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La brecha de género sale cara

El mundo sumaría 23 billones de euros a su PIB si se suprimiera la desigualdad entre el hombre y la mujer, que la crisis provocada por la covid está ahondando

Miguel Ángel García Vega
Marcha en Nueva York (Estados Unidos) en 2018 para pedir la igualdad salarial entre hombres y mujeres.
Marcha en Nueva York (Estados Unidos) en 2018 para pedir la igualdad salarial entre hombres y mujeres.ALBA VIGARAY/EFE

Las mujeres sostienen la mitad del cielo. Suponen 3.850 millones de almas de las 7.700 que habitan la Tierra. El escritor Nikos Kazantzakis escribió que “todas las mujeres son la misma mujer, pero con distinto rostro”. Un error. Cada una es un universo tan imprescindible que resulta doloroso justificar con números la equidad que le debe la existencia. Si la brecha de género desapareciera, se añadiría al PIB mundial entre 12 y 28 billones de dólares en 2025. De 9,8 a 22,9 billones de euros. Este último número es la suma de la riqueza de China y Estados Unidos. Son los cálculos de Bank of America. Pero la horquilla es tan inmensa como la presa de las Tres Gargantas china. Porque durante años no ha habido interés por calcular la desventaja económica de ser mujer. Muchos expertos se quejan de la carencia de cifras históricas fiables. Quedan frases suficientes para escribir titulares, y demasiados proceden del diccionario de las palabras olvidadas. El Banco Mundial calcula que seguir manteniendo esta fractura abierta genera unas pérdidas de 160 billones de dólares o que al ritmo actual tardaremos 257 años en suturar la herida económica.

Pero los números asaltan la vida y la brecha de género puede ser la última baja de la pandemia. En abril —uno de los meses más duros de la crisis sanitaria— el 55% de los 20,5 millones de puestos de trabajo perdidos en un mercado laboral muy flexible, como el estadounidense, correspondió a mujeres. La fragilidad es escarcha y algunos economistas ya hablan de shecession (un neologismo que mezcla she, ella, y recession, recesión) frente al mancession del crack financiero de 2008. Todo suena tan contradictorio como ahogarse en llamas o arder en el agua. Hay que buscar explicaciones. La principal razón, reflexiona Stefania Albanesi, profesora de Economía en la Universidad de Pittsburgh, es que “los esfuerzos para mitigar los efectos de la covid-19 han reducido muchos empleos en hostelería, ocio, cuidados personales y servicios sanitarios, que están ocupados, sobre todo, por mujeres”. Ahora la clave, subraya Alfonso Arellano, economista de BBVA Research, “es si este golpe se va a mantener en el tiempo”. Pues la crisis ha ampliado la brecha. Y la mujer no puede sentirse el hueso que el tablajero arroja al muladar.

Porque la inequidad contra ellas también es una pandemia. En Israel, por ejemplo, las mujeres son una minoría en el mundo laboral, pero el 56% ha perdido su empleo desde que comenzó la crisis. “La covid-19 ha tenido un impacto masivo en la inequidad dentro de los países y, más aún, en economías ricas y en desarrollo. También ha producido un retroceso masivo en la desigualdad de género, lo que evidencia que se necesita un cambio social mucho más profundo”, advierte Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI y profesor de Economía en la Universidad de Harvard.

Por la tierra circula una corriente eléctrica que transmite la sensación de que las mujeres han perdido una década frente a lo conquistado. Y los informes que publican bancos de inversión, casas de Bolsa o consultoras se leen con la fiabilidad histórica del Antiguo Testamento. McKinsey estima en 30 billones de dólares el valor de la “economía de la mujer” (mayor que cualquier país del mundo); The Boston Consulting Group (BCG) cree que si hombres y mujeres tuvieran el mismo nivel de emprendimiento la economía de esta esfera azul crecería entre 2,5 y 5 billones, y PwC avanza que cerrar la brecha salarial puede añadir dos billones. ¿Quién se cree hoy este álgebra? Quizá haya que recurrir a la física y no a las matemáticas.

