Frustración en la cumbre
Es, efectivamente, la hora de la política europea. Pero el Gobierno español también en este punto debe acertar en la elección de sus aliados
Una vez más, la Unión Europea ha sido incapaz de adoptar una decisión que aleje los desenlaces amenazadores que se ciernen sobre el futuro de la eurozona. En la fase actual, la combinación de los resultados de la convocatoria electoral del próximo 17 de junio en Grecia y la salud del sistema bancario español está condicionando de forma significativa la estabilidad del conjunto del área euro. Aunque tarde, estaba en lo cierto Mariano Rajoy en distinguir entre lo urgente y lo importante en la pasada cumbre informal de la UE. La actuación decidida del BCE, apoyando el fortalecimiento de la liquidez bancaria y comprando deuda pública italiana y española en los mercados secundarios, es prioritaria a la discusión de las vías de perfeccionamiento de la integración fiscal. E incluso de la necesaria concreción de las propuestas de un pacto por el crecimiento. Reducir la inestabilidad de los mercados de deuda soberana es condición imperativa para dejar de alimentar ese bucle diabólico que define el deterioro del valor de la deuda pública de las economías periféricas y la erosión de la solvencia de los bancos. Es cierto que la actuación del BCE no constituye por si sola la solución a los problemas que sufre la eurozona, pero es la señal necesaria para poder abordar con la mínima tranquilidad soluciones de mayor alcance, como la mutualización de los riesgos en la eurozona o la instrumentación de iniciativas comunes tendentes a paliar los devastadores efectos de unas políticas presupuestarias homogénea y simultáneamente dominadas por la contracción del gasto y la inversión pública en un entorno recesivo.
A pesar de los apoyos de otros máximos mandatarios, el presidente español no ha conseguido que su aliada Merkel le respalde. Debería constituir una lección a la hora de definir sus políticas en el seno de la UE. La alineación de hecho con la negativa alemana a articular un sistema de solidaridad basado en algo similar a la emisión de eurobonos no aporta, por el momento, los resultados esperados. La subordinación a las orientaciones del Gobierno alemán está acarreando un sacrificio de las condiciones económicas de los europeos y, por supuesto, de los españoles.
Rajoy no parece haber sido suficientemente convincente de la bondad de las reformas enunciadas por su Gobierno. De poco valen reconocimientos en reuniones más o menos privadas con la canciller alemana si en las instancias en las que deben adoptarse propuestas concretas para atenuar la crisis Merkel se enroca en sus tradicionales planteamientos. Que son justamente los que ahora menos convienen a la población española. Jornadas adicionales como las vividas en las dos últimas semanas en las que la desconfianza inversora se manifiesta sobre la solvencia del sistema bancario y la del Tesoro seguirán agravando la recesión española, una de las más intensas de las que sufren las economías europeas, y, en todo caso, dificultando el cumplimiento de los excesivamente ambiciosos objetivos de saneamiento fiscal. Es, efectivamente, la hora de la política europea. Pero el Gobierno español también en este punto debe acertar en la elección de sus aliados y en la correcta transmisión del estado cercano a la frustración de los ciudadanos españoles.
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