanzar los cielos y Dios le castigó con tan tremenda confusión. Consuela saber que cada día se extingue alguna lengua. De vez en cuando leemos en la prensa: “Fallece el último hablante del idioma X”, y ese último hablante es un anciano lacrimógeno de algún lugar remoto. Chateaubriand menciona longevos loros brasileños que son –eran– últimos depositarios de lenguas que hablaron tribus selváticas ya extintas.
John-Erik Jordan nos explica (en Babbel.com) que cada lengua contiene palabras que no existen en ninguna de las otras 5.999. Y nos da ocho ejemplos de esas “joyas lingüísticas”: el español “sobremesa”; el alemán “verschlimmbessern”, que consiste en “empeorar algo cuando estabas intentando mejorarlo”; el noruego “utepils”, que es “beber una cerveza en el exterior, al aire libre” (lo que en un país de inviernos tan largos y crudos constituye una delicia primaveral que bien merece una palabra solo para nombrarla).
El reflejo de la luna en el agua se llama en sueco “mangata”, y tiene equivalente en turco: “yakazom”. Yo pensaba que eso en español es “rielar”, pero consulto la RAE y rielar sólo significa “vibrar, temblar” y, en una segunda acepción poética, “brillar con luz trémula”.
Lo que me induce a preguntarme: ¿cómo puede Jordan conocer las 6.000 lenguas tan bien como para estar seguro de que en ninguna de ellas existe el equivalente de, por ejemplo, “verschlimmbessern”?
La respuesta correcta podría ser “Krajleish”. Que en la extinta lengua sildava –y sólo en ella– quiere decir: “un hada le regaló un mágico diccionario”.
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