Dos fuerzas en lucha

Pugnan fuerzas centrípetas y centrífugas. Se sienten. “Por un lado, en muchos países, incluido España, las mujeres sufrieron más la pérdida de empleo durante la pandemia, en parte por los trabajos que tenían, y por el aumento de las responsabilidades de cuidar a los niños durante el cierre de las escuelas. A corto plazo, la igualdad de género en el trabajo ha sufrido un retroceso”, narra Matthias Doepke, profesor de Economía en la Universidad Northwestern, quien en agosto publicó un ensayo sobre este tema. “En el otro extremo, la crisis sanitaria ha aumentado la flexibilidad del puesto de trabajo y la capacidad de trabajar desde casa cuando resulta necesario”. Esto debería ayudar a la conciliación y a la corresponsabilidad en las tareas. Otro error. “Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar donde se levanta”, se lee en el Antiguo Testamento.

Todo retorna al mismo sitio. Es innecesaria la econometría: solo hace falta mirar otras vidas. “Para una mujer, los hijos tienen un impacto brutal en términos de pérdida de salario y de horas trabajadas”, lanza Margarita Torre Fernández, profesora de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid. ¿O familia o carrera? Porque la corresponsabilidad (real) es trigo aventado en una era. Un trabajo preliminar de la Universidad Complutense de Madrid descubrió que las investigadoras antes de la pandemia dedicaban 6,2 horas semanales a trabajar en sus publicaciones (donde se gana el prestigio académico), pero durante la crisis cayeron a 1,6 horas. Por el contrario, en los hombres el tiempo aumentó de 7 a 8,1 horas. ¿Quién cuida del hogar orillando su futuro laboral?

La respuesta resulta fácil. El problema hiende a los frágiles. “En Estados Unidos, la pérdida de puestos de trabajo se concentró en los empleados con salarios bajos, las mujeres y las minorías”, recuerda Kristen Broady, decana de la Facultad de Negocios de la Universidad de Dillard (Nueva Orleans). En cualquier situación. Incluso en noviembre pasado —cuando se levantaron algo las restricciones— el paro entre las mujeres negras se mantuvo en el 9%, un 2,3% más alto que la media nacional de ese mes. “Pero la inequidad no termina en el desempleo”, alerta la docente. “La situación socioeconómica de la mujer negra en este país es imposible de contextualizar sin tener presente la marginación de sus identidades raciales dentro de una minoría que históricamente ha combatido la opresión y el sometimiento cuando hablamos de empleo, propiedad de la vivienda, educación, representación política e ingresos”. De hecho, la riqueza media de los hombres blancos solteros menores de 35 años (22.640 dólares) es 224,2 veces mayor que la de las mujeres negras solteras (101 dólares).

En términos geológicos, las mujeres viven sobre una falla y en cualquier momento pueden abismarse por mil fisuras. En Goldman Sachs reconocen que “no han sido capaces de encontrar una relación entre más mujeres en una empresa y un ROE (return on equity, rentabilidad sobre recursos propios) mayor. Tampoco, más bajo”. Idéntico destino al que llegó un trabajo titulado ¿La diversidad de género de los consejos mejora los resultados de la empresa?, publicado en 2017 por la escuela de negocios Wharton. Esta suma da cero o es inexistente. Algunos analistas dudan de la calidad de las series históricas utilizadas. Otros buscan un discurso que cambie el Excel por el transcurso de los días.

“Desde 2009 vemos que la cotización de las acciones de aquellas compañías que más mujeres han incorporado en sus consejos han tenido una mayor revalorización respecto a las que están en la franja baja de paridad de género en los órganos de gestión”, reflexiona Sharon Bell, estratega sénior de Goldman Sachs. Y añade: “El rendimiento fue bastante significativo: entre dos o tres puntos porcentuales al año”. Aunque estas empresas —admite— no tuvieron más rentabilidad, beneficios por acción o crecimiento de las ventas. Pero tampoco fue inferior. Tablas de nuevo. Urge salvar la reina. En 2005, el 9% de los consejeros del índice Stoxx 600 eran mujeres, el año pasado un 31%. Muchas sociedades aún no han interiorizado que no cerrar la falla lleva hacia una caída del PIB, menor innovación, una demografía sesgada y, sobre todo, perder esa mitad del cielo. “Y con ella, su creatividad, su sensibilidad, su fuerte conciencia social en materias como el medio ambiente, la habilidad para trabajar en equipo (con menos ego que los hombres) o la facilidad para comunicarse y crear plantillas muy comprometidas”, detalla una alta ejecutiva. “No se trata de dilucidar quién es mejor gestionando, sino de recordar que hombres y mujeres aportan distintos puntos de vista”, apostilla Ana Fernández, socia responsable de Diversidad de KPMG en España. Sin embargo, hay que blindar la perspectiva de mujer.

