Europa ante el reto del Mediterráneo
La Unión debe construir sólidas políticas de inmigración y defensa
La muerte de alrededor de 800 inmigrantes ahogados en el Mediterráneo ha causado una auténtica sacudida en Europa, a diferencia de casos anteriores, a pesar de que estos ya habían convertido el mar en un cementerio para miles de aspirantes a alcanzar la otra orilla: ayer frente a las costas de España, hoy frente a las de Italia. Se convocó una cumbre urgente de los 28 dirigentes de la Unión Europea, y también allí hubo por primera vez unanimidad sobre la necesidad de hacer más, de dotar a la Unión de una capacidad de respuesta digna de tal nombre. Sin embargo, la amplitud y el reparto de dicha respuesta fueron objeto de discrepancias.
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Desde el punto de vista de las respuestas, se han triplicado las sumas asignadas al organismo europeo Frontex para llevar a cabo las operaciones de salvamento de Tritón (en las costas italianas) y Poseidón (en las costas griegas), que son la aportación de todos (incluidos Alemania y Reino Unido) a la movilización de medios marítimos suplementarios; los pequeños Estados, los que menos contribuyen, han prometido acoger en conjunto a un mínimo de 5.000 refugiados; y, por último, se está preparando una cumbre entre la Unión Europea y los países africanos de origen de los inmigrantes, y se ha encargado a Federica Mogherini, responsable de la acción exterior de la UE, la misión de convencer a la ONU para que autorice acciones militares contra los traficantes en la costa de Libia. No está mal; y, teniendo en cuenta la complejidad del problema, ha habido una toma de conciencia muy saludable.
En cuanto a las discrepancias: la negativa a un reparto equitativo de los inmigrantes entre los diferentes países de la Unión, pese a saber que Italia acoge el mayor número y Alemania acepta, por sí sola, a la tercera parte de los que solicitan asilo.
A este respecto, Alemania recibió en 2014 200.000 demandas, de las que aceptó el 40%, mientras que Francia, con 60.000 demandas, aceptó el 20%. El mejor ejemplo de este rechazo a una solidaridad colectiva es sin duda el de Gran Bretaña, que ha anunciado que pondrá a disposición de la operación tres buques con la condición de que los refugiados a los que se recoja en ellos se dirijan a Italia. Es cierto que los únicos que han pedido el reparto son Italia, Grecia y Malta, los más afectados, pero también lo es que los inmigrantes prefieren ir a Suecia y Alemania que a uno de los países bálticos o Polonia.
La dificultad es en toda Europa la misma, la disyuntiva entre considerar que es una crisis humanitaria o una cuestión de inmigración y seguridad. La interpretación humanitaria, que predominaba en otras épocas, no la sostiene hoy nadie salvo el papa Francisco. Hoy, la cuestión de las migraciones es un factor clave del ascenso de los populismos en Europa, y se ha vuelto más complicada por la lucha contra el terrorismo. Por eso, la idea que se impone con más frecuencia es la de la Europa fortaleza.
Las necesidades de la lucha antiterrorista explican la prudencia francesa en materia de acogida
En nombre de esa fortaleza consiguieron los europeos que Italia renunciase a su Operación Mare Nostrum, a la que se achacaba dar señales de esperanza a los inmigrantes. Como consecuencia, ante el drama actual, ha sido necesario reintroducir algo de humanidad. El aumento de las cantidades asignadas a las Operaciones Tritón y Poseidón (nueve millones de euros mensuales) corresponde a las sumas que dedicaba Italia a Mare Nostrum.
La preocupación por la seguridad es totalmente legítima. Las declaraciones de los grupos ligados al Estado Islámico en Libia son similares e indican que, para esos grupos, las personas a las que se empuja hacia las costas de Europa constituyen un ejército de desestabilización. Las necesidades de la lucha antiterrorista explican la prudencia francesa en materia de acogida.
Precisamente en Francia, las reacciones de la opinión pública y, sobre todo, la ausencia de movilizaciones por parte de aquellos a los que antes se denominaba intelectuales orgánicos son una nueva manifestación del soberanismo dominante hoy en el mundo político y mediático. Por un lado, un reflejo casi pavloviano en parte de la derecha: ¿drama en el Mediterráneo? ¡Rápido, cerremos o abandonemos el espacio Schengen! Con la esperanza de que, si convertimos a Europa en la causa del mal, será posible recuperar varios puntos de intención de voto en detrimento del Frente Nacional, cuyos fundamentos siguen siendo la hostilidad hacia la inmigración y hacia Europa.
Sin embargo, este tipo de crisis demuestra la absoluta necesidad de que Europa se dote de una política migratoria, que implica tener los medios para controlar sus fronteras e implantar de una vez una política de defensa.
Pero las cosas no son sencillas. La historia reciente nos enseña que el caos —y este nace del caos de Libia— puede ser fruto tanto de la acción (el mal seguimiento de las intervenciones en Libia e Irak) como de la inacción (la pasividad contra Bachar el Asad). Y el equilibrio de seguridad y humanitario depende por completo de la estabilidad política en la orilla sur del Mediterráneo.
Desde la perspectiva de Europa y sus 400 millones de habitantes, no parece gran cosa, a poco que nos organicemos. Recordemos que el dinamismo histórico está siempre del lado de quienes acogen, como ha hecho EE UU, mientras que el repliegue no hace más que anunciar el declive.
Jean-Marie Colombani fue director de Le Monde.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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