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Cuestión de confianza

El sentimiento que inspira una persona a otra, la que hace que este nuevo sistema de economóa solidaria funcione

No sé si es o no una nueva revolución, pero está claro que tal y como plantea el artículo Confianza: la base de un nuevo capitalismo, publicado en esta revista el 20 de julio, las normas están cambiando. Por necesidad, debido a la crisis económica; por evolución derivada de la tecnología que pone a nuestro alcance estar conectados con personas que se encuentran muy lejos físicamente, están surgiendo muchas iniciativas que nos dirigen a compartir recursos, a intercambiar nuestras casas, o a dejar que un desconocido cuide a nuestra mascota. Lo que más me agrada de esta “nueva economía” no es que esté desafiando las reglas establecidas y obligando a ponerse las pilas a sectores acomodados que protestan raudos cuando ven peligrar sus negocios, sino que está basada en la confianza. En las opiniones de otros, en el intercambio de información entre personas, en la comunicación. Antes se hacía cara a cara y uno se estrechaba la mano; ahora se utiliza Internet y puede haber un contrato por medio, pero al final es la condición humana, el sentimiento que inspira una persona a otra, la que hace que este nuevo sistema funcione.

Idioma y territorio

César Moya Villasante (Madrid)

En la entrevista que se le hace a la escritora Yasmina Reza en El País Semanal (20-7-2014), contesta a una pregunta del periodista Álex Vicente con una frase de la que me he apropiado como pensamiento propio. En ella dice que en cuestiones de identidad, el idioma cuenta mucho más que el territorio. Es algo que creo define perfectamente el nacionalismo de muchos pueblos. En España tenemos el ejemplo de Euskadi y Cataluña, que siempre han sido los problemas no resueltos. Sobre todo porque ha habido épocas de desprecio e, incluso, persecución a los que hablaban un idioma distinto del castellano propiciando un rechazo a la nación como Estado no propio. Nunca entendí que se pudiera ejercer la buena vecindad de un pueblo rechazando su idioma, que es algo cultural y que hace mayor al Estado que incluye a ese pueblo. Se puede rechazar una política determinada, pero rechazar cultura es algo propio de gentes acomplejadas o que odian la cultura, como ha sido siempre la derecha de este país y que persiste aunque algunos lo disimulen. Aún escucho a algunos comentaristas o tertulianos llamar Jorge a un Jordi o Antonio a un Andoni, algo que me parece tan ridículo que ya ni sonrío. Me da simplemente pena vivir en un país tan falto de tolerancia que nunca llegará a solucionar el problema vasco y catalán. Hemos avanzado pero no mucho, la verdad.

Un clavo que duele

José Payá. Villajoyosa (Alicante)

Desde hace ya bastantes años me viene sorprendiendo la similitud existente entre lo que pienso y lo que escribe Javier Marías respecto a casi todo lo que sucede en este país, y seguramente les pasará lo mismo a muchos de los lectores que, semana tras semana, leen La zona fantasma. Lo digo por el número de adhesiones que esos temas y su tratamiento promueven en quienes frecuentan esa página. Al principio de esa experiencia mía me sobrevino una especie de irritación porque aquellas coincidencias, incluso de matices, me daban a entender que yo tenía razón en muchos de mis juicios sobre lo que pasa en esta España, en contra de quienes quitaban hierro a mis análisis. Sin embargo, creo que no se trata de tener razón desesperadamente cuando opinas sobre un tema social o político de los que se dan en este país. En el fondo, lo deseable muchas veces es no tenerla, estar equivocado y que, por tanto, las cosas criticables que aquí se producen no son tan graves como a nosotros se nos antojan. Pero en esa zona de Javier Marías es difícil que este penetrante observador no dé en el clavo doliente de tanta estupidez como a diario vemos que se comete en los diversos ámbitos de la convivencia nacional española.

¿Qué daño hace?

Asunción Rituerto. Correo electrónico

Cuando vi el título de la página semanal de Javier Marías, Cazuelas en los quirófanos (20-7-2014), me extrañó, pero cuando leí el artículo que ha escrito me ha sorprendido mucho. No entiendo su aversión a los programas de cocina, siempre que sean de calidad y enseñen el manejo sensato de los alimentos y sus técnicas para prepararlos con éxito. Somos lo que comemos, ¡qué gran verdad y que poca gente se lo cree!

En el ámbito sanitario, donde trabajo, he visto cantidad de veces pacientes que, interrogados por sus hábitos culinarios, demuestran el poco conocimiento sobre cómo comer sano. La compra de platos preparados que se consumen por comodidad es abrumadora. No importa que lleven colorantes, conservantes y grasas saturadas. A esto, hay que añadir la época de crisis que estamos sufriendo y la falta de dinero de las familias para comer bien. ¿Qué daño hace, me pregunto, que haya programas de cocina que enseñen a hacerlo? ¿No es mejor que se hable de comida a que se invierta tiempo y dinero en enseñar los trapos sucios de personas públicas?

Señor Marías, no estoy de acuerdo con usted en esta cuestión. Le recomiendo que, cuando vea algún programa de cocina, cambie de canal. Siga disfrutando del fútbol, que yo seguiré a los grandes cocineros que me quieran enseñar algunos buenos trucos.

Muchas gracias por su página semanal y saludos de una lectora de sus novelas.

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