Bastantes países europeos tienen leyes o cuotas en sus consejos. Francia las implantó en 2011 y hoy suma una presencia del 40% de mujeres; en Estados Unidos, analiza Schroders, “la lentitud del progreso es especialmente llamativa. El porcentaje de mujeres directivas que se suman a los consejos de administración ha aumentado solo el 3,2% desde 2012”, mientras, en España, un 31% de los miembros decisivos del Ibex 35 son “ellas”. “No creo en las cuotas obligatorias, creo en los méritos”, defendió —en una comida sin periodistas— el presidente de una de las cinco compañías más grandes de España antes de la pandemia. Esta idea está soterrada en muchos consejos masculinizados, que necesitan una renovación de edad y pensamiento. “A los 18 años las convicciones son montañas desde las que vemos la vida, a los 45 años, cavernas en las que nos escondemos”, enseñó F. Scott Fitzgerald. “Los hombres se protegen entre ellos en las empresas y las mujeres no sobrevivimos en organizaciones masculinas”, avisa Margarita Torre Fernández.

Aunque aparecen patrones demográficos que tejen esperanza. En 2000, las mujeres españolas de entre 55 y 64 años que trabajaban eran muy pocas: apenas el 22%. Un porcentaje —cuenta Goldman Sachs— que se había mantenido casi inalterable en las últimas tres décadas. Ahora, la tasa de participación es del 53%. Una edad de jubilación más alta y la legislación contra la discriminación justifican esta entrada. Sin embargo (siempre existe un adverbio que resta lo conquistado), todavía ser “madre penaliza”. Un informe del Instituto de Estudios Fiscales (IFS, por sus siglas en inglés) muestra que en los 12 años siguientes a tener su primer hijo, la remuneración de la mujer cae un 33% la hora frente al hombre. Y volver al mismo puesto que dejó tras la pandemia es atrapar un espejismo.

En la tercera década del siglo XXI todavía hay un polvo negro, como ese que se pegaba a la piel de los mineros a la salida del pozo, en la mentalidad del hombre. Cuando un trabajador acepta un trabajo tradicionalmente femenino —sintetiza la socióloga Torre Fernández— es más probable que en el primer momento que pueda vuelva a uno masculino. Otras veces lo rechaza, prefiere el paro. ¿Por qué? “Tenemos que considerar incentivos no económicos”, desgrana Paula England, profesora de Sociología de la Universidad de Nueva York. “Los hombres a menudo se sienten estigmatizados por desempeñar cualquier función o trabajo asociado con las mujeres. Esta es una parte del sexismo que a menudo no se reconoce. El sexismo no es solo que los varones mantengan a las mujeres fuera del trabajo de los hombres. También es una devaluación cultural de todo lo asociado con ellas, y una idea cultural de que los hombres valen menos si asumen algún papel relacionado con las mujeres”.

Aunque si comparamos la crisis sanitaria con una película de terror, siempre existen escenas en las que el guionista concede un respiro al espectador. Durante el confinamiento, en los hogares de dos padres con madres que trabajaban a tiempo completo, se vivió la situación de que los hombres se involucraron mucho más en la atención de los hijos, y bajó el tiempo que tuvieron que dedicarle las madres. Esta idea —resumida— colisionaría contra la experiencia de los días vividos si no partiera de Claudia Goldin (Nueva York, 74 años), pionera en el análisis de la brecha de género, primera mujer en acceder como fija al departamento de Economía de Harvard y candidata habitual en las quinielas para ganar el Nobel. “Pero existen razones para creer que la equidad no se mantendrá”, lamenta.

