Urquiola: “Hoy Zara convive con Vuitton, comparten las mejores calles”
Es la diseñadora más famosa del mundo. Sus creaciones han cambiado la forma de vivir
“Muero todos los días y renazco por la mañana”. Más allá de ser la diseñadora más famosa del mundo, la arquitecta Patricia Urquiola (Oviedo, 1961) es una mujer intensa con una biografía de vértigo que, sin embargo, arrancó cuando ya había cumplido 40 años. En 15 temporadas ha ideado más de 200 objetos que han cuestionado cómo sentarse, iluminar, actualizar las tradiciones o trabajar en casa. En el último lustro ha trasladado esa reinvención a la arquitectura y, con sus 35 empleados, ha construido hoteles, tiendas, oficinas, apartamentos y viviendas de nueva planta en América, Asia, Europa y Australia.
Con el diseño abriendo la puerta a la arquitectura, Urquiola –que recibe a El País Semanal en su casa de Milán, rodeada de plantas y prototipos– ha llegado a la cima en un tiempo récord. Y lo ha hecho apostando más por las ideas que por las formas.
¿Cómo se convierte una burguesa ovetense en la diseñadora más famosa del mundo? Desde los 18 años necesité salir para vivir.
¿Por qué? Supongo que era una proyección de las necesidades de mi madre. ¿Qué proyecto de vida se podía tener siendo burguesa en provincias? Ella vivió en una España muy cerrada y decidió estudiar Filosofía y Filología Inglesa porque necesitaba evolucionar, pero siempre añoró salir y nos lo inculcó a los tres hermanos: había que irse. Los tres lo hicimos.
¿Cómo los empujó al mundo? Sabiéndolo y sin saberlo. Compraron una casa en Ibiza porque estar allí en los setenta era como estar en el mundo sin salir de España. Era una educación que necesitaban mis padres y que compartieron con nosotros.
¿Usted ha sido la hermana que rompió moldes? No. Soy la mediana y aprendí a escabullirme para hacer lo que me daba la gana. Casi todo lo que he roto en la vida lo he hecho sin darme cuenta de que lo estaba rompiendo. Pero siempre les digo a mis hijas que solo se avanza si se rompen prejuicios.
¿Eso lo aplica a su trabajo? Por supuesto. A veces estoy en la cama y me doy cuenta de que me he colado un gol a mí misma. Es fundamental no autoencasillarse. Esas guerras son clave para mantenerse vivo.
¿Cómo adelantarse continuamente? Rompiendo prejuicios. El trabajo de formar el carácter es clave porque crea tu identidad, y uno trabaja a partir de su identidad.
¿Cuál es la suya? Soy una persona asociativa. Una persona de “también”.
Viajar con Vueling es una lección de diseño, dentro y fuera del avión”
A pesar de trabajar en medio mundo y ser tan prolífica, le costó arrancar. Como los niños con la bañera: les cuesta entrar y luego no quieren salir. ¿Por qué? Porque soy muy intensa. Y tengo miedo de darme de bruces. Me hago un muro. De pequeña, cuando iba a bailar con mis amigas, me ponía en el otro extremo del chico que me gustaba. Lo cual no ayudaba nada, claro. Pero ese es mi estilo. Lo hago para moderar mi intensidad.
¿De dónde saca las ideas? El arte es la vía. No por una cuestión de belleza, sino porque los artistas son los elementos sensibles que se dan cuenta de las cosas. Son los primeros en detectar los problemas de la sociedad, son las antenas. El arte me sirve para relacionar. Hoy la cultura es múltiple. No vivimos solo en una sociedad de consumo, hay también comunicación. Y eso es un respiro que las nuevas generaciones deben saber utilizar.
¿Le atrae la tecnología? Trato de adaptarme por mí y porque tengo hijas. Hay veces que me cuesta estar hablando con una y que ella esté escribiendo un mensaje. Otras pienso que a lo mejor sabe hacerlo. Tenemos suerte porque vivimos en una generación de transición. Yo empecé Arquitectura dibujando a mano.
¿Por qué es una ventaja haber vivido esa transición? Hay que hacer una ventaja de tus circunstancias. Creo que los medios digitales abren vías para que las periferias puedan expresarse, crear y actuar. El mundo está más cerca. Hoy Zara convive con Louis Vuitton. Comparten los mejores locales y las mejores calles, y no lo cuestiona nadie porque resuelve problemas y deseos.
