Cincuenta años de la biblioteca Nuestros Hijos: el homenaje de las madres a los que no volvieron de los Andes
“Eran 13 mujeres que querían hacer algo en nombre de los chicos y para otros estudiantes como ellos; necesitaban sacar algo provechoso de ese dolor que sentían”, cuenta una hermana del capitán del equipo de rugby
En diciembre de 1972 la noticia recorrió el mundo: un grupo de veinteañeros uruguayos seguía con vida después de permanecer 72 días extraviados en la cordillera, tras accidentarse el avión en que viajaban a Chile. Poco después se supo que habían sobrevivido 16 de las 45 personas que iban a bordo. Sus familiares estuvieron en vilo, hasta que por fin se conocieron los nombres de los muchachos vivos. En 16 hogares de Montevideo cundió el júbilo, y el hecho fue bautizado “Milagro de los Andes”. También por esas mismas horas la desolación se instalaba entre las familias de quienes no corrieron con igual suerte. Lejos del ruido mediático que hablaba de milagro, cada una lloró la tragedia por su lado. Así pasaron los días, las semanas, hasta que la madre de uno de los jóvenes decidió salir de casa y darle algún otro sentido a la pena que la hundía.
En febrero de 1973, Selva Ibarburu, madre de Felipe Maquirriain, fallecido con 22 años a causa de los golpes sufridos en el accidente, resolvió visitar a las familias que se encontraban en su misma situación. Ibarburu recorrió casa por casa y les propuso una reunión, porque no quería pasar por aquello sola y encerrada. Doce madres le llevaron el apunte y se reunieron en Carrasco, el barrio residencial de Montevideo al que pertenecen todos los protagonistas de esta historia. “¿Qué podemos hacer por nuestros hijos?”, se preguntaron. Una de ellas, Inés Valeta, profesora y madre de Carlos, fallecido en los Andes con 22 años, sugirió crear una biblioteca para homenajear a sus hijos estudiantes. Todas estuvieron de acuerdo. Empezaron los trámites, buscaron un local y con un altavoz salieron a recolectar libros. En agosto de 1973, cuando no había pasado un año del accidente, las 13 madres formalizaron la creación de la biblioteca Nuestros Hijos.
“En la biblioteca encontramos el apoyo que no teníamos en otro lado”, dice a EL PAÍS Raquel Arocena, de 96 años, fundadora de esta iniciativa hace más de cinco décadas. Es la única que sigue con vida de las 13 madres que desafiaron el mandato social de la época: quedarse en casa y sobrellevar a solas la pérdida. En su caso fue la de Gustavo Coco Nicolich, su hijo de 20 años, estudiante de Veterinaria e integrante del equipo de rugby Old Christians que viajaba a Chile. “Mi padre, que era un hombre mayor, decía que la biblioteca era un absurdo”, recuerda. “Fue realmente asombroso”, continúa, “todo lo que nos hacía falta estaba en ese lugar”. Tras una pausa, añade: “Nos hacía falta tranquilidad, nos hacía falta comprensión, nos hacía falta amistad”. Fue el mejor tributo a Gustavo, sostiene su madre, porque había sido un gran lector desde pequeño. “A él lo hubiese ayudado”, continúa.
La biblioteca Nuestros Hijos funciona en Carrasco, en un predio cedido por la Intendencia Municipal de Montevideo. “Para mantener vivo el recuerdo de los que no volvieron del accidente ocurrido el 13 de octubre de 1972 en la cordillera de los Andes, sus madres fundamos esta biblioteca. Cada estudiante, cada lector, es recibido aquí en nombre de nuestros hijos”, reza un cartel de bienvenida. En tres salas comparten espacio casi 25.000 libros, un rincón de lectura infantil y ordenadores que se emplean en talleres de informática dirigidos en total a 20 jóvenes. Aquí también se imparten cuatro talleres de inserción laboral y mediante becas se entregan, cada año, libros de texto a 125 estudiantes de bajos recursos.
