Feroz y abstracto
Observándolo disimuladamente, sentí que sus rasgos actuales le aguardaban desde el útero como un destino al que por fin había llegado
Un día coincidí con este rostro en una mesa a la que nos sentábamos cinco o seis personas frente a un menú previsible. Observándolo disimuladamente, y comparándolo con las fotos que desde joven había visto de él en las solapas de sus libros, sentí que sus rasgos actuales le aguardaban desde el útero como un destino al que por fin había llegado, igual que el que viajando a Bilbao llega a Bilbao. Vicent había nacido para alcanzar ese cráneo de caja alta (como si poseyera un cerebro con litera), esa mirada con la que parece calcular las cartas del jugador de enfrente, y esos labios de los que no sabemos si están a punto de reprimir o de liberar una sonrisa irónica dirigida a sí mismo más que al fotógrafo.
Le felicité por las crónicas de Mauricio, su hijo, desde Cuba, y me contó que solo le había dado un consejo: que escribiera sin adjetivos. Viniendo de este hombre, el consejo resultaba sorprendente, como si Ferlosio recomendara a sus discípulos no utilizar subordinadas. ¿Se trataba de un consejo literario con coartada política, para liberar a su hijo de los sufrimientos por los que había atravesado él? Ni idea. El caso es que el otro día, al tropezar con la foto que ven en el periódico, me pregunté hacia qué forma gramatical había evolucionado esta peligrosa cabeza de dos alturas, este dúplex mental. Una pregunta retórica, pues para poseer una forma lingüística tienes que ser una palabra. No obstante, aceptado el juego, nos atreveríamos a decir que Vicent es hoy un sustantivo feroz y abstracto en el que la abstracción atenúa la ferocidad y viceversa.
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