¿Podemos sentir afecto hacia objetos tecnológicos? Lo sentimos. El smartphone es el regalo más deseado. Pone de acuerdo a un anciano y a un adolescente. Incluso quien puede permitirse poco, lo que quiere es eso. La razón es que aúna deseo y necesidad. Y la gente está dispuesta a pagar. Aunque el teléfono en la mano se tiene que acabar.
¿Qué quiere decir? No sé cómo los de Cupertino no han dado todavía con una fórmula para liberar las manos. El teléfono se rompe, nos lo olvidamos y nos ocupa una mano. Tendrán que dividirlo en dos partes. El piercing permite insertar cosas en el cuerpo. El futuro móvil será como los pendientes o las lentillas: no nos daremos cuenta de que lo llevamos. Estamos preparados para convertir el móvil en un tatuaje.
El padre de Patricia Urquiola (Oviedo, 1961) es vasco. La madre, asturiana. Ella se recuerda siendo una estudiante aplicada. Con 18 años se fue a estudiar Arquitectura a Madrid. "Era necesario salir fuera de casa". Tras tres años, se enamoró y se fue a Italia. Se convirtió en arquitecta en Milán y no fundó su propio estudio hasta que cumplió 40 años. Para entonces era una vieja conocida de los talleres de mobiliario. Hoy construye y diseña para medio mundo. En menos de tres lustros se ha convertido en la diseñadora más solicitada del planeta.
Lleva 30 años diseñando. ¿No ha cambiado de valores? No. Tengo la misma firma desde que era pequeña.
Recurre continuamente a la memoria. ¿Cómo casa su velocidad de producción con ese arraigo? Estoy diseñando un restaurante en Ibiza para Ferran Adrià. Coincidimos en Sudáfrica en un seminario sobre creatividad. Él tenía dificultad para hablar en inglés, pero cuando lo hizo todo el mundo se calló. Dijo que la tradición es fundamental porque sin ella no tendría nada sobre lo que trabajar. Dijo poco, pero habló por todos. La creación es eso: un vínculo con la identidad.
¿Cómo eran los hombres de su casa? Las figuras masculinas de mi infancia, mi padre y mi hermano, no fueron nada autoritarias. La autoridad la tenía mi madre: como Isabel y Fernando. No conozco otra cosa. Por otro lado, mi padre no decía, hacía. Es un hombre natural, muy fácil.
¿Tuvo una rebeldía facilitada? Yo no me he tenido que rebelar. Aunque sí tuve que rendir cuenta de mis actos cuando no eran los que se esperaban.
¿Qué sucedió? Cuando me veían encajada estudiando Arquitectura en Madrid, me desencajé y me fui a Italia con un amor que apareció por mi vida. A mi madre le preocupó ese desorden por si no acababa los estudios y me pidió que lo aclarara. Le contesté que no tenía ninguna duda sobre lo que estaba haciendo, pero tampoco podía darle ninguna explicación.
Y se fue. Sí, no forzaron un conflicto. Dejaron de pagarme los estudios. Y me espabilé trabajando. Eso lo he aprendido a la hora de educar a mis hijas. Hay que intentar entender y hay que opinar, pero no puedes parar a nadie.
A la edad en la que tantas actrices se quedan sin trabajo usted renació. Tenía 40 años cuando montó su propio estudio. La personalidad se madura hacia los 40. Hay mucho tiempo para conocerse y ese es el trabajo más importante, porque cuando uno tiene que vivir la segunda parte de la vida debe ya tener una dimensión de sí mismo, la que sea, para evitar la frustración. Convivir sin frustración es fundamental porque es lo que ofreces a quien está contigo. Piensa en la lata que puedes llegar a dar como madre, amiga o pareja si estás frustrada.
El arte es la vía. No por una cuestión de belleza, sino porque los artistas son los elementos sensibles que se dan cuenta de las cosas
¿Cómo mantiene la frustración a raya? Cada cinco años salgo de mi zona de confort. No son revoluciones, son evoluciones. Necesito cuestionarme el proyecto de vida.
Aparenta estar en las antípodas de la duda. La debilidad y la duda me interesan. Medir por la fuerza es muy típico de hombres y no permite razonar. Las mujeres tenemos que llevar la comparación a otro terreno: abandonar la fuerza para razonar en términos de potencia, que es como la energía liberada: genera más energía. Forzar y obligar no me interesa. Potenciar es ampliar. Si la mujer poderosa se orienta hacia ahí, las cosas pueden cambiar mucho. Si dejamos el diálogo en la cuestión de la intensidad y la fuerza, no conseguiremos nada.
¿Ha vivido la desigualdad entre hombres y mujeres? Socialmente es innegable: los sueldos son distintos siempre; el trato y el reconocimiento, muchas veces… Y aunque parezca que no me afecta, sí lo hace. Yo tenía 40 años cuando abrí mi estudio. Si hubiera sido chico, lo habría hecho 10 años antes.
