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"Estoy trabajando en una novela": la mayor mentira de Twitter

Un libro compila tuits de gente que afirma estar escribiendo su ópera prima. Ninguno de ellos ha publicado todavía

Maribel Verdú y Vincent Gallo trabajando en su novela, o en la película 'Tetro', e insensatamente callándoselo al resto del mundo
Maribel Verdú y Vincent Gallo trabajando en su novela, o en la película 'Tetro', e insensatamente callándoselo al resto del mundoUNIMEDIA EUROPE \ MEMENTO FILMS / (Cordon Press)

 –Estoy escribiendo mi novela.

A no ser que goces del don de la disociación, a no ser que puedas habitar simultáneamente diversos escenarios del multiuniverso (escribiendo en tu casa, apurando un daiquiri en Cancún), no estás escribiendo una novela: estás, como mucho, diciendo que estás escribiendo una novela. Los escritores (mejor: los que escriben siempre que no están diciendo que están escribiendo) son como ese tipo congénitamente preparado para buscar gresca y que en medio de la pelea le grita al contrincante: "Tranquilo, ¿eh?" con la única intención de sacarlo de sus casillas.

Uno nunca avisa a los demás de que está trabajando en un informe, o que va a cerrar una venta. Un cirujano cardiovascular nunca proclama, escalpelo en la mano, que va a darle duro a la aorta. Ni siquiera en la era 2.0. Pero los que se encierran en sí mismos para comunicar (que, al fin y al cabo, es escribir) siempre salen un segundo para confirmar su ocupación. No está claro si lo hacen para convencerse a sí mismos de que en algún momento lo harán; si es una forma de disculpar que no estén haciendo nada (no estoy en un voluntariado en Guatemala, pero estoy trabajando en una novela) o si simplemente lo dicen para no tener que irse a casa en ese momento y ponerse delante de la pantalla. Los que escriben novelas parecen (parecemos) sentirse diferentes. Están más lejos de otras profesiones y más cerca de otros hobbies, como cuando los lectores que detallan a la Humanidad por qué página del libro que devoran van o aquellos otros que salen a correr y nos informan de cuántos kilómetros han completado.

Uno no se imagina a un cirujano tuiteando que va a darle duro a una aorta pero sí a un lector anunciando por qué página del libro va o a un corredor diciendo cuánto le han llevado los 10 kilómetros. Escribir, se ve, es más hobby que profesión

Así, la cuenta de Twitter @workingonmynovel caza al azar ejemplos de ese eco eterno: "Después de una siesta impresionante, estoy trabajando en mi novela de nuevo. ¡Parece que toma forma!" o "Para los que se preguntan, estoy todavía trabajando en mi novela. He invertido siete horas hoy y lo haré mañana". Del mismo modo que la mejor forma de detectar a alguien que no está trabajando en su novela es que ese alguien lo proclame a los cuatro vientos, la mejor forma de saber que nadie le ha preguntado si lo hacía es si usa la fórmula: "Para aquellos que preguntan".

Tal ha sido el éxito de la cuenta de Twitter @workingonmynovel, gestionada por el artista Cory Arcangel, que ahora Penguin edita un libro con los 127 tuits de gente que afirmaba estar enfrascada en algún tipo de cruzada tecleadora. Estamos ante su triunfo definitivo: han visto su obra publicada sin llegar a escribir ni una línea de esa novela en la que afirmaban estar trabajando. Como el libro de los falsos prólogos de Borges.

Lo peor viene, sin embargo, cuando realmente han escrito esa novela. A menudo tengo que morderme la lengua hasta que el agua salada se agolpa en mis lagrimales. Eso me sucede cuando uno que está en ello dice: "Oh, estoy lanzado, la verdad es que la novela ya se escribe sola". Un día lo probé: dejé el ordenador encendido y bajé a dar una vuelta a la manzana y a comprar tabaco y cuando regresé, el cursor parpadeante seguía ahí, impertérrito, indiferente como el Universo ante nuestras desgracias, con su cadencia intermitente en mitad del océano de la página en blanco. Son esos los que también afirman que sus personajes han cobrado tanta vida que ya no dependen de ellos (rezo para que un día esos personajes les pongan una cabeza de poni en la almohada o les ciñan una cornamenta con sus parejas) o los que aseguran que es probable que jamás quieran publicarla (estos son los que en realidad están en la casilla cero: trabajando en su novela).

Karl Marx escribió El capital con hemorroides y Philip Roth, sin razones clínicas para ello, siempre ha escrito de pie, como si estuviera boxeando. Uno que realmente está trabajando en su novela jamás dirá que lo está haciendo: primero porque sentirá cierta vergüenza (debería estar haciendo algo de provecho, como salvar gatos de las copas de los árboles o dar clases en una escuela), pero es que suficiente tendrá con mantener cierta concentración. No lo dirá, no, porque estará escrutando la nevera cada diez minutos, googleando su nombre, visitando webs de regalitos que reciben su nombre de un episodio de la mitología griega, recorriendo enloquecido la casa, jugando a la pelota vasca en la pared del comedor (como en El resplandor, donde el protagonista estaba trabajando realmente en su novela y casi se cargó a su familia), releyendo con envidia a otros escritores, acertando con la frente en el canto de la mesa.

Cuenta la Historia que Arquímedes murió por su total entrega a la ciencia. Durante la invasión de los romanos a Siracusa, él estaba en casa entregado a la resolución de un problema. Un soldado romano lo encontró y le gritó: “¡Sígueme!”. Arquímedes pidió un momento: “Me falta muy poquito”. El soldado se cargó de paciencia y esperó un rato, pero en vista de que Arquímedes no terminaba pensó que era una estratagema y lo atravesó con la espada.

Ahora todo es ligeramente distinto: no es fácil concentrarse con todo ese universo a un solo clic. Hace unas semanas me exilié en la casa de mis padres en una aldea gallega, lejos de las tentaciones barcelonesas: sesiones de nueve horas en una buhardilla en la que el sol se entretenía por la habitación con sus rayos oblicuos, mientras yo me envalentonaba con gritos de ánimo muy parecidos a los que se gritan los tenistas cuando acaban de ganar un punto: ¡Vamos! Nadie, por suerte, podía oír mis vítores: estaba solo y sin internet. Es probable que si hubiera tenido wifi me hubiera dejado raptar por la tentación de teclear, en alguno de los momentos felices de escritura que sí viví, que "estaba trabajando en mi novela" (al fin y al cabo, ¿qué es este artículo si no un enorme "estoy trabajando en mi novela" con gigantescas letras de neón?). Por suerte no tenía, así que bajé al prado y miré a las vacas: esas vacas idiotas, pero también solícitas, que jamás te llevarán la contraria. De las que rumían con cadencia mecánica y te miran con ternura de ojos de Disney. Me acerqué a una de ellas, una ternera de un color ocre peinado por el viento: "¿Sabes? Estoy escribiendo una novela". La vaca, lo prometo, lo hizo ante mis atónitos ojos, se giró y echo a andar hacia el horizonte, la luna colgada como una medalla que ganara una nube, los árboles cabeceando con desespero entre los bocinazos de coches y frufrú de criaturas trepando el monte.

Miqui Otero es escritor. Entre sus novelas se incluyen Hilo musical o La cápsula del tiempo.

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