Estocolmo+50: mirar atrás para tomar impulso
La transición energética es nuestro reto generacional y un desafío mayúsculo para países, empresas y sociedades dependientes de combustibles fósiles
“Debo advertirles contra profecías de catástrofes inevitables. No veo prueba convincente de que no puedan resolverse los problemas ambientales. Tengo la certeza de que podemos encontrar soluciones, concertando la acción internacional. Eso sí, es muy, muy urgente”.
Estocolmo era una ciudad luminosa el 5 de junio de 1972 en que Olof Palme insuflaba aliento y apremiaba a la comunidad internacional desde la primera Conferencia sobre el Medio Humano. Han pasado 50 años. El mundo ha avanzado mucho, los problemas ambientales también. La vigencia de aquellas palabras podría sugerir que no hay nada que celebrar, pero sería una idea equivocada.
De aquella cumbre surgió el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el concepto-faro del desarrollo sostenible: un crecimiento equitativo que preserva el capital natural para generaciones futuras. Estocolmo inició la batalla ardua y lenta por consensuar soluciones globales para los problemas del ecosistema global. Se alcanzaron acuerdos sobre contaminación marina, protección de especies y espacios, lluvia ácida… Con tiempo, la cooperación internacional permitió cerrar los agujeros de la capa de ozono. Nos dotamos de instituciones desde las que progresar en varios frentes —Convenciones de Biodiversidad, Desertificación, Cambio climático—. Décadas de inversión en innovación tecnológica nos permitieron reducir en un 80% el coste de las energías renovables, que ofrecen hoy la fuente más barata, eficiente y segura para generar electricidad. Conviene recordar estos hitos históricos: son pilares legados por quienes nos precedieron y nos recuerdan lo que sí somos capaces de conseguir.
Sin embargo, seguimos abusando de la capacidad de carga del planeta, por lo que los límites del crecimiento de 1972 son más estrechos hoy. El Foro Económico Mundial acaba de reunirse en Davos tras publicar un Informe de Riesgos Globales contundente respecto a la realidad que debemos enfrentar. Las tres amenazas más críticas para el mundo y el bienestar de las personas son: el fallo en la acción climática, los extremos meteorológicos y la pérdida de biodiversidad. En el top ten de los riesgos globales figuran también la erosión social, las crisis de subsistencia, las enfermedades infecciosas y los conflictos geoeconómicos: todos ellos directa o indirectamente relacionados con la triple crisis ambiental. Esta voz de alarma se suma a las alertas científicas y debe hacernos reaccionar. No son riesgos inevitables: urge desacoplar el crecimiento económico de la degradación ambiental y construir resiliencia para esquivar los peores escenarios.
La transición energética es nuestro reto generacional y un desafío mayúsculo para países, empresas y sociedades dependientes de combustibles fósiles. Su resultado depende de nuestra capacidad para anticipar y responder a los impactos sociales y distributivos. Su viabilidad obliga a modelar y secuenciar las reformas de manera inteligente e integradora. La inacción climática implica pérdidas de hasta el 18% del PIB global. Reorientar el modo en que producimos y consumimos genera oportunidades para la industria, la innovación, el empleo, la equidad y la mejora de la salud del planeta y las personas. El salto no es solo tecnológico. Necesitaremos nuevos conocimientos y habilidades, además de consenso e impulso social. Las instituciones deben facilitar el cambio, pero solo una ciudadanía activa y bien informada puede sostener la velocidad de crucero precisa. Esta década es decisiva para recomponer el equilibrio entre el bienestar humano y el planeta. Por ahí pasa el único futuro posible. Tomemos impulso.
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