La gran evasión como efecto colateral
Si los Parlamentos permanecen pasivos frente a los fraudes tributarios, se erosiona su razón de ser
Es probable que muchos de los implicados en la lista Falciani, especialmente los responsables bancarios que organizaron el entramado, crean que no han hecho nada malo y se asombren de que algunos ciudadanos reclamen su encarcelamiento. Llevaban años haciéndolo y sus empresas les pagaban cantidades formidables por ello. No tenían dudas de que los Gobiernos democráticos conocían la situación y constataban que no existía la menor reacción. Tenían prestigio social y, de hecho, lo más probable es que la mayoría de ellos salga de este lío, otra vez, sin castigo ni sanción.
¿Por qué? Hace mucho tiempo que banqueros y financieros se lanzaron al maravilloso campo de juegos que abrió la globalización. Para colmo, explican los conocedores, se movían en un mundo que parecía regido por las matemáticas. A las matemáticas no se les pide moral y transmiten a los profanos una rotunda sensación de cosa inapelable. Así que, escribe un analista británico, ayudados por el totalitarismo intelectual que suponía el famoso "No hay alternativa" de Margaret Thatcher y la seudociencia de sus seguidores, consideraron que su propia actividad ilícita respondía a un modelo necesario para el buen funcionamiento de la nueva economía. ¿Quién se iba a atrever a pedirles cuentas?
Razón tenían porque si no, no se explica que los Gobiernos democráticos se declararan derrotados antes de empezar a luchar. Es indudable que a los Gobiernos les gusta recaudar. ¿Por qué entonces no hicieron nada para evitar los formidables mecanismos de evasión fiscal que se fueron creando? Seguramente, porque les parecía que no era posible atacarlos sin perjudicar el "no hay alternativa", el modelo matemático inapelable, según el cual ese crimen globalizado era un simple daño colateral.
No han sido los Gobiernos, ni los Parlamentos, los que han empezado a dar patadas en ese tablero. Han sido personas como Hervé Falciani o Edward Snowden quienes han decidido actuar, se han arriesgado y han colocado a Gobiernos y Parlamentos ante hechos consumados. Han sido periodistas independientes quienes han logrado difundir parte de esa información y llamar la atención a los ciudadanos.
¿Y ahora qué? Ahora que los ciudadanos han sido informados de que existen mecanismos que permiten a los poderosos burlar la ley que ellos cumplen, ¿qué van a hacer los Parlamentos que les representan? ¿Qué va a hacer el Congreso de los Diputados? Obviamente, no se trata de abrir una investigación para identificar a los infractores. De eso se tienen que ocupar la Agencia Tributaria y la fiscalía. De lo que se trata a nivel parlamentario es de investigar cuáles son esos mecanismos y cómo funcionan. Los Parlamentos nacieron hace ya siglos para discutir los impuestos. Permanecer pasivos mientras se establecen vías masivas de fraude tributario erosiona su verdadero corazón, su primera razón de ser.
No hay que ser muy optimistas. El Parlamento Europeo, mejor dicho, la llamada Conferencia de Presidentes, el órgano político de la cámara, que reúne al titular de la institución y a los jefes de los distintos grupos, decidió esta semana ignorar la solicitud, respaldada por 188 europarlamentarios, de crear una comisión de investigación sobre la evasión fiscal. El PE se limitará a poner en marcha una comisión especial, dotada de muchos menos poderes.
Conviene recordar que en la historia del Parlamento Europeo solo se han puesto en marcha tres comisiones de investigación: una de ellas trató sobre el escándalo de la quiebra, en 2000, de la compañía británica de seguros Equitable Life, que afectó a millón y medio de ciudadanos de 15 Estados miembros. La presidenta de la Comisión, Diana Wallis, dijo durante la presentación de su informe: "Entendemos la importancia de que las empresas de servicios financieros puedan operar en toda la Unión Europea, pero tenemos que decidir antes con claridad meridiana quién es responsable de qué. Hemos descubierto fallos en el régimen regulador, que se suma a un respeto excesivo a una institución financiera (...). Seamos claros, no puede haber movilidad sin responsabilidad (...). Lo que hemos implantado es patético".
Eso fue hace años. Hoy, ni tan siquiera es posible hablar de ello.
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