Memorias de puño y letra
La correspondencia particular se ha convertido en un objeto de museo, pero siguen siendo una de las principales fuentes de información de historiadores y biógrafos. Un viaje a los últimos descubrimientos que los expertos han encontrado buceando en los epistolarios de personajes ilustres.
“El recuerdo de aquellas caricias me trastorna de forma extraña. (…) Quiero que me ames con todo el ardor de tu deseo, que me hagas gozar violentamente bajo tus abrazos perversos”. En una letra redonda, perfecta, Simone, una francesa de la década de los veinte, imploraba a su amante Charles poder verlo cuanto antes. Durante dos años de relación con él rompió los tabúes sociales y sexuales de la época; se entregó completamente para mantener satisfecho al hombre que amaba, casado y más joven que ella. Su historia quedó grabada en un fajo de cartas, hallado el año pasado por un diplomático francés en el sótano de la casa de un amigo al que estaba ayudando a limpiar. Un descubrimiento novelesco que seguramente no tenga equivalente el siglo que viene, porque ya casi nadie escribe cartas.
La nostalgia ha despertado el ánimo de conservación del periodista inglés Simon Garfield. Colaborador con medios como The Guardian, The Observer o la revista Intelligent Life de The Economist, ha escrito libros de documentación de todo tipo, desde el origen del tinte púrpura artificial hasta la evolución de la tipografía. Ahora se ha adentrado en la memoria histórica epistolar: se acaba de publicar en español su historia de la correspondencia, titulada Postdata (Taurus), y en inglés, una colección de misivas en las que dos trabajadores ingleses de correos se enamoraron durante la II Guerra Mundial. Esta última se titula My Dear Bessie (Mi querida Bessie; Canongate Books). Ambas obras son reivindicaciones de la carta tradicional, homenajes al acto de sentarse, pensar y escribir a mano.
“No me opongo en absoluto a la tecnología moderna”, explica Garfield. “Utilizo el e-mail, incluso tuiteo un poco. Con mi hijo, que vive en México, mantengo el contacto por WhatsApp. Me encanta la inmediatez. Pero dentro de diez años no creo que conservemos ninguno de esos mensajes. Tendremos recuerdos vagos, no un registro concreto de dónde se ha estado y lo que se ha visto”. Su afán investigador, que le ha llevado a recopilar decenas de misivas históricas, nace de la idea de que el mundo del futuro está perdiendo parte de su historia: “Cuando trabajas en el archivo de una universidad grande o de un museo” –él es administrador del de la Universidad de Sussex (Inglaterra)–, “te das cuenta de que todo el mundo está muy preocupado con lo que va a ocurrir. ¿Cómo contaremos nuestra historia? ¿Cómo trabajarán los biógrafos?”.
Dentro de 10 años no conservaremos los correos electrónicos sobre determinados sucesos. ¿Cómo contaremos entonces nuestra historia?”
A principios de 2000 desembarcaron en los hogares los programas de mensajería instantánea y los blogs de MySpace, precursores de las redes sociales. Ahora Facebook y los mensajes del móvil han motivado un descenso en la utilización del e-mail entre jóvenes y adolescentes. De 2010 a 2011, el número de menores de edad en Estados Unidos que utilizaban el correo electrónico de forma habitual descendió un 31%, según publicó la empresa de marketing digital ComScore en 2012. El año anterior el uso había caído ya un 59%. Este cambio de hábito se traduce en una pérdida de la pura costumbre de escribir un mensaje largo. Un biógrafo del futuro tendrá que bucear por una hemeroteca infinita de pequeños textos instantáneos y superar contraseñas y cortafuegos de todo tipo para acceder al material. Encontrar un fajo de cartas en un sótano no será suficiente.
“El correo electrónico se está convirtiendo en una obligación; lo usamos prácticamente solo en el trabajo”, continúa Garfield. “Todavía registramos nuestras vidas de diversas formas, y es cierto que existen los blogs, pero ese contenido está escrito para que lo lea todo el mundo. Nos revelamos a un público de forma confesional; queremos que la gente piense lo mejor de nosotros”.
Jean-Yves Berthault, el diplomático francés que encontró las cartas eróticas de Simone en un sótano, decidió publicarlas como La pasión de la señorita S. (Seix Barral). La versión traducida llegará a España en otoño, aprovechando el revuelo mediático de la película Cincuenta sombras de Grey. Pero, a diferencia de las fantasías de bondage blando que ofrece la taquillera película, la correspondencia de Simone es la expresión del deseo de una mujer real, que vivió una época en la que la sexualidad femenina no solo era tabú, sino sencillamente invisible. “Una voz tan desinhibida y desafiante a su tiempo, que habla tan explícitamente desde el yo y no bajo la apariencia de un narrador, solo se consigue en epistolarios o diarios”, resume la editora del volumen en castellano, Mar García Puig. Simone nunca hubiera revelado su deseo en un blog; habría terminado proscrita, y a Charles seguramente no le hubiera hecho ninguna gracia.