Vuelta a la oficina

“A medida que los centros laborales se abran y las normas del confinamiento se levanten, la pregunta es quién volverá a la oficina, a los negocios, a la construcción, sobre todo si las escuelas abren completamente. En Estados Unidos, los colegios han abierto, cerrado, reabierto y vuelto a cerrar. ¿Quién se encargará de las tareas de la casa? No tenemos mucha información, pero la que manejamos indica que es más la madre que el padre. La falta de equidad no se debe por completo a normas sociales. También a quién trae los mayores ingresos en el retorno a la oficina, los negocios, la construcción. De esta forma, las desigualdades del pasado pueden producir desigualdades futuras”.

Goldin siempre cuenta que ella no descubrió la brecha salarial, “ya estaba en el Antiguo Testamento”. Quizá en el Libro de Isaías: “Todos nos marchitamos como una hoja, y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran”. En la OCDE, las mujeres ganan de media un 15% menos que su contraparte masculina. Esta cifra la afina Mónica Guardado, socia directora de AFI Escuela de Finanzas, “al 13% en España”. Porcentajes que apenas han cambiado en una década. Pues si la participación en el mercado laboral de la mujer redujera su ausencia el 25% durante 2025 —según lo pactado por el G-20— podría añadir un punto porcentual al crecimiento del PIB de la OCDE entre 2013 y 2025. Pero están atrapadas. Efectúan al menos 2,5 veces más trabajos relacionados con los cuidados y la casa no remunerados que los hombres.

Y el futuro funde a negro. “Es probable que la pandemia aumente la brecha salarial de género en las sociedades occidentales en los meses y años venideros”, augura Caitlyn Collins, profesora de Sociología y Género de la Universidad Washington de San Luis. ¿Las causas? Las de “siempre”. ¿Quién cuida la familia? Pese a todo, el 69% de la brecha salarial en Europa, sostiene Eurostat, está sin explicar. No será por falta de tiempo. La idea de la igualdad salarial procede de 1919, cuando se incorporó al Tratado de Versalles. Hace ya un siglo.

Pero las mujeres continúan siendo ese murmullo de hojarasca que el viento arrastra en los bulevares. Y aún tienen que justificar lo que “valen” con cifras. En los próximos 40 años heredarán dos tercios de la mayor transferencia de la historia (30 billones de dólares) y durante 2025 poseerán una riqueza financiera de 110 billones. Ahora —acorde con BCG— controlan el 32% del patrimonio del mundo, unos 72 billones de dólares (58,7 billones de euros). Bancos de inversión, gestores y consultoras han encontrado una nueva tierra prometida para el capital. Solo el universo FemTech (tecnología dirigida a la mujer) es un espacio valorado en 50.000 millones de dólares (40.600 millones de euros). “El año pasado pensamos que movió 670 millones de dólares [aún tienen que ajustar los cálculos por la pandemia] y durante 2024 superará los 1.000 millones”, prevé Siddharth Shah, experto en transformación de la salud de la consultora Frost & Sullivan.

Brecha financiera

Sin embargo, esa tierra son arenas movedizas en las finanzas. Las mujeres solo representan el 15% de los puestos ejecutivos en banca, únicamente un 10% de los responsables de gestores de fondos y apenas manejan entre un 1% y el 3,5% de los activos bajo gestión del mundo. Heredarán billones, pero el presente, y el cambio, crece tan lento para ellas como los anillos de una secuoya. “Las mujeres son más propensas a mantener su dinero en efectivo y asumir un riesgo medio o bajo en sus inversiones. En un mundo de tipos de interés reducidos durante bastante tiempo, estarán en desventaja si no tienen suficientes acciones en su cartera”, describe Nannette Hechler-Fayd’herbe, directora global de Economía e Investigación de Credit Suisse. Otra brecha, la de la inversión.

