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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Soñando hacia atrás

José Luis Ágreda

Recién aterrizada de mi semanita en Roma, me invento un refugio en el que protegerme mientras mis retinas se acostumbran de nuevo –qué feo verbo: acostumbrarse– a la oscuridad reinante y mi olfato se inmuniza –otra definición atroz– ante la pestilencia.

Me invento un sueño al revés. Un sueño de tal alcance que, de haberse hecho realidad en los quince días que tardarán ustedes en leer esto, nos encontraremos con una sonrisa en forma de luna en el semblante de este país, en lugar de ese inmenso emoticón lloroso que ahora padecemos.

Ana Mato, farmacéutica. La que una vez fue ministra de Sanidad sufre una crisis de conciencia –o un exceso de consumo de trankimazin, vayan ustedes a saber– y decide arrendarle la farmacia a su proveedor habitual, que, en la ruina, con sus pocos ahorros se va a vivir a Quito, en donde el euro sale más a cuenta, según un estudio reciente. La señora Mato, cuya facilidad de palabra supera incluso a la de la señora Botella, se dedica, en la botica, a trabajar con productos naturales y un mortero. Del trato con el público se ocupa su exmarido, que llega en bicicleta desde que le reventaron las ruedas del Lamborghini el primer día que lo aparcó a la puerta. Ah, y el tal Carlos Floriano, de mancebo de los años cuarenta, con su batica y el pelo al cero.

En mi sueño, el señor Rajoy comprende y se va a Tierra Santa a hacer penitencia”

Alberto Ruiz-Gallardón se despierta un día y no recuerda quién es, ni quién fue su abuelo, ni qué es un concebido, y mucho menos lo mucho que mandó. Para mayor desconcierto, se encuentra al final de una larga cola en los juzgados de la plaza de Castilla. Vagamente sabe, eso sí, que quiere denunciar a alguien –¿quizá a sí mismo?–, pero que deberá pagar los costes. Se palpa la cartera: ni un eurito, caramba.

Cristóbal Montoro y Luis de Guindos, sorprendentemente, se encuentran en el Parlamento, pero no en el hemiciclo, sino en la calle, en medio de una de las manifestaciones más multitudinarias que se recuerdan. Intentando disimular, se besan apasionadamente, como Ingrid Bergman y Cary Grant en la escena de la bodega de Encadenados, cuando el marido les sorprende, pero en este caso es Cristina Cifuentes quien se los lleva a la trena por escándalo público. El malentendido no se aclara nunca, por lo que, gracias a Zapatero, en la mazmorra se les casa. Y bastante tienen con enseñarse lo que saben el uno al otro.

María Dolores de Cospedal y José Ignacio Wert: en mi sueño, el suyo es un destino común y muy especial. Ella, poseída por el Maligno –más, quiero decir– y con la cabeza dándole vueltas, con grave riesgo de que se le ladee la mantilla, se empeña en dar clases de Mejor Educación para una Ciudadanía Libre. En estas llega monseñor Wert con un botafumeiro, saca a los niños de clase (colegio concertado: sexos segregados) y procede a liberarla de Satán. Pero Satán no es tonto y ha elegido El Cuerpo adecuado, el cual, poco antes de tragarse el incensario, le lanza a su oponente la peineta, dejándole clavado al mapa de España una, grande y, por fin, bastante libre que figura en la pared.

Seguro que me dejo a alguien, pero así como a bote pronto se me ocurre, para rematar mi sueño –nunca un deseo, líbreme el cielo velazqueño–, que el señor Rajoy de repente entiende –es decir, comprende– y se va a Tierra Santa a hacer penitencia usando a Soraya como báculo.

Lo mejor de mi sueño es que, cuando ustedes me leen, hay convocadas elecciones libres anticipadas, con listas abiertas y con una nueva Ley de Transparencia como inminente propósito. Ah, y cárcel para todo el que la merezca.

www.marujatorres.com

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