A salvo de todo
A la patria de la fotografía, llena de mármoles relucientes y mobiliario de época, le llegaba la financiación a través de unas tuberías empotradas en la realidad económica
Montañas nevadas, banderas al viento, el alma tranquila… Ese edificio en cuyo tejado pone HSBC es una patria y lo demás son cuentos. Una patria por la que muchos depositantes darían la vida. Y la dan, aunque no la suya, sino la de los otros: la de la gente en riesgo de exclusión, la de los niños hambrientos, la de las clases medias expulsadas a la mendicidad. Las patrias, como las religiones, han producido cantidades inmensas de dolor. A veces de un dolor evidente, con sangre y vientres reventados a la vista del público, y a veces de un dolor sordo, que apenas sale en la prensa o en los telediarios.
A la patria de la fotografía, llena de mármoles relucientes y mobiliario de época, le llegaba la financiación a través de unas tuberías empotradas en la realidad económica, procedentes de las minas de oro y de diamantes de África, por poner un ejemplo. Esas minas en las que se dejan la piel críos de siete años. A esa patria cautelosa, situada en el corazón de Ginebra, en el centro de Suiza, en las entrañas de la Europa más civilizada, llegaban todos los días remesas ingentes de dinero extraídas de la extorsión, del robo, del fraude fiscal, de las comisiones ilegales, de la venta de armas, del comercio de esclavos… Por el camino, el dinero se lavaba para que no oliera mal cuando patriotas como Colón de Carvajal, la familia Pujol o los Bárcenas se acercaban a retirar unos fajos. Cuando gente de esta calaña habla de la patria, no lo olviden, se refieren a esos edificios discretos en cuyo interior ellos y su pasta se encuentran a salvo de todo.
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