Pese a la geología en contra, ha llegado su tiempo. En marzo de 2017, unos 70 países tenían una mujer como jefe de Estado o de Gobierno. El feminismo es, quizá, la transformación social más importante de las últimas décadas, y chicas (y chicos) jóvenes tienen en Greta Thunberg (activista del cambio climático), Malala Yousafzai (premio Nobel de la Paz e impulsora de la educación femenina), Kamala Harris (vicepresidenta de Estados Unidos), Jacinda Ardern (primera ministra de Nueva Zelanda) o Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europa) imágenes con las que forrar las carpetas del instituto. Las mujeres no sostienen solo la mitad del cielo sino casi todo nuestro futuro.

Recetas para destrozar el techo de cristal

Todo se aprende en la infancia; el resto de la vida es memoria. ¿También la imagen de un techo de cristal invisible e infranqueable para la mujer? ¿La falta de una pareja corresponsable es un cielo sólido? Cristina Garmendia (San Sebastián, 1962), consejera independiente de CaixaBank, ministra de Ciencia e Innovación de 2008 a 2011, presidenta de la Fundación Cotec para la innovación, recurre a los recuerdos. Su padre nació en 1915 y le enseñó el valor de la independencia. “Decía que para ser feliz una persona tenía que ser libre y que iba a procurar por todos los medios que fuera una persona independiente. Se lo agradezco tanto, fue un visionario”.

—¿Y su marido [el ingeniero Rubén Celaya] lo entendió en aquella España que sabía aún a Soberano y era “cosa de hombres”?

—Por supuesto, no hubiera imaginado tener una pareja con otra cultura. Hubiera sido casi imposible la convivencia. Esa es mi realidad.

Sin embargo, sabe que no es la realidad mayoritaria. “No de las mujeres de mi generación. Tengo muchas amigas que no han estudiado una carrera por la educación que han recibido en casa. Distinta entre hombres y mujeres. El techo de cristal en España es un problema estructural”, admite Garmendia. “Y las consecuencias las padecen las mujeres, pero también los hombres”. Suena a ese verso de César Vallejo: “¡Cuídate, España, de tu propia España!”.

La ecuación es “sencilla”, llega un momento en el que las mujeres se ven obligadas a decidir entre familia y trabajo y los hombres aún ganan más que ellas. La brecha salarial engulle su futuro y su memoria. Además, la pandemia aumentará esta desigualdad. De los cerca de 1.100.000 personas de 20 años y más que salió del mercado laboral en Estados Unidos entre agosto y septiembre del año pasado, unas 800.000 fueron mujeres. En el mismo espacio de tiempo, solo 216.000 hombres dejaron el empleo.

Aunque otras voces traen recuerdos con renovada esperanza. “Llevo más de 30 años casada, tengo dos hijos y los límites a veces no los impone el hombre ni nuestra pareja, sino nosotras mismas por falta de correlación entre lo personal y lo familiar”, defiende María Luisa Jordá (Madrid, 1963), consejera independiente de Bankinter y de Merlin Properties. “En ocasiones te involucras en proyectos que necesitan mucha dedicación, viajes, un gran esfuerzo y dejamos esas posiciones por no desestabilizar la vida familiar”. Alguien recordará aquellas palabras de Ortega y Gasset cuando advertía que los españoles ofrecen a la vida un corazón blindado de rencor. Ya no. “Antes la mujer sacrificaba su ámbito profesional. Ahora está, en parte, superado, lo que no quiere decir que en la práctica haya situaciones de este tipo”, reflexiona la consejera.

Sin duda urge cambiar. Ese techo debe ser protector y no de cristal. Carlos Martín, responsable del Gabinete Económico de CC OO, lanza propuestas que saltan igual que esquirlas de aluminio sobre un torno. Reservar plazas para mujeres en las carreras universitarias masculinizadas; prohibir el presentismo, sancionando fuertemente el incumplimiento de horarios; bonificar a las empresas que asciendan a las mujeres en los tres años posteriores al alumbramiento o la adopción; reformar el contrato a tiempo parcial para convertirlo en uno que de verdad permita conciliar la vida laboral y personal; facilitar la formación online a la carta durante la baja maternal y un sistema de enseñanza que eduque en valores feministas desde el principio, es decir, en la igualdad de género. Porque la infancia es la memoria compartida de hombres y mujeres.

 

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Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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