Cataluña: se debe reconducir la situación
Hay que defender con argumentos y a la ofensiva la federalización del Estado español
Uno. Hay que reconocer en Artur Mas dotes de malabarista. Tiene un país en quiebra; necesita el rescate del Gobierno español del que desea separarse (¿qué pensaría la UE si le pedimos el rescate y anunciamos que nos vamos?); cuenta con más de 700.000 parados; ha sido pionero en la aplicación de recortes sociales; se ha sostenido gracias al apoyo del PP, al que ayuda en las Cortes en sus duras medidas sociales y, no obstante, se presenta como el líder mesiánico de la nación catalana en el camino hacia la “independencia”. Realmente asombroso, porque si uno lee su mensaje, este es de una ambigüedad inaceptable, pues no es lo mismo “un Estado propio en Europa”, que “estructuras estatales”, que “una nación dentro de Europa”, que el “derecho a decidir” o, por fin, el pacto fiscal. El president sabe —y así lo ha reconocido— que una independencia unilateral, en contra de la voluntad de los españoles, supone violar la Constitución y quedarse fuera de la UE y del euro. Significaría un choque que dividiría a la sociedad catalana, exacerbaría los demonios de antaño y sería un desastre para todos. Sin embargo, casi todas las demás cuestiones son discutibles y, bastantes, negociables porque “estructuras estatales” ya se tienen ahora y se pueden ampliar en una federación; un pacto fiscal es necesario, la cuestión es saber de qué pacto hablamos, si del que mejore la hacienda catalana y no rompa el principio de solidaridad o de otro.
Dos. Al final, después del encuentro con su aliado Rajoy, en demanda del pacto fiscal —versión Concierto— del que sabía de antemano que era inviable, quedaba expedita la vía de la convocatoria de elecciones. Consulta en la que la derecha nacionalista, envuelta en la bandera de la “independencia” o del “derecho a decidir”, intentará ocultar sus desaguisados sociales, echará la culpa de todo al tripartito de izquierda y a España y podrá obtener la ansiada mayoría absoluta que le evite depender del PP o de ERC. Por si había dudas, el anuncio carismático-plebiscitario de que una vez cumplida la misión histórica, se retirará, desvela la intención política oculta. A partir de ahí, las dos derechas nacionalistas —la catalana y la española— negociarán y pactarán, me temo que a costa de todos nosotros.
Ahora bien, lo que nos debe preocupar de verdad no son las maniobras de uno u otro partido para obtener ventaja electoral a costa de lo que sea. Lo que importa es lo que piensan y sienten los catalanes. Estaríamos ciegos si olvidáramos la dimensión ciudadana de la cuestión. Cuando cientos de miles de personas salen a la calle en pro de la independencia; se corea ese deseo en los campos de fútbol y las encuestas reflejan un ascenso continuo de la misma aspiración, tenemos un problema político de envergadura que no se resuelve con la simpleza de la “algarabía”, la ambigüedad de la “quimera” o enarbolando la Constitución sin más. Por el contrario, hay que escuchar, comprender, dialogar y reconducir la situación por medio del pacto porque sería un desastre que nos metiéramos todos en un callejón sin salida.
Estaríamos ciegos si olvidáramos la dimensión ciudadana de la cuestión
Tres. Muchos catalanes tienen razón de sentirse descontentos o agraviados. Todo el proceso de concepción, elaboración, negociación, recurso y resultado del Estatuto de Cataluña fue una operación política fallida que está en el origen de la actual frustración. No es aceptable que un Estatuto votado, por amplia mayoría, en los Parlamentos español y catalán, refrendado por la ciudadanía catalana, pueda ser recortado. El examen constitucional de los Estatutos, en su caso, debe ser anterior, nunca posterior al voto popular. Ya sé que así está en la ley y que el Estatuto actual es mejor que el anterior. Mas eso, ahora, ya no arregla nada, pues el daño está hecho. Luego se abalanzó la crisis económica, que exacerba los nacionalismos, populismos y el sálvese quien pueda, sobre todo si se es más rico. Esta actitud es entendible entre los sectores más pudientes, no lo es entre las capas más desfavorecidas, que solo se salvan en escenarios unitarios y solidarios. No quiero pensar qué pasaría con los sindicatos y partidos de izquierda, catalanes y españoles, en una hipótesis de divorcio. No se comerían un rosco en decenios, con unas y otras derechas envueltas en las banderas, que todo lo cubren, hasta las peores trapacerías. No olvidemos que la reacción de Mas y Rajoy ante la crisis ha sido la misma: los recortes sociales. El primero ha tenido la habilidad de cubrirse tras lo “identitario” simbólico, que arrastra siempre a sectores populares, arrinconando la identidad real de las necesidades sociales.
Cuatro. En cualquier caso, hay que reconducir la situación y evitar que se siga pudriendo. Me temo que hasta después de las elecciones será difícil. Ahora solo nos queda exigir claridad, que no se engañe al personal y confiar en que el seny catalán se imponga una vez más. En mi opinión, el futuro no está ni en el inmovilismo de “ahí está la Constitución” ni menos aún en el independentismo. Por el contrario, creo que hay que defender con argumentos y a la ofensiva la federalización del Estado español. De entrada, se podrían retomar cuestiones que el Constitucional rechazó por problemas formales, por medio de reformas de leyes orgánicas, como sería el caso de aspectos de la administración de justicia y otras. Luego, hay que resolver el tema de la financiación con criterios federales, de tal suerte que se mejore la hacienda catalana, y la financiación de las autonomías, manteniendo el principio de solidaridad, con límites y reglas claras. Por último, hay que abordar de una vez la reforma de la Constitución. Por ejemplo, o el Senado se transforma en una cámara de los “Estados” o es una institución que no cumple con su razón de ser.
Cinco. Hay quien sostiene que a Cataluña le iría mejor fuera de España. Sinceramente no lo creo y, sobre todo, depende a quiénes. A los ricos quizá sí, cuando Mas elimina el impuesto de sucesiones y otros; a la inmensa mayoría le iría mucho peor. Los vientos en la UE soplan en dirección opuesta a las separaciones. Todos somos cada vez más dependientes, compartiendo soberanía y, en la globalización, con una UE federal a la que vamos, con mayorías cualificadas cuyo voto se pondera basándose en la población, cuanto más pequeño se es más dependiente se vive. En lo único que coincidí con Mas fue cuando dijo: “No estamos locos, queremos estar en la UE y en el euro...”. Pues eso, porque creo que “eso” pasa por España.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
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