Es esa verdad la que engancha al lector, la que alimenta una fascinación por vidas ajenas auténticas, no de muro de Facebook. “El acceso a la esfera íntima no ha sido sustituido por nuevas formas de comunicación”, explica Joan Tarrida, director de Galaxia Gutenberg. Por eso los epistolarios clásicos mantienen un público fiel. “La correspondencia de Octavio Paz con intelectuales como Pere Gimferrer, o entre Nabokov y Edmund Wilson, en las que dos grandes hablan sobre la literatura y la creación… eso es una fuente de conocimiento”, añade. Garfield subraya el valor académico del género. “La carta sobre la erupción del Vesubio en el año 79 que escribió Plinio el Joven al historiador Tácito es la única descripción escrita que tenemos del acontecimiento”. La produjo años después; su tío Plinio el Viejo supuestamente había muerto a consecuencia del desastre, por inhalación de gases, tras acudir en barco para socorrer a las víctimas en la primera fase de la erupción. Plinio explica a Tácito que él pudo haber acompañado a su tío, pero que se quedó estudiando en casa, desde la que veía el humo que se elevaba sobre el volcán. “Al ser una retrospectiva, podemos dudar de su precisión. Y los hechos los conoceríamos igual, porque hay otro tipo de registros, pero es el aspecto personal lo que otorga peso al documento. Esa tensión, ‘¿deberíamos navegar para ponernos a salvo?’. Es algo único, totalmente inestimable. Traslada perfectamente el horror de la situación”. Garfield se pregunta si el mismo tipo de descripción hubiera sobrevivido como un e-mail. “Quizá sí, pero la cuestión es si se habría molestado en escribirlo Plinio”.
¿Y se habría molestado Simone en describirle a Charles con tanto detalle todo lo que anhelaba hacerle si hubiera tenido acceso a una comunicación directa? “Antes habría afirmado sin dudarlo que las cartas, frente al teléfono o el correo electrónico, proporcionaban un cierto sosiego temporal”, reflexiona Puig, de Seix Barral. “Cuando uno escribía una, sabía que esta no sería leída hasta días o semanas después, y la respuesta estaría mediada por el tiempo, que supuestamente lo templa todo. Pero al leer las misivas de la Señorita S., el lector se da cuenta de que la desesperación se mantiene intacta durante días. Tampoco parece que poner por escrito sus sentimientos le hiciera matizarlos, un tópico que se usa al valorar la pérdida de la correspondencia escrita a mano”.
Mientras, la carta manuscrita da los coletazos que puede: existen revistas literarias que facilitan suscripciones de misivas de escritores, clubes de correspondencia que solo utilizan el papel y románticos que buscan amigos por carta a través de sus blogs. “Cualquier iniciativa es buena. Está muy bien que haya quien intenta preservar la costumbre. Pero es como querer volver al coche de caballos; resulta muy agradable, es un viaje más lento que te permite ver el paisaje, pero está superado. No solo por la velocidad, sino por el coste. ¿Por qué gastar un euro en un sello si puedo enviar lo mismo gratis?”, dice Garfield. Según el Sindicato Universal de Correos, en 2013 se enviaron 339,8 billones de artículos por correo en el mundo, un 2,9% menos que el año anterior, en muchos casos paquetes de compras por Internet. Una tendencia a la baja que se mantiene cada año. “Canadá, por ejemplo, va a dejar de repartir el correo personal en las casas”, prosigue Garfield. Quien quiera recibir una postal tendrá que ir a la oficina de correos o a su biblioteca local para recogerla. La decisión, anunciada en 2013, será implantada gradualmente y supondrá el despido de unos 8.000 trabajadores, según la televisión canadiense Cbc News.
El interés que resurge ahora por la correspondencia escrita tiene algo de fetichista. El papel nos resulta precioso: “Quizá ahora abunden más las antologías de cartas, que muestran un interés por ellas como objeto o concepto”, afirma Puig. El blog Letters of Note, en el que su autor, Shaun Usher, publica cartas históricas desde 2009, recibe millones de visitas diarias y dio origen a otro grueso libro recopilatorio hace dos años, que fue financiado por crowdfunding. Garfield compara el fenómeno con el revival del disco de vinilo. “Nos gusta porque suena distinto y trae las letras en la funda, pero la música en realidad la escuchamos en Spotify o iTunes. El teatro no perdió tanto con la llegada del cine”, opina, “porque es una experiencia única. El proceso de adaptación no es comparable a lo que le ha ocurrido a la correspondencia escrita con Internet”.
No todos los expertos comparten su pesimismo. El calígrafo Ewan Clayton se resiste a una visión rupturista; él mismo se considera un símbolo de continuidad. De joven, en los ochenta, vivió cuatro años en un monasterio; fue un fraile copista del siglo XX. Tras dejar la vida religiosa se convirtió en asesor de Xerox PARC, el laboratorio californiano que inventó el ordenador personal en red, la idea de Windows, el Ethernet y la impresora láser, y donde Steve Jobs vio por primera vez una interfaz gráfica con la que el usuario interactuaba con la máquina. “La experiencia transformó mi visión de lo que es escribir”, explica en su Historia de la escritura (Siruela). Si no hubiera sido por su afición a la caligrafía clásica, sostiene Clayton, Jobs nunca habría revolucionado el diseño informático. Además, la generación digital escribe compulsivamente. Cada segundo se publican 6.000 tuits; 70.000 millones de caracteres por minuto. Clayton considera a su padre el mejor ejemplo de evolución: supera los 80 años y lleva 47 escribiendo una carta a sus hijos cada lunes. Al principio lo hacía con pluma y membrete; en los setenta las mecanografiaba y copiaba con papel carbón, y hoy envía un e-mail con copia desde su ordenador. Lo que no cambia es el contenido. “Cada generación tendrá que replantearse lo que significa leer y escribir”, sentencia Clayton; la responsabilidad no recae solo sobre los archivistas.
“Pego mis labios a los tuyos, en un beso profundo en el que pongo todo mi corazón…”. A pesar de su pasión incansable, la historia de Simone con Charles acabó en ruptura. Las demandas sexuales de ella, que culminaron en un intercambio de roles de género, terminaron por alejar a su amante definitivamente. Quizá volviera saciado a su vida de casado, o avergonzado por sus transgresiones morales. La lectura de su historia no se limita a la observación o al viaje en el tiempo; representa la oportunidad de meterse en otra piel.
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