Mano de santo
Voy a injertarme varias nacionalidades. Un popurrí de razas y ascendencias. La más increíble mezcolanza
Voy a injertarme varias nacionalidades. Un popurrí de razas y ascendencias. La más increíble mezcolanza. Aún sueño con ser rusa, judía, negra, bereber… ¿Y algo más? Con ser hombre. Sí, señor. Voy a implantarme un cuerpo de jota, el brazo de un gitano, el corazón grandísimo de un indio sioux y una cabeza de turco. O mejor, la de un centroeuropeo de la primera mitad del siglo XX. La de Musil, por ejemplo. A ver si prenden. Así, todos los días del año serán el día del orgullo de alguna de mis muchas especies, y yo, como un pavo real, saldré por el barrio a mostrar mis variopintos brotes corporales. Esto de aquí me salió en Bangalore. Eso de ahí abajo me lo pegaron en Ouarzazate. ¿Y esto? Ah, ni idea de donde viene… No soy de ningún sitio y soy de todas partes. Y como dicen que las verdaderas raíces de nuestra existencia están en el lenguaje, aprendo idiomas con ahínco para que mis rizomas lleguen hasta el cielo.
Quiero fundar el más caótico de los bancos de semen que haya existido jamás. Un banco de esperma en el que las noruegas, como yo, se lleven tubitos procedentes de la Provincia Ultramarina de Angola. Las catalanas, como yo, simiente certificada del centro de la Península Ibérica. Denominación de origen, La Meseta. ¿Y las madrileñas, como yo misma? Calma. Habrá para todas. Así tal vez ya a nadie se le ocurra pavonearse de que su cultura es la más antigua del planeta. O de que su recontratatarabuelo tenía sangre azul. A ver si, con buena voluntad y una pizca de sentido del humor, acabamos con el nacionalismo, que es una vergüenza nacional, con el racismo, que es un asco, y con el clasismo, una de las mayores lacras de la sociedad. Sólo una duda. ¿Qué hacemos con los demás fanatismos?
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