¿Por qué se lo pensó tanto? Porque tenía una hija y debía dividir mi vida entre varios roles sociales. Pensé que tenía que estar muy segura de mi credibilidad para ponerme en primera línea a defender mi trabajo y el de quien trabajase conmigo.
¿Cómo consiguió hacerlo? Con naturalidad. He ido haciendo. Y eso se nota en mi estudio, que está junto a mi casa. Mi hija pequeña llega del cole y viene a verme. Luego sabe que tengo trabajo, pero me ve, hay transparencia. Varias chicas de mi estudio han tenido hijos porque me han visto a mí criar. Siempre les digo que si tienen una pareja mínimamente estable no se obsesionen con la carrera. Estoy orgullosa de eso.
¿Estar en la cima exige dureza? Exige control. Mientras el éxito corra por detrás de ti vas bien. Como se te ponga por delante estás perdido.
¿Cómo compatibilizar familia y trabajo en esa cima? Las mujeres debemos atacar la rigidez de horarios. Es uno de los pocos recursos en los que podemos protegernos. La flexibilidad ayuda siempre que demuestres potencia suficiente para trabajar sin horario a partir de resultados.
¿Considera que es un tema de organización? No creo que porque a mí me haya ido bien sea fácil para las mujeres. Sin embargo, no creo tampoco que haya una sensibilidad femenina. La sensibilidad está distribuida más democráticamente de lo que creemos. No soporto los reduccionismos que dibujan a las mujeres sensibles y pragmáticas. Lo que distingue a las personas, su identidad, es el equilibrio entre sus cualidades. Y eso es lo que comunicas a los demás. Con todo, reconozco que cuando me empecé a ver fuerte me asusté.
¿Cómo? Sentí que tenía que hacer ver que era aún más fuerte. Y resté importancia, incluso en entrevistas, a la discriminación. Fue una irresponsabilidad. Hay muchas otras chicas que, como yo, han tardado en encontrar su sitio. Eso nos debe llevar a pensar con qué armas nobles podemos contribuir. Para mí, pasando de la lucha de fuerza a una lucha de potencia.
¿La independencia mental no va siempre asociada a la independencia económica? Yo no rompí con mi familia, pero me tuve que alejar. Cuando mis padres dejaron de costearme los estudios, trabajé para pagar la carrera. Eso no quita que luego mi madre me ayudase para la entrada de un piso.
¿De qué trabajó? Tenía una amiga que hacía trajes de baño y me convertí en su asistente.
La manera de producir está cambiando. Vamos hacia el pequeño productor e incluso a la autoproducción
Siempre habla de evolución y no de revolución. Es más sano y duradero, se va más lejos.
¿A qué atribuye su evolución? En la duda y la debilidad está el filón para los futuros proyectos. Siempre funciono a partir de lo que necesita mejorar. Hay temas que son de evolución. El perdón, por ejemplo, es un ejercicio que te encuentras casi a diario y, sin embargo, siempre debes reaprenderlo.
Ha sido pionera reinventándose como arquitecta y ampliando el campo de la disciplina. En Milán no. Castiglioni y Zanusso, mis profesores, tenían una doble profesión. La industria en Italia entendió la necesidad de dialogar con arquitectos que tendieron el puente entre el diseño, la cultura y la industria.
¿Ha sentido alguna vez que le faltaba la gran arquitectura? “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, esa es mi filosofía. Caminando a tu ritmo evitas la frustración. Con los objetivos, uno puede despistarse y no saber de quién son.
Ha construido viviendas en Italia y Australia, hoteles en Puerto Rico, diseña un edificio para el lago de Como, pero también ha firmado interiores de arquitectos como Moneo –para la Fundación Schommer en Vitoria– o con Ferrater en el Mandarin Oriental de Barcelona. ¿No le molesta que la limiten? Yo voy haciendo lo que creo que puede aportar. No sé hasta dónde llegaré.
Trabaja para compañías poderosas, pero lo ha hecho también con gente que empieza. ¿Cómo elige? Me interesa la gente transparente y dispuesta a poner en tela de juicio sus límites. Si están dispuestos a eso…
El primer empresario español que se le acercó fue el director de Viccarbe –firma de mobiliario de diseño– que por entonces no era casi ni empresa. Hacía poco que Víctor Carrasco había acabado de estudiar ingeniería y decidió montar una compañía. Abordó a Urquiola y, sorprendentemente, ella dijo sí. Pero cuando, un año después, él le llevó desde Valencia el prototipo de un taburete a una inauguración en Madrid, Patricia lo cogió y preguntó: “¿Dónde tienes el coche?”. Cargó el taburete hasta el vehículo, pidió que le abrieran el maletero, lo metió en él y le dijo: “Cuando quieras trabajar en serio ya hablaremos”. Carrasco confiesa que había intentado abaratar la producción. También que no ha olvidado esa lección. Todavía trabajan juntos.