Desde el inicio se financian con el aporte de socios, actualmente 500, así como con donaciones de particulares y empresas. La más reciente llegó de la mano de La sociedad de la nieve, la película de Juan Antonio Bayona de 2023, que entregó a la biblioteca los 50.000 euros obtenidos por el premio del público en el último Festival de San Sebastián. “Teníamos una asignatura pendiente con las familias de los fallecidos, que se agrupan en una fundación Nuestros hijos, que ayuda a niños con dificultades al acceso a la cultura y la lectura”, argumentó el director, que visitó la biblioteca en Montevideo en un emotivo acto que congregó a muchas familias.
En conversación con EL PAÍS, Stella Pérez del Castillo, hermana de Marcelo, capitán del Old Christians también fallecido, sostiene que la biblioteca fue la “tabla de salvación” para las madres, en tiempos en que las terapias psicológicas no eran habituales. “Las madres siempre contaban que al principio hablaban el 90% del accidente y el 10% de la biblioteca”, cuenta. Pero poco a poco la iniciativa fue llenando sus vidas: buscaban y conseguían los libros, atendían a los estudiantes y a los socios, organizaban los talleres de formación, administraban los fondos. “Eran 13 mujeres que sentían exactamente lo mismo: el dolor más espantoso que es el de la pérdida de un hijo. Querían hacer algo en su nombre y para otros estudiantes como ellos; necesitaban sacar algo provechoso de ese dolor que sentían. Para mi madre llegó a ser su segunda casa”, añade.
Su hermano Marcelo tenía 25 años cuando ocurrió el accidente y al igual que Nicolich falleció como consecuencia del alud que sufrió el grupo 16 días después de haberse estrellado el avión contra las montañas. Murió el 29 de octubre, el mismo día que su padre había fallecido cuatro años antes. Líder nato, Pérez del Castillo se había puesto al frente de la organización de las tareas de supervivencia y fue un puntal fundamental cuando debieron tomar las decisiones más complejas. Sin embargo, su ánimo cayó en picado cuando se enteraron de que se había suspendido la búsqueda del avión 10 días después del accidente, tal y como reconocieron sus compañeros en el documental La sociedad de la nieve, de 2007, dirigido por el uruguayo Gonzalo Arijón.
Durante décadas, Stella no quiso ver ninguna película ni leer libros o entrevistas que hicieran referencia a la tragedia que se llevó a su hermano. “Pensaba que no iba a tener nada positivo para mí”, explica. Tampoco tenía previsto asistir a la proyección del filme de Bayona, aunque había presenciado el rodaje en el antiguo aeropuerto de Montevideo que recreó la salida del vuelo chárter en que viajó Marcelo. Finalmente, se animó y la vio junto a una de sus hijas. “Sentí la angustia y la impotencia que sintió mi hermano. Me hizo ver su muerte de una manera sublime”, relata emocionada. Coincide con los otros familiares en que la película permitió establecer un puente con los supervivientes y habilitó conversaciones que antes no se habían dado. En su caso, sostiene, desbloqueó emociones que tenía enquistadas. “Fue mágica”, agrega.
Raquel Arocena celebra, a sus 96 años, que la biblioteca siga en marcha y con planes de expansión en manos de las nuevas generaciones. “Nunca creímos nosotras, las fundadoras de la biblioteca, que iba a ser una obra tan estupenda”, asegura. Con la donación de la película, proyectan aumentar el alcance de la obra social con una mejor locación, incrementar los talleres de formación y las becas con libros de texto. Unos 900 niños y adolescentes de todos los barrios de Montevideo visitan la biblioteca durante el año. Cincuenta años después de su fundación, Arocena no esconde su satisfacción por haber desoído los malos augurios que le llegaron a las madres cuando compartieron su idea. “La biblioteca fue una ayuda fabulosa para todas y lo que sigue siendo hoy para muchos. Es parte de nuestra vida”, afirma.
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