No tienen dos tortas
La realidad está llena de tipos que empuñan un láser. Son los mismos que envían cartas anónimas o invaden las redes sociales con insultos escondidos tras un seudónimo.
Ese gilipollas, el del láser, está en todas partes: en el metro, en la oficina, en la comunidad de vecinos, en la calle peatonal, en el supermercado, en el autobús, en el cine (a lo mejor a tu lado), en la cafetería del tanatorio, en la sala de espera del dentista y hasta en la guardería del niño. No se atreve a llevar una navaja o un revólver porque es lo más tirado que hay en gilipollas. El aparatito de los chinos, en cambio, le sirve para tirar la piedra y esconder la mano, pues no deja rastro luminoso. Aprietas el botón aquí y la luz se manifiesta allá sin que sea posible identificar de dónde viene.
Este tipo del láser es el mismo que envía cartas anónimas amenazantes o que se esconde detrás de un seudónimo para insultar. La realidad está llena de gentecilla de este calibre, no tienes más que acercarte a las llamadas redes sociales, que funcionan ya a modo de un estómago receptor de bilis y otros jugos ácidos en los que se deshace la mala leche anónima, la de hacer daño por hacer daño, la mala leche del por qué no nos meamos en este portal, que en esta casa solo viven viejos. Lo malo de estos tipos es que no tienen mala puntería. El que está jodiendo a Ronaldo, por ejemplo, está a punto de alcanzarle los ojos como el que se mea en el portal está a punto de darle a esa pobre cucaracha que es más digna que él. Estos sujetos repugnantes abundan en los campos de fútbol porque ahí resulta fácil ocultarse entre la masa, pero están en todas partes, ya decimos. Son la versión pequeña del matón de toda la vida. Tienen un láser porque no tienen dos tortas.
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