Cuánto saben las amigas de mi madre
¡Tienes que cambiar el colchón!, exclamaron las tres amigas de mi madre a la vez. Mi madre se quedó con la boca abierta
Desde hace un tiempo me levanto cada mañana como si me hubieran dado una soberana paliza. Y durante un buen rato me muevo por casa como si fuera un palmípedo, comenté un día. Apenas puedo doblar los tobillos… ¡Tienes que cambiar el colchón!, exclamaron las tres amigas de mi madre a la vez. Marga, Marita y María Luisa. Mi madre se quedó con la boca abierta. Y yo, riendo, recordé a la princesa del guisante. ¿Cuántos años hace que no lo cambias? No lo he cambiado jamás. Y tiene ya veinte… No. No. Hay que hacerlo cada siete, insistieron.
He esperado otros dos. Y por fin me he decidido. Fredesvinda, la encargada de la planta de descanso de unos grandes almacenes de cuyo nombre no quiero acordarme, nos hace tumbarnos en más de diez colchones tan diferentes entre sí y a la vez tan similares que terminamos con una enorme empanada dorsal. Esto es Tempur, dice Fredes muy orgullosa. Ante mi gesto de repugnancia, pues me siento como un trozo de verdura en un molde de cocina, además de que con mi ojo bueno he podido ver que el colchoncito de marras cuesta la friolera de 2.500 euros, la mujer comenta: Pero, eso sí, si llega usted a usar esto una sola vez en su vida, no podrá volver a dormir en una cama que no tenga colchón de Tempur… De nuevo pongo cara de asco y Fredesvinda nos lleva a probar nuevos colchones, cada vez más baratos. 30% de descuento. 40%… ¡Este! Es de muelles ensacados, dice Fredes, acariciándolo. Y yo ya no me levantaré con la sensación de ser un pingüino cojo. Me ha encantado atenderles, dice Fredesvinda al despedirse. Y, sonriendo, añade: Sobre todo a él, que se ha tumbado en todos los colchones sin rechistar… ¡Caramba con Fredes! Sabe aún más que las amigas de mi madre.
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