Durmamos tranquilos
Este señor, al poco de que lo inmortalizaran de esta guisa, fue detenido por la poli “con fuerte olor a alcohol en el aliento"
Hay gente a la que le haces una foto y te sale un cuadro al óleo. Influyen en ello multitud de factores: la personalidad del retratado, su posición social, su vestimenta, sus condecoraciones, así como el lugar donde se tomó la instantánea. Hablamos del juez Enrique López, miembro, hasta hace unos días, del Tribunal Constitucional. O sea, un cargo. Tú te cruzas con este hombre y te declaras culpable, aunque seas la señora de la limpieza. ¿Quién soporta esa mirada testicular, esas ojeras de estudioso, esa nariz rotunda, esos labios concluyentes, en los que parece haberse demorado el pincel del artista? ¿Quién no tiembla ante esas cejas ligerísimamente arqueadas, hegemónicas, líderes? ¿Quién no se estremece ante ese conjunto de cabellos dominados a punta de gomina? Y eso que hasta ahora venimos hablando de las partes, pero si observas el conjunto, caes fulminado por asesino, aunque no hayas matado una mosca.
¿Qué ocurre si abandonamos el rostro? Pues que nos precipitamos en el fúnebre aliño indumentario, que viene a ser como salir de Málaga y meterse en Malagón. Parece que, más que vestirlo, lo han amortajado para hacerle el retrato. De ahí las condecoraciones que luce en el pecho y que resumen una vida. Dicho esto, y para quitarles a ustedes el susto, conviene añadir que este señor, al poco de que lo inmortalizaran de esta guisa, fue detenido por la poli “con fuerte olor a alcohol en el aliento, deambular titubeante, ojos rojos y vidriosos, habla repetitiva, ojos congestionados…”. En definitiva, borracho. Significa que era un tigre de papel. Durmamos tranquilos
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