¿Es bueno o es malo que los mismos diseñadores trabajen en casi todas las empresas? Hoy día, una trayectoria como la mía no tendría sentido porque se puede trabajar desde la periferia y vender en la Red. Pero eso solo amplía la oferta, no la reduce.
¿Existe una burbuja del diseño? La manera de producir está cambiando. Vamos hacia el pequeño productor e incluso a la autoproducción.
¿En todo el mundo? Incluso en América, Obama ha impulsado un programa de fab-labs (fabrication laboratories, que producen objetos a pequeña escala con impresoras digitales). Se topó con una generación digital y sin gente en los oficios: sin vidrieros, carpinteros o yeseros. Eso no ha sucedido todavía en España ni en Italia. Pero si seguimos así desaparecerán los artesanos.
¿Por eso los reivindica con sus diseños? Por intuición. Con muchos de los fabricantes hemos regresado a producir en España, aunque no hay que demonizar a China. Las empresas tienen que investigar nuevas maneras de producir. Hacen bien en experimentar, pero hay que controlar la calidad. Hay empresas que buscan aportar y otras que tratan de observar lo que hacen los demás para abaratarlo. Lo segundo es pan para hoy y hambre para mañana. Y es una ética, o falta de ética, del trabajo que no me interesa.
¿Filtra más a medida que se hace mayor? Con las amistades depuras. Pero con el conocimiento no. Soy muy curiosa. Cuando me imagino de mayor, no me veo ni gorda, ni fea, ni vieja. Me gusta verme como una especie de abuela que tiene relación con el mundo.
¿No tiene nunca la sensación de haber hecho demasiadas sillas, demasiadas lámparas…? Si contamos solo los productos, ya podríamos haber acabado hace tiempo. Pero sigo investigando, todavía hay espacio. La sociedad evoluciona o involuciona en algunos temas y se necesitan siempre respuestas nuevas. Hace años hubiera sido impensable algo como el diseño social.
¿El diseñador como guía en lugar de como artista? Un diseñador es alguien que escucha. El artista envía mensajes sobre el estado de las cosas.
¿El diseño español fue un momento? Cataluña tiene un largo recorrido, pero el diseño español en general ha tenido un problema de identidad. Le ha preocupado entrar en un mercado más a través del marketing y la rebaja de precios que apostando por aportaciones culturales. Hay que ganarse el respeto, y eso se hace trabajando la identidad. Los momentos de crisis son buenos para pararse a reflexionar. Piensa en Almodóvar y el trabajo que ha hecho sobre la identidad. Como él, tantos.
¿Por ejemplo? Viajar con Vueling es una lección de diseño: en el exterior del avión, en el interior, en la carta, en el servicio. No se han puesto histéricos como los irlandeses enviando el mensaje de “como es low cost, os vamos a dar lo peor”. España ha encontrado varias vías inteligentes para hacer las cosas bien. Es lo que nos va a salvar.
¿Cree que sus productos transmiten valores? Cualquier creativo es incapaz de saber qué obra será la que llegará a los demás. Uno debe trabajar con todas sus dudas y a pesar de ellas. Si te pones a pensar en la eternidad, te entra un agobio que no te permite hacer nada. Porque a ese nivel poco importa. Repito lo del camino al andar. De la eternidad puede hablar quien ha vivido una situación difícil y o se reinventa o se queda. Lo decía Marina Abramovic. Su infancia fue tan dura que tuvo que exorcizarla con su obra. Ella no es una persona dura, pero en su obra está la dureza casi imposible de superar que ella vivió.
¿Sigue siendo una gran lectora? Es como viajar. Si te gusta hacerlo, jamás dirás que es mucho. Lo mismo que cuando viajas, cuanto más lees, más sabes lo que te falta por leer. Leo sin obsesión, no como cuando dediqué dos años de mi vida a analizar En busca del tiempo perdido. De todo aquello me quedó la idea de que la lógica conceptual debe cortocircuitarse con lógica emocional. El ritmo de esos cortocircuitos es lo que da identidad a tu trabajo.
¿Qué espera de la vida? Espero ser una abuela con la que apetezca sentarse cerca en las cenas de